por Vicente Sotos Parra
Durante gran parte del año, los pedroñeros/as dan diente con diente y muchas patadas en el suelo para calentar los pies; pero este rigor del clima no les quita el buen humor cuando llegan las fiestas del Carnaval en la que la tradición local manda divertirse de firme.
No tuvo un Carnaval el pueblo como aquel que organizaron los quintos de la quinta de Felipón y de su amigo Bartolo. Pusieron a disposición los mozos una galera del tío de Felipón tirada por los dos burros morunos del padre de Bartolo. La galera, cargada con cuatro tinajas llenas de cuerva para todo quisqui que se arrimase, la velocidad era de tres metros por hora, así dando tiempo para que pudieran dar su opinión de si estaba floja o al punto. Se encontraron con gente un poco tiquismiquis que le ponían peros a la temperatura de la cuerva y repetían una y otra vez con el vasete. Y algunos decían aquello de "al estilo pobre: antes reventar que sobre.
Fueron famosas las romerías de San Isidro en el verano. Entonces los árboles, vestidos de reluciente y fresco verdor, prestaban su sombra a las cientos meriendas improvisadas. Pero la gracia está en mostrar igual humor, el mismo espíritu de broma y fiesta, y, más si cabe, en este mes de febrero.
Todo era ruido y regocijo y fiebre, risas fingidas de caretas, caretas con llantos, personas decentes; demonios lujuriosos disimulando ser buena gente, borrachos envueltos en sudarios; esqueletos repartiendo caramelos, hombres con faldas y mujeres con pantalones, promiscuidad grotesca del sexo, mantones de Manila redondeándose sobre senos postizos, bebés de cincuenta años con sonajero, gente que finge ser enano, gente que finge ser gigante, el eterno de la caña repartiendo "al higui …higui con la mano noo con la bosa síiii", que siempre iba rodeado de chiquetees intentando morder el higo; también estaban los que se disfrazan y se cubren con la careta y preguntan a todo el mundo si le conoces, disimulando grotescamente la voz.
Pero desde el punto de vista del párroco era lo peor que le podía pasarle al pueblo que era un desierto en el invierno de fiestas y diversiones públicas. Se tomaba el Carnaval como un oasis, y allí se apagaba la sed de goces con ansias de borrachera, apurando hasta la última gota de la cuerva de las cuatro tinajas, unos decían que le sobraba gaseosa, otros que le faltaba azúcar, pero se pusieron de acuerdo en dejarlas del líquido elemento vacías. Que según el cura la cuerva tenía miel en los bordes y veneno en el fondo, produciéndoles la alegría mundana, los goces materiales; pero las pobres mozas siempre se quedaban a media miel. Cuando más se están divirtiendo llegaba el Miércoles de Ceniza… y adiós concupiscencia de bailes, roces, máscaras, bromas y algazaras. Pasado el Carnaval todo se volvía trists sermones, ayunos, vigilias, rosarios...
En el lugar duraba lo que debe durar: tres días, que eran domingo, lunes y martes; el Miércoles de Ceniza nada de máscaras…, se acabó el Carnaval, llegaba el momento del arrepentimiento y tente tieso.
Su punto flaco era el entierro de la sardina en donde Felipón abrazaba a todos los que se encontraban en ese entierro, tomando a broma el dogma universal de la miseria y brevedad de la existencia, predicando la paz universal, la hermandad universal y el jolgorio universal. El mundo, según él, debería ser una fiesta perpetua, una semiborrachera no interrumpida, y el amor puramente electivo, sin trabas de orden civil, canónico o penal ¡Viva la broma! Y este era de mozo el Jabato Felipón, que se pasaba el año entero enseñando con el ejemplo y con la palabra.
Tiene gracia…, tiene gracia.
En Carnaval de todo pasa.
¡Vaya, vaya con Felipón!
(CHASCARRILLO)
Imaginaos 365 días de carnaval,
disfrutando de lo lindo.
Seguro que la vida sería mejor,
seguro que no sería lo mismo.
Mi único deseo es conocer el
mundo y las comedias que
en él se representan.
Rene Descartes.
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