por Vicente Sotos Parra
Corrían los años cincuenta y el mes de junio, mes este de siega, y las eras se llenaban de un trasiego de carros y galeras, en un ir y venir constante a ellas. Allí se cruzaban rozándose con los meriñaques (estos se montaban específicamente para hacer menos viajes).
Unos descargaban las gavillas de los carros, otros con las horcas de madera las esparcían para hacer la parva para la trilla pasase con sus cortantes pedernales hiciesen su trabajo. Otros ablentaban, que consistía en lanzar la mies al aire para que la paja se fuese a donde la llevara el viento y el cereal cayese en vertical, separando la paja del grano, terminando haciendo un lomo o pez del cual se metía en los costales para llevarlos a la cámara, así como la paja que también se guardaba en la cámara para hacer acopio para el resto del año dársela a los animales, en el caso de la cebada y, en el caso del trigo al molino.
La entrada de la paja se hacía por la piquera, ventana que quedaba en la parte de la primera plata de la casa, o bien en capachos de esparto. Así con la horca de madera desde el carro a la piquera con un polvisco …>>de la Virgen<<
En las casas no quedaba ni Dios. El cura don Modesto perdonaba a las beatas de que no acudieran a misa de ocho. La hermana Tomasa beata de nacimiento decía. ¡Más vale sola que mal acompañá!
Aquel año Raimundo, el tío de Felipón, llamó a sus cuñados Luis y Pedro, para que le ayudaran a hacer esas faenas que solo los hombres podían realizar: segar, ablentar, llenar los costales, cargalos en la galera y subirlos a la cámara. Para trillar tenía a su sobrino Felipón. Esa tarde acudieron a la era Luis con su hijo Luisito y Pedro y su hijo Juan. Los tres pequeños se subieron a la trilla y desde ella Luisito, cogiendo los ramales, las hostigaba. Eran la cuatro y media de la tarde con un calor de padre y muy señor mío. Los animales andaban a un paso cansino a pesar de arrearles constantemente Luisito ¡Arreee muuulaaa… arreee muuulaaa! La yunta de mulas no le hacían caso y seguían con su andar pausado tirando de la trilla que les hacía sudar lo suyo.
Cuando tuvieron que hacer una pausa para que se le diese la vuelta a la mies, las mulas dejaron de tirar de la trilla, lo que hizo que los chiquetees se apartaran de la parva. Aprovechó Felipón para hacerle una pregunta a su tío. ¡Era tan grande la cantidad de gorriones que acudían a las eras a picotear los granos de trigo o cebada!
--Chache, ¿por qué algunos gorriones tienen corbata y otros no?
--Los que tú ves que llevan corbata son los padres y los que no la llevan son las madres.
Le contestó Raimundo.
Esto sucedía mientras Luisito y Juan se dedicaron a cortar unos cardos borriqueros.
--¡Vengaaa, subir a la trillaaa!
Dijo Raimundo.
No se percató Raimundo lo que el diablillo de Luisito llevaba en cada mano. Dos cardos borriqueros que pretendía ponérselo debajo de las colas a las mulas para que estas fueran más deprisa. No pudo hacérselo a las dos ya que a la primera que le puso el cardo esta se puso a dar patadas tirando de la trilla saliéndose de la parva arrastrando a su pareja de tiro, y dejando la trilla sin pedernales.
A ver quién paraba aquel animal que cuanto más apretaba su cola los pinchos más se le hundían en esa parte blanda del ano.
Allí tenemos a Raimundo, a Luis y Juan intentando calmar a la mula que soltaba coces a diestro y siniestro sin poder hacerse con el animal.
No fue fácil pues el acceso a los pinchos del cardo el veterinario se tuvo que emplear a fondo sacándole los que se le quedaron en la parte interna.
A la trilla no le quedaron pedernales para seguir.
De esta forma Raimundo se quedó sin trilla y sin mula.
Le dijo a su hijo Luis:
(CHASCARRILLO)
Hijo de mis entretelas,
hijo de mis entrañas,
has jodido a la mula
por allí por donde caga.
La trilla no tiene pernales,
¿qué farfullas, botarate?
Tus primos no te quieren,
yo te quiero por ser tu padre.
El que escucha, recoge.
(Pitagoras)
No hay comentarios:
Publicar un comentario