Santiago de la Torre (San Clemente): 6º capítulo sobre su historia | Las Pedroñeras

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miércoles, 21 de julio de 2021

Santiago de la Torre (San Clemente): 6º capítulo sobre su historia

 


por Ignacio de la Rosa Ferrer




LA SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE SANTIAGO DE LA TORRE (VI)

El poder de los Castillo Portocarrero estaba muy debilitado a mediados del siglo XVI y su fortaleza de Santiago de la Torre era mole tan impresionante como desolada. En 1565 era un lugar poco deseado como vivienda, aunque el alcaide tenía residencia allí, prefería la vivienda de Santa María del Campo Rus. Aparte de su mujer y su hija por la fortaleza se dejaba ver únicamente una cuadrilla de canteros vascos, alojados temporalmente.


Ahora, desde mediados de siglo, el mayorazgo de los Castillo Portocarrero había caído en Antonio, hijo de Bernardino, nieto de Juan y biznieto del doctor Pedro. El hombre no hizo mucho por mejorar la imagen de los Castillo Portocarrero en la comarca y, de hecho, se convirtió en el miembro del clan más odiado, sin llegar a hacer los méritos de su padre Bernardino. Siguió haciendo de la fortaleza de Santiago su centro de operaciones para, con unos pocos criados y su alcaide, negar el acceso a los espacios adehesados de la familia, pero su autoridad estaba siendo discutida en su principal villa, Santa María del Campo Rus. Quien ponía en duda su autoridad eran los García de Mingo Martín, unos labradores a los que su enfrentamiento con los Castillo Portocarrero había convertido en forajidos con cierta aureola romántica que andaban con escopeta en la mano para matar a don Antonio. No es que los hijos fueran agresivos, más bien el padre y la madre encarnaban un clan de alma indómita, creyéndose capaces de acabar ellos solos con toda la nobleza de la zona. Al menos, valentía e ira mostraba el tal Miguel García, que arrancó de un mordisco la oreja del alguacil de don Antonio, después de matar a Martín Chaves, aliado de don Antonio. El clan se atrevía a atacar la fortaleza de Castillo de Garcimuñoz, para liberar a un tal Rubio de la garra de los Melgarejo. En fin, "un mal ejemplo para la república" que decía el hombre de confianza de don Antonio. El resto es una novela de Merimée, un Miguel García refugiado en la iglesia de Santa María, vista por los santamarieños como refugio y lugar de jurisdicción real, además de eclesiástica, frente al poder señorial; apresado el malhechor en la iglesia por un iracundo don Antonio, poco dispuesto a respetar jurisdicciones ajenas, y la vergüenza pública del reo a lomos de asno y torso desnudo, mientras su anciano padre se plantaba delante de la procesión punitiva en desafío al poder de don Antonio al grito de que "quien osara meterse con su hijo no quedara cojón de ellos". Miguel García arrestado en las mazmorras de Santiago de la Torre y su fuga después que madre y hermana, y la complicidad de algún provenciano la facilitaran. La fuga de Miguel García fue clásica, valiéndose de unas sábanas hechas jirones, aunque según otros fue por la puerta, cosa creíble porque carcelero y preso solían jugar juntos a las cartas. Gracias a la cárcel y fuga de Miguel, conocemos cómo era la torre de Santiago: Miguel García fue encerrado en la mazmorra, sita en lo hondo de la torre de la fortaleza, que era un habitáculo con un único agujero en la parte superior, desde donde se bajaba al preso con una cuerda. Sobre el techo de la mazmorra había una primera pieza y desde aquí por unas escaleras se accedía a una piso superior, la cámara de armas, encima de la sala de armas había otras piezas superiores, aunque no se dice cuántas, todas ellas sin puertas y de libre acceso. Los testigos decían que para sacar a un hombre de la mazmorra eran necesarios otros tres o cuatro hombres tirando de una soga. Difícilmente podía escapar de allí el preso, aparte que el acceso exterior a la torre donde se hallaba era por una puerta con llave y un guarda de vigilancia.

