por Vicente Sotos Parra
Teniendo en común el deseo de los novios de que llegase ese día cuanto antes. Eso suponía uno, dos o tres días de comida y bebida abundante, siempre dependiendo de la categoría social y la economía. Existía y sigue existiendo cierta vanidad por ambas partes en poner todo o más de lo que su economía se lo permitía, esto les llevaba a esforzarse para superar las bodas de otras amigas/os. Superando los reveses que siempre han existido, las parejas de entonces se unían a edades más tempranas.
El lugar del acontecimiento era en el corral, patio o porche, de uno de los cónyuges. Se acudía al evento con sillas pues se suponía que no había sillas para todos, al igual que cubiertos.
En este caso, cada familia aportó un cordero, con lo cual, para comer, se hizo una caldereta, quedando el otro para la tarde noche hacerlo en las brasas, no faltando en ningún momento la cuerva y el porrón que no paraba. Tanto la comida como la cena se ingerían de forma copiosa hasta la saciedad. El hambre estaba presente en aquellos años de la posguerra.
No faltaba la música de acordeón para amenizar la tarde noche. Era costumbre que los invitados y el acordeonista estuvieran toda la noche de parranda. Bailando y cantando canciones como estas que decían, más, o menos, así.
“Uvas tiene la parra del cura,
uvas tiene pero no maduran,
uvas tiene las del sacristán,
ni maduran ni madurarán”.
“A tu puerta hemos llegado
cuatrocientos en cuadrilla.
Si quieres que nos sentemos,
saca cuatrocientas sillas”.
“Es un uno, un dos y un tres;
es un cuatro, un cinco y un seis,
un ocho y un nueve y una
morenita que por mí se muere”.
Los regalos no compensaban lo recibido y se hacían en especie: pollos, huevos, patatas, etc... Es de suponer que contribuían con lo que se podía que no era mucho.
Las bodas solían celebrarse en verano y en otoño después de haber realizado la recolección y la vendimia. Se decía que San Miguel era un santo muy casamentero (29 de septiembre).
Raimundo y Luisa no tuvieron luna de miel. Al día siguiente, a trabajar. Para que empezasen a funcionar, los padres que podían entregaban una dote, que en este caso fue una mula, un burro y cuatro fanegas de tierra, y la caseja de la abuela por el Pozo Nuevo. La caseta pequeña y el corral grande. Esto por parte de los padres de Raimundo; mientras que los padres de Luisa, siendo ocho hermanos, poco le podían dar, por no decir nada más que una muda y dos mandiles de quita y pon.
Esto sucedió dos días después de la boda, cuando Raimundo mandó a Felipón llevar al Pilar a darle de beber a la mula torda, esta, ya vieja, se las sabía todas. Al chiquete no le hacía ni caso, aunque le tirara del ramal con todas sus ganas. No se le ocurrió otra cosa que, desde la parte trasera, arrearla. Esta, que se ve libre del ramal, deja de estirarle, empezó a galopar a la vez que se le soltaba de las manos el ramal; solo tenía cinco años el chiquete.
Felipón llorando como una magdalena, llegó a la casa de su tío sin la mula torda.
¡“Chacheee, la mula se me ha escapaooo”! Así le llamaba a su tío Felipón, por no teniendo hermanos a quien llamárselo. Raimundo lo quería como a un hijo.
---¡Copón!..¡Copón!... en Dios bendito y adorao…la puta torda… y la hostia divina.
---¡Ea! la culpa es mía, hermosón -dijo Raimundo.
Raimundo sacó al borrico, se montó en él y empezó a preguntar por la mula torda a todo el que se encontraba por la calle. El hermano Santano le dijo; "¡Está por las eras del charco!" Encaminó al borrico en esa dirección, no tardó en encontrarla, pues desde lejos se veía su pelaje. El animal cogió el camino de la era donde Raimundo trillaba. No le costó llegar a ella, ni cogerla ya que la compañía del borrico se lo facilitó.
(CHASCARRILLO)
La luna de miel de Raimundo y Luisa
no pasó de las eras del Charco.
Allí se encontró a la mula torda,
que a Felipón se le había escapado.
Esta fue la luna de miel
de aquellos felices años.
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Estoy acostumbrado a dormir
y en mis sueños imaginar las
mismas cosas que los locos
imaginan cuando están despiertos.
(RENÉ DESCARTES)
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