por Ignacio de la Rosa Ferrer
Don Bernardino del Castillo Portocarrero salió reforzado de la guerra de las Comunidades de Castilla; a diferencia de su colega don Alonso de Calatayud había visto el movimiento comunero del verano de 1520 desde lejos, en Salamanca. Había evitado el bochorno de su aliado, el señor de El Provencio, sometido a un juicio popular por sus vecinos. Ninguno de los dos se había visto libre de la ira popular, pues si los provencianos la emprendieron contra la fortaleza de la familia Calatayud y sus odiadas mazmorras. don Bernardino vio cómo los santamarieños saqueaban el palacio de los Castillo Portocarrero en Santa María del Campo Rus y robaban (o expropiaban) el trigo de sus cámaras. Sin embargo, no tenemos noticias de que el castillo de Santiago de la Torre fuera objeto de la furia del populacho, aunque dudamos que fuera centro de la resistencia señorial en un momento que los Calatayud estaban retirados en Las Mesas y los Portocarrero lejos de la zona.
Acabadas las guerras de las Comunidades es probable que el emperador buscase una política de conciliación con los perdedores a la par de la represión del movimiento, pero los patricios de las repúblicas pecheras habían perdido su oportunidad y Carlos V no les perdonará su tibieza. El sanclementino Antonio de los Herreros se había ofrecido al prior de San Juan para luchar con los focos rebeldes persistentes después de Villalar, pero para mayo de 1521 se le comunica que ya no es necesario. Es más, tres años después, cuando en los interminables conflictos entre El Provencio y San Clemente, los últimos invaden la primera villa con dos compañías de cuatrocientos hombres (¡todo el pueblo sanclementino armado!), Carlos V decide poner fin a esos micropoderes pecheros. Se habla del señorío de Isabel de Portugal como la época dorada de la villa de San Clemente, pero esta época fue de regresión señorial en la propia villa y de reforzamiento de los poderes externos. Es ahora, cuando don Bernardino del Castillo Portocarrero cierra su villa de Santa María del Campo a los usos comunes tradicionales y es ahora cuando Santiago de la Torre adquiere el valor de símbolo del poder señorial. Claro que junto a los vecinos apaleados por robar leña en las dehesas de Santiago surge el gran propietario que adquiere tierras en el segundo movimiento roturador de los años alrededor de 1530 que sigue a ese otro de comienzos de siglo.
La reacción de don Bernardino Castillo Portocarrero fue tajante, impidiendo a los vecinos foráneos labrar sus tierras; entre los perjudicados estaba el provenciano García Sánchez que poseía en propiedad varias hazas en el donadío de Santiago de la Torre. Sabemos que los provencianos con propiedades en Santiago sacaban su trigo del donadío hasta las eras de El Provencio para evitar las exacciones de los Castillo Portocarrero. Entre ambos contendientes se debió llegar, en los primeros años de la década de 1520, a acuerdo, que no era sino reforzamiento del poder señorial de los Castillo Portocarrero tras la guerra de las Comunidades, con la obligación de los labradores de ceder una oncena parte de su cosecha a don Bernardino del Castillo. La solución vino después de pleito entre los provencianos y don Bernardino del Castillo Portocarrero, sustanciado en la Chancillería de Granada, que reconocía a los provencianos a sacar sus mieses del donadío y a don Bernardino cobrar un onceno de cada fanega cosechada. Las relaciones con los labradores de Las Pedroñeras también se enturbiaron. Era un punto de inflexión que acababa con una época, en la que santiagueros o pedroñeros se consideraban un mismo pueblo, como hermanos y revueltos se decía (de hecho, era común que los pedroñeros hicieran un alto con sus mulas y carros en Santiago, donde, convidados, comían en común), y en la que no se conocían fronteras. Hacia sus dos montes de encinas, el viejo, en el camino de las Pedroñeras, y el nuevo, en el camino de La Alberca, acudían los convecinos a por la bellota, y hacia la dehesa de Majara Hollín y sus humedales habían acudido hasta los años veinte los provencianos, los pedroñeros y sanclementinos con sus carretas para recoger la masiega empleada para rellenar los colchones de sus camas, mientras sus mulas pacían, o para buscar espárragos entre las primeras viñas plantadas. Ahora, Majara Hollín se desecaba, sus ganados se perdían y lo que era dehesa santiaguera era objeto de disputas entre provencianos y sanclementinos por su control. Entre los provencianos que compraban tierras en Santiago el Quebrado destacaba Julián Grimaldos, además del citado García Sánchez, y otros como Pedro Sánchez de Bartolomé Sánchez que se dedicaban a romper los llecos en el camino de La Alberca, que se avinieron a pagar el onceno a don Bernardino, según recogía el testimonio de un labrador provenciano que andaba entre su pueblo y Santiago para recoger limosnas para el ermitaño que guardaba la ermita de Santa Catalina. Mientras El Provencio y Las Pedroñeras crecían en la década de los treinta, con trescientos diez y ciento ochenta vecinos, respectivamente, Santiago de la Torre apenas si llegaba a los veinte. El empuje roturador de los vecinos de Las Pedroñeras se centraba en la hoya de Hernán Gil y en el camino de Santiago a Robredillo de Záncara.
Fotografía: Castillo de Santiago de la Torre (Julián López Brox)
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