por Vicente Sotos Parra
Ese tiempo que estuvo en El Taray de pollero se emborrachó de la naturaleza que el entorno le proporcionaba. De buena mañana contemplaba cómo el sol se subía a las copas de los pinos, a su puesta sobre el agua de la laguna, escuchando el trinar de los pájaros, de las chicharras, y respirando el aroma del tomillo, de cómo gorriones, tórtolas y palomas buscaban donde pasar la noche. Pero de todas las aves sus preferidas eran las golondrinas, que fabricaban sus nidos con tierra, arcilla, saliva, pelusilla y briznas de hierba. Haciendo sus nidos en los lugares protegidos de la lluvia. En este caso en los aleros de la casa.
Juan, el padre de María, le inculcó ese amor por ellas en esas noches cara a la luz de la lumbre, asando bellotas, removiendo las cenizas y buscando las ascuas para no tener que alimentarla con otro ceporro. Rodeado de sus hijos, siendo Felipón uno más entre ellos. Les contaba cómo hacen el nido en una semana, haciendo quinientos viajes en busca de esos materiales. Y seguía contándoles.
Solo tienen dos estaciones las afortunadas golondrinas, la primavera florida y el ardiente verano, siempre del frio fugitivas, buscando países lejanos huyendo siempre del frío, para ellas no es engaño ya que tienen buen tiempo todo el año.
Cuando los hermanos de María se reían y cuchucheaban al verles juntos en la puerta del patio esperando la llegada del padre con el ganado. María le miraba y con mueca de dulzura le decía---, ¡no les hagas caso que son unos tontainas con aquella sonrisa fresca y cantarina! A si cuando el ganado enfilaba la entrada al corral acudían los dos. A veces le aliviaba del peso de los corderos recién nacidos que Juan cargaba, sintiéndose como su ídolo el Jabato y a la vez rochano* pues le parecía estar haciendo dos cosas ayudando al padre de María y al animal que necesitaba de ayuda para llegar al corral y la madre les diera de mamar.
Corrían unos días de septiembre y cada día que pasaba en el cielo se veían menos golondrinas, al parecer ya estaban iniciando sus vuelos a los lugares con más calor seguras de que lo encontrarían.
--- Hermano, dígaselo a Felipón que se pueda despedir de él---, le dijo Felipa.
---No sufras, hermosa, que nada más llegue se lo hago saber.
Sobre las cinco de la tarde, un martes quince de septiembre, el hermano Cristóbal se acercó al gallinero para darle la noticia de que el abuelo estaba en las últimas y que no duraría mucho.
Le faltó tiempo para subir en su BH y por la carretera de Las Mesas se presentó en el lugar en menos que canta un gallo, dándole a los pedales y sacándoles chispas a los piñones.
Fueron unos días, como era normal y sigue siéndolo, de tristeza para la familia, pero, en este caso, un poco más.
Cabizbajo y roto de vuelta al El Taray era uno de esos días en el que el sol se esconde y no tiene ganas de salir, amenazando con tormenta de otoño. Le cayó encima una nube que le descargo desde la entrada del camino una vez dejada la carretera hasta la casa dejando el camino encharcado en donde las ruedas se hundían hasta la horquilla. Entrando en el patio la hermana Evangelina le dijo: "¡Quítate la ropa, hermosón, y vente a la lumbre y sécate!"
Estando en ello con la cabeza acachada y las manos sujetando la manta, y la mente perdida, el silencio lo rompió aquella chispa de la lumbre. Aprovechó la hermana para decirle que el pastor y su familia ya no estaban en la casa, pues se marcharon a Madrid en busca de mejor vida para el matrimonio y para que los chiquetees pudieran ir a la escuela.
Rodeándose con sus propios brazos, acoquinado, cerrando los ojos, agachando la cabeza, el silencio fue eterno de largo. Dos lágrimas recorrieron sus ojos bajando por su mejillas y se perdieron en aquel rústico suelo en el que el calor de la lumbre las secarían.
Nunca más supo de María que se fue…, como se fueron las golondrinas.
(CHASCARRILLO)
Estaban las golondrinas
haciendo su nido.
Mientras María y Felipón
en sueños seguían zambullidos.
Se lo dijo un día María.
Quieres que seamos novios
mira aquellas golondrinas.
Si van al alerón de la casa,
es un si para toda la vida.
*Rochano (Joven auxiliar del pastor que se cedía por la manutención y cobijo)
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Deja que tus lágrimas fluyan,
pero deja también que cesen.
(Seneca)
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