por Vicente Sotos Parra
No quería pasar por alto esta fiesta que se celebraba fuera del calendario y que todos los años como si fuesen Fiestas Patronales se celebraba, sobre todo en las casas pudientes y el que no pertenecía algunas de estas casas lo celebraba por libre con su familia. Los lugares de siempre: el Taray, La Navazuela, Las Celadilla y la Puente Campos, y algunos al río en el cual se cogían cangrejos para el rancho.
Se
aprovechaba para la limpieza de capachos y espuertas usados.
Aquel
año la temporada Felipón la hizo en casa de Los Pelayos, que en estos tiempos
que corrían ejercía de alcalde del
lugar. No se paró en gastos para la
fiesta siendo esta una de las casas más grandes ya que tenían bodega y ganado,
por lo que carne y vino no faltarían para hacer el rancho.
Como
casa grande que era ya tenía tres trastornes. Se repartieron de la siguiente
forma: uno para los capachos, otro para la cuadrilla y otro para los cuatro borregos
criados en la casa el Sol, doce arrobas de vino, mitad blanco y la otra mitad tinto. Llegaron a las Celadilla
lugar escogido ese año. Unos se fueron con los capachos, otros a preparar el
rancho.
En
estas fiestas las mujeres no solían acudir por lo que solo existían lo hambres.
Sobre todo en las comidas de las casas grandes.
Se
lavaron los capachos y se comió y bebió lo que cada uno quiso y pudo, que no fue
poco, pues aunque ya el hambre dejó de estar presente, en ese día el buche se llenaba para el resto
de la semana.
Llegando
la hora de la diversión sana y con los pocos elementos de aquel entonces, se jugó
al padre calabacero, algunos salieron de tizne hasta las cencerretas, luego al
estiragarrote que consistía en sentarse
dos hombres uno frente al otro con las plantas de los pies juntas, los brazos extendidos
hacia delante cogiéndose de un palo que venía
a estar a la punta de los pies de los contrincantes estirando cada uno hacia sí
mismo hasta hacer que el de en frente se le ventara el trasero del suelo, o lo
dejase por falta de fuerza por lo que se entendía que lo daba por perdido el
trance. Allí no había cuartos de por medio, solo la honrilla y el pundonor, el ego, de luego refregárselo al contrario en
las tertulias.
Esto
ha existido y seguirá existiendo de que cuando en los grupos, y cuanto más
grande más de todo hay. Los listos que no friegan capachos ni espuertas, que no
atizan el fuego del rancho, que son los primeros en sentarse en el mejor sitio,
que se les olvida pasar el botillo del vino, para así no tener que esperar a
que dé la vuelta. Luego está el fanfarrón que a la mínima te suelta que
te gano a la barra toda la vida. Que siendo un chiquete te mojó la oreja, que
al boleo te ganaba siempre, que mientras tú te comías medio pan él se zampaba
uno y le daba tiempo a dar tres vueltas con las mulas, y tú una.
Empezaron
con el tizne, con el padre calabacero y terminaron con el estiragarrote. A
estas alturas del día la media chispa estaba asegurada por lo que los desafíos
iban cada vez más lejos y más difíciles de realizar.
Sintiéndose
seguro el ganador del año pasado y habiendo jodido a toda la cuadrilla todo el
año de su hazaña sintiéndose muy superior al resto se puso hasta la trancas de
cordero y vino blanco y negro.
José, que así se llamaba, se levantó y dijo,…¡con voz brabucona este campeón del estiragarrote
se juega veinte duros al que le gane! Sosteniendo en la mano media arroba de
vino de la cual levantándola le pegó un buen trago! Tenía sobre los cuarenta y
dos años su altura rozaba los uno
noventa de alto y de peso ya fondón, casado y con cinco hijos, amante de la
parranda y estar poco en casa, y sí de escopeta y perro. Sus juergas con los
amigotes eran sonás en el lugar y
siempre con gente más joven a los que dominaba con su verborrea facilona de triunfador
en lo que se presentara, haciéndose él mismo el grande y listo de casi todo el
pueblo.
Pedro
del poderoso con unos diez años menos.
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¡Yo quiero medirme contigo!
No
siendo este ni manco ni flojo en fuerza.
Sentados
uno frente al otro en posición de que les pusiesen una vara para que se cogiesen
los contrincantes, el mayoral les contó hasta tres para que empezaran la
contienda… del tira y afloja.
Pasaron
los primeros quince minutos y los dos empezaron a sudar, pues el pernoseño
también era duro de pelar por lo que chorros de sudor de los dos goteaban de su frente como si tuviesen un
grifo. La experiencia es un grado en casi todo, en un descuido del
pernoseño José le levantó, no sin haber dejado su camisa chorreando de sudor.
Se levantó con las manos mirando al cielo, y pidió que le dieran la media
arroba de vino para saciar la sed. Las palmaditas en los hombros le llovían por
todos los lados. Fue cuando el mayoral le comentó de que si se atrevía a que
Felipón se enfrentara a él ya que el chiquetee tenia trazas de tener más fuerzas
y por lo tanto en su favor la juventud y su desventaja su inexperiencia. Ese año Felipón cumplía los dieciocho años. En la flor de la
vida con la suficiente fuerza para lo que se le presentase, hacer lo posible
para poner todo su fuerza y voluntad al servicio del empeño. Las diferencias
eran claras en edad le ganaba José y en experiencia. En comer también estaban a la par, no en el
beber que mientras uno bebía vino el otro se remojaba en agua clara.
..Hermoso, a ti te doy doscientas pesetas si me ganas.
...Dijo
José muy seguro de que la criatura no le ganaría.
-Hermano, yo no he tirado a esto nunca y usted es el campeón.
Así, como la vez anterior, a la voz del mayoral
empezaron el tira y afloja.
Pasaron
los veinte minutos, aquello parecía no tener una salida rápida, Felipón se
dejaba hacer por José que se estiraba y se encogía una y otra vez intentando
levantar a Felipón, este solo aguantando los ataques de fuerza.
No
tardó José en notar que las fuerzas ya
andaban escasas, no se sabe si porque ya las había gastado con el pernoseño, y con el vino le nublaba la vista. Hizo un último
intento para vencer a Felipón sin conseguir que este levantase el culo del
suelo. Dejó de forcejear José y diciendo… ya seguiremos otro día, hermoso. ¡Que
ando mal de las tripas!. Se levantó José y en la viña junto a una cepa se
acachó y allí echó la guiel y algo más.
De esta forma Felipón
libró a la cuadrilla.
Estar un año sin oír,
a José sus bravuconerías.
Pudo y no quiso ganarle,
al garrote ese día.
Su conciencia no se lo permitía,
y José lo sabía…ganaba
la partida.
No me ganaste por poco.
yo supe…que no querías.
José respetó a Felipón
siempre y toda la vida.
Escoge siempre la fuerza del
alma sobre la fortaleza del cuerpo.
(Pitágoras)
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