FELIPÓN Y LA MAJAVENDIMIA: Fanfarronería y estiragarrote (capítulo 22º) | Las Pedroñeras

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sábado, 6 de noviembre de 2021

FELIPÓN Y LA MAJAVENDIMIA: Fanfarronería y estiragarrote (capítulo 22º)

 


por Vicente Sotos Parra



No quería pasar por alto esta fiesta que se celebraba fuera del calendario y que todos los años como si fuesen Fiestas Patronales se celebraba, sobre todo en las casas pudientes y el que no pertenecía algunas de estas casas lo celebraba por libre con su familia. Los lugares de siempre: el Taray, La Navazuela, Las Celadilla y la Puente Campos, y algunos al río en el cual se cogían cangrejos para el rancho.

Se aprovechaba para la limpieza de capachos y espuertas usados.

Aquel año la temporada Felipón la hizo en casa de Los Pelayos, que en estos tiempos que corrían ejercía de alcalde del lugar. No se paró en gastos para la fiesta siendo esta una de las casas más grandes ya que tenían bodega y ganado, por lo que carne y vino no faltarían para hacer el rancho.

Como casa grande que era ya tenía tres trastornes. Se repartieron de la siguiente forma: uno para los capachos, otro para la cuadrilla y otro para los cuatro borregos criados en la casa el Sol, doce arrobas de vino, mitad blanco y la otra mitad tinto. Llegaron a las Celadilla lugar escogido ese año. Unos se fueron con los capachos, otros a preparar el rancho.

En estas fiestas las mujeres no solían acudir por lo que solo existían lo hambres. Sobre todo en las comidas de las casas grandes.

Se lavaron los capachos y se comió y bebió lo que cada uno quiso y pudo, que no fue poco, pues aunque ya el hambre dejó de estar presente,  en ese día el buche se llenaba para el resto de la semana.




Llegando la hora de la diversión sana y con los pocos elementos de aquel entonces, se jugó al padre calabacero, algunos salieron de tizne hasta las cencerretas, luego al estiragarrote que consistía en sentarse dos hombres uno frente al otro con las plantas de los pies juntas, los brazos extendidos hacia delante cogiéndose de un palo que venía a estar a la punta de los pies de los contrincantes estirando cada uno hacia sí mismo hasta hacer que el de en frente se le ventara el trasero del suelo, o lo dejase por falta de fuerza por lo que se entendía que lo daba por perdido el trance. Allí no había cuartos de por medio, solo la honrilla y el pundonor, el ego, de luego refregárselo al contrario en las tertulias.

Esto ha existido y seguirá existiendo de que cuando en los grupos, y cuanto más grande más de todo hay. Los listos que no friegan capachos ni espuertas, que no atizan el fuego del rancho, que son los primeros en sentarse en el mejor sitio, que se les olvida pasar el botillo del vino, para así no tener que esperar a que dé la vuelta. Luego está el fanfarrón que a la mínima te suelta que te gano a la barra toda la vida. Que siendo un chiquete te mojó la oreja, que al boleo te ganaba siempre, que mientras tú te comías medio pan él se zampaba uno y le daba tiempo a dar tres vueltas con las mulas, y tú una.




Empezaron con el tizne, con el padre calabacero y terminaron con el estiragarrote. A estas alturas del día la media chispa estaba asegurada por lo que los desafíos iban cada vez más lejos y más difíciles de realizar.

Sintiéndose seguro el ganador del año pasado y habiendo jodido a toda la cuadrilla todo el año de su hazaña sintiéndose muy superior al resto se puso hasta la trancas de cordero y vino blanco y negro.

José, que así se llamaba, se levantó y dijo,…¡con voz brabucona este campeón del estiragarrote se juega veinte duros al que le gane! Sosteniendo en la mano media arroba de vino de la cual levantándola le pegó un buen trago! Tenía sobre los cuarenta y dos años  su altura rozaba los uno noventa de alto y de peso ya fondón, casado y con cinco hijos, amante de la parranda y estar poco en casa, y sí de escopeta y perro. Sus juergas con los amigotes eran  sonás en el lugar y siempre con gente más joven a los que dominaba con su verborrea facilona de triunfador en lo que se presentara, haciéndose él mismo el grande y listo de casi todo el pueblo.

Pedro del poderoso con unos diez años menos.

--- ¡Yo quiero medirme contigo!

No siendo este ni manco ni flojo en fuerza.

Sentados uno frente al otro en posición de que les pusiesen una vara para que se cogiesen los contrincantes, el mayoral les contó hasta tres para que empezaran la contienda… del tira y afloja.

Pasaron los primeros quince minutos y los dos empezaron a sudar, pues el pernoseño también era duro de pelar por lo que chorros de sudor de los dos goteaban de su frente como si tuviesen un grifo. La experiencia es un grado en casi todo, en un descuido del pernoseño José le levantó, no sin haber dejado su camisa chorreando de sudor. Se levantó con las manos mirando al cielo, y pidió que le dieran la media arroba de vino para saciar la sed. Las palmaditas en los hombros le llovían por todos los lados. Fue cuando el mayoral le comentó de que si se atrevía a que Felipón se enfrentara a él ya que el chiquetee tenia trazas de tener más fuerzas y por lo tanto en su favor la juventud y su desventaja su inexperiencia. Ese año Felipón  cumplía los dieciocho años. En la flor de la vida con la suficiente fuerza para lo que se le presentase, hacer lo posible para poner todo su fuerza y voluntad al servicio del empeño. Las diferencias eran claras en edad le ganaba José y en experiencia. En comer también estaban a la par, no en el beber que mientras uno bebía vino el otro se remojaba en agua clara.

..Hermoso, a ti te doy doscientas pesetas si me ganas.

...Dijo José muy seguro de que la criatura no le ganaría.

-Hermano, yo no he tirado a esto nunca y usted es el campeón.

 Así, como la vez anterior, a la voz del mayoral empezaron el tira y afloja.

Pasaron los veinte minutos, aquello parecía no tener una salida rápida, Felipón se dejaba hacer por José que se estiraba y se encogía una y otra vez intentando levantar a Felipón, este solo aguantando los ataques de fuerza.

No tardó José en notar que las fuerzas ya andaban escasas, no se sabe si porque ya las había gastado con el pernoseño, y con el vino le nublaba la vista. Hizo un último intento para vencer a Felipón sin conseguir que este levantase el culo del suelo. Dejó de forcejear José y diciendo… ya seguiremos otro día, hermoso. ¡Que ando mal de las tripas!. Se levantó José y en la viña junto a una cepa se acachó y allí echó la guiel y algo más.


De esta forma Felipón

libró a la cuadrilla.

Estar un año sin oír,

a José sus bravuconerías.

  

Pudo y no quiso ganarle,

al garrote ese día.

Su conciencia no se lo permitía,

 y José lo sabía…ganaba la partida.

  

No me ganaste por poco.

yo supe…que no querías.

José respetó a Felipón

siempre y toda la vida.

 

 

Escoge siempre la fuerza del

alma sobre la fortaleza del cuerpo.

(Pitágoras)

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