Dejamos en el último capítulo con el consejo que le dio su madre a Felipón y lo sucedido fue lo siguiente. Corría el año 1960 y nuestro Felipón -ya cumplidos los 19 años- por lo tanto tenía uso de razón para saber todo lo que a esa edad se tiene que saber.
Por a aquel entonces la calle Montejano en el lugar era lo más parecido a la Gran Vía de Madrid, y, si no, fijaos la cantidad de comercios que en aquel entonces había.
En el nº 30 Tejidos y confecciones coloniales, calzado y paquetería. Fernando Martínez Picazo
O esta que no tiene desperdicio:
Felipe Olmo Ortiz. Coloniales, Calzados y Paquetería. Becerra 1
Para ir cómoda al andar,
tener novio y ser feliz
compra siempre zapatillas
de las que vende RUMI
Son las mejores que hay,
nunca lo duden ustedes,
están estas fabricadas
por hijos de Ginés Pérez.
HERMANOS GABALDÓN “LOS HUEVEROS”
TRASPORTES EN GENERAL / CAMIONES PROPIOS/ COMPRA Y VENTA DE HUEVOS/ MORENO LÁZARO/ 22 / Y MONTEJANO 92.
Muchos, o pocos, recordaréis la Flecha de Oro en la calle Montejano, la tienda de los Pelayos, en el lugar era comparar las demás tiendas con esta, como el Corte Inglés del lugar, por la luz de sus escaparates así como por la cantidad y variedad de todos los artículos que allí se vendían.
Ferretería, Tejidos y confecciones. Bicicletas. Calzado. Aparatos de radio. Electrodomésticos. Artículos de caza. Distribuidor exclusivo de Marconi. Calle Montejano Nº 18.
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Fue una tarde noche del mes de enero, en este punto en el cual se encontraron cara a cara Felipón y su padre. Aquel falangista que no pisó el pueblo desde los años cuarenta. No hizo falta presentación pues los dos supieron quiénes eran… su físico los presentó, rotundamente… de que eran padre e hijo.
Padre e hijo se fundieron en un abrazo, con pocas palabras por ninguna de las partes. El físico del padre ya dejó de ser aquel altivo, y aparentemente arrogante, que aparentaba ser en los años cuarenta, encorvado, poco pelo, ojos apagados. En su figura, siendo altanera a la vista, se apreciaba el deterioro del paso del tiempo y algo más; el más era una enfermedad de mala curación en aquellos tiempos. Sobraban las palabras, las lágrimas… hablaban por ellos. Se fueron andando hasta llegar al Santo Sepulcro.
Una vez en casa de su madre, Felipón le contó lo sucedido en el encuentro de ese día con su padre. Lejos de enfurecerse, siguió siendo fiel a su palabra Felipa, de que este hombre fue la persona que más la había querido en la vida.
La vida siguió su curso sin que se volvieran a encontrar, solo tenía la madre noticias por un vecina que apenas si hablaba de este tema, y cuando lo hacía lo disimulaba de forma y manera que era difícil adivinar de quién se hablaba. Parecía que hablar de este tema era despertar sentimientos que seguían presentes y hacían sangrar a Felipa por cada poro de su cuerpo.
Llegó hasta el lugar el rumor de su muerte, pero fueron pocos a los que les llegó la noticia. Se comentó que en su enfermedad lo pasó muy mal sufriendo unos años de penalidades por esa enfermedad maligna.
Su vida fue en tanto desafortunada, no llegó a ser feliz en su matrimonio teniendo uno de sus hijos con discapacidad mental. Su mujer lo abandonó por un íntimo amigo, dejándolo más solo que la una, con tres hijos.
Con su matrimonio, y patrimonio arruinado, por todo ello, cuando le tocó cerrar los ojos se llevó poco bueno consigo y solo el grato recuerdo de haber podido abrazar a Felipón. Y esta vez no lloró al enterarse del fallecimiento de aquel falangista… ¡Al que le debía la vida!
Felipón no lloró la muerte de aquel
falangista sabiendo que le debía la vida.
Aquel abrazo fue un abrazo de despedida,
el respeto a su madre… nunca se lo perdería.
No hay que temer a la muerte.
Lo importante es vivir y morir bien.
(Sócrates)
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