Muestra de que el poder de don Antonio Castillo Portocarrero estaba muy debilitado es que la pagó con sus padres. Claro, él no, que andaba huido. Pero, tanto Pedro García el padre como su mujer Francisca Redonda era un matrimonio de armas tomar; ni en la cárcel los doblegaron: el viejo amenazaba, sus barbas eran canas pero prietas. 

¿Quiénes eran estos García? Era una familia extensa, a Francisco, hermano de Miguel, se le conocían seis hijos. Sabemos de parientes en La Alberca y en El Provencio. Era una familia muy estructurada y jerarquizada en torno al patriarca de la familia, Pedro, de setenta y ocho años, y su mujer Francisca, de sesenta y seis años. Era asimismo una familia de campesinos, Miguel llevaba mies en sus mulas cuando se enfrentó con el alguacil Francisco Moreno; su sobrina Cristina Redonda estaba trillando en la era a comienzos de agosto y el secuestro de bienes de Pedro García comienza por trece fanegas de cebada y él mismo llega, en el preciso momento del secuestro de bienes, procedente de la era con una horca. Pero es de suponer que era una familia campesina acomodada. Labradores ricos, pero analfabetos. Se dedicaban al cultivo de campos de cereal, cultivo con tierras muy aptas en Santa María del Campo Rus frente a las poblaciones del sur dedicadas a la vid. Los vestidos de Miguel García, encontrados en una arca y embargados, demostraban una posición social: dos calzas, unas plateadas y otras blancas, capa y sayo de velarte, gorra de terciopelo y jubón de telilla. El colchón y almohada que su padre le llevó a la mazmorra estaban rellenados de lana, no de paja. Pedro García es rico; sabemos por su mujer, que en la arenga de la plaza, Pedro le recordó a su señor haberle dado ya once mil maravedíes; muestra que intentó una solución de conciliación en las muertes provocadas por su hijo y muestra de su riqueza. Además, Pedro García estaba metido en el lucrativo negocio de echar las yeguas al garañón; creemos que los problemas que aquí tuvo están relacionados con la orden real de facilitar la reproducción de caballos para la guerra frente a lo más común en la época que era la cría de mulas, un animal que estaba sustituyendo de forma acelerada a los bueyes para la labranza, alcanzando precios astronómicos. Y para ser simples campesinos, eran campesinos muy bien armados. Aunque, como siempre, las armas llegan después, los conflictos de intereses son anteriores.

Las complicidades de los García en la zona mostraban la debilidad de los Castillo Portocarrero, enfrentados a los vecinos de los pueblos por las cortapisas al disfrute de los bienes comunales. El clima era de subversión total al poder señorial. Esa es la razón por las que don Antonio decide abandonar su Cuenca en 1579, con un trato con la Corona que le cede Fermoselle a cambio de Santa María del Campo Rus, pero el paso de esta villa a realengo costó a sus vecinos 16000 ducados. Santa María del Campo Rus como villa de realengo fue un experimento fallido, pero fue, en mi opinión, una de las causas del fin de la gobernación del Marquesado de Villena, escindido en dos corregimientos (San Clemente y Chinchilla) tras la sublevación de la villa contra el gobernador Rubí de Bracamonte y la nobleza regional que acudiendo a la ceremonia de colaciones, pensaba que el pueblo era fruto maduro para apropiarse de él. Las terribles condenas sufridas por los santamarieños son conocidas.

Santiago de la Torre continúo en poder de don Antonio unos años más, hasta mayo de 1590, que la vende a don Alonso Pacheco de Guzmán, regidor de Toledo, aunque de los Pachecos sanclementinos, descendientes de Alonso Pacheco, segundón del señor de Minaya. Junto a su mujer, fundarán mayorazgo, pero la descendencia, femenina, no acompañará. Su hija casará con Juan Pacheco Guzmán, el otro, es decir el imbécil, caballero de Alcántara, pero una marioneta en manos de su madre. Su culpa no fue tanto andar enfrentado con los Ortega de San Clemente, a lo que tenía por bastardos por intentar emparentarse con los Pacheco, recordando a estos y a su pesar, los torcidos que son los troncos de los árboles genealógicos, sino ser incapaz de garantizar una línea sucesoria digna, precedente de esa situación de múltiples herederos que ha llevado al castillo de Santiago a la ruina.


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