por Vicente Sotos
II PARTE DE DON AJETE MORADO
Corrían los años cincuenta y en el lugar, de Párroco ejercía don Modesto. Era un hombre de una gran humanidad y corpulencia, de anchas espaldas y andar lento y pausado hablar. Dedicándose de entero a sus feligreses de buena fe. Mientras, en Roma estaba el Papa era Pío XII, también hombre de gran humanidad y de presencia corpulenta. Siempre uno y otro al parecer bien alimentados por esos devotos y seguidores fieles.
Solo se le puede hacer un pero a don Modesto el no poner en conocimiento de su jefe hechos y milagros de nuestro paisano Ajete Morado, tengo que decir en su descargo que él tampoco acudía a misa muy a menudo, le gustaba quedarse en la puerta jugando a las cuatro esquinas en la efigie del aviador.
Las malas lenguas comentaban que todas las tardes del invierno y todos los tardes del verano se las pasaba jugando al póker en casa de don José María Mendizábal, familiar de aquel ministro que en (1836) intentó que la Iglesia pusiese a disposición del pueblo todos los bienes para que pasasen a ser productivos en vez de tenerlos abandonados y eriales. Lo que se llamó desamortización de Mendizábal.
Bueno, como decía, las tardes de verano, agua de anisete, y en invierno buen café, y partida de póker,
Tertulias de cinco horas deberían de dejar al párroco agotado y con pocas ganas de hacer llegar a su jefe lo que sucedía en el pueblo. Tenía a don Miguel como segundo, y este sí que era avispado, y listo como él solo, pero ya hablaremos de él más adelante pues merece un capítulo aparte.
Mucha gente pensaba que intentaba convencer a don José María de que arreglara el tejado de la iglesia, que llovía más que en la calle, o por lo menos soltase algún duro para su reparación. Visto lo que después vino esto no sucedió, y lo que sí sucedió es que el hombre crecía más a lo ancho que a lo largo, y no se sabe si fue culpa de esas tardes o de que los mejores pollos en pepitoria del pueblo, pasaban por su mesa dejando las fuentes brillantes y sin que les hiciese falta fregar.
Se cuenta que el sastre del lugar cada vez que tenía que hacerle una sotana tenía que comprar una bobina de tela en Quintanar de la Orden y el hermano Jesús Motilla se la traía en su carromato. El sastre decía que gastaba la misma tela en metros que para hacer la carpa de un circo.
Total que el tiempo pasaba y las goteras no se arreglaban. En sus homilías domingueras don Modesto en el púlpito se lo comían los diablos al ver que la gente cada vez acudía menos, pues al frio y al agua, también se le acumulaba los años.
Cuentan que un domingo de todos los Santos, subido el púlpito empezó el sermón poniendo a los asistentes a punto de parir, culpándoles de todos los males que sucedían y de la culpa de que se estuviesen mojando y pasando frio era de ellos.
No se escuchaba nada más que el aire de Entre Capillas, cuando de repente se siente un chasquido rasgado… y esto don Modesto dice… la… tabla … y todo el mundo empieza a cantar/ una por una es una / una por dos son dos/ y así hasta el diez. Fue este el último sermón de don Modesto, no así de comerse los pollos engordados en los corrales del lugar, y el inicio de don Miguel al mando de la parroquia.
Ya lo dije que este sí, que era listo como un lince, y astuto como zorro.
Un día salía de decir misa y vio a don Ajete Morado jugando a las cuatros esquinas con los chiquetees del pueblo y se le encendió la luz.
Si en la Edad Media se cobraba el diezmo al pueblo, ¿cuál era el motivo por el que él no podría hacerlo? Dicho y hecho. Le salió redondo el negocio
Era la mitad del mes de julio y la báscula llena de carros, galeras, y remoques atiborraos de ajos que los meriñaques llegaban al suelo. Y sin encomendarse ni a Dios ni a la Virgen, de cada carro, remolque, o galera, si los ajos eran pequeños cogía un haz si eran gordos dos haces. Y así fue cómo, tacita a tacita, ese año el que mejor cosechero del lugar fue don Miguel. Así, este sagaz hombre durante cinco años fue el mayor cosechero de ajos.
No se supo lo que costó el arreglo de las goteras, tampoco si sobró dinero, pero como por obra del espiritusanto según los católicos, el tejado quedó como casi todo lo que hace la Iglesia para cien años y un día.
Perdón, pero lo tengo que repetir, sí, señor. Don Miguel informó del milagro que sucedió en el lugar a su jefe de Roma, haciéndole llegar la noticia de que gracias a la familia de don Ajete Morado de Las Pedroñeras las goteras habían desaparecido para siempre.
No se saben los motivos de que colgase la sotana. Unos dicen que en Roma no les gustó; se cree que se extralimitó no cogiendo más ajos de limosna y que se quedó corto.
Otros, que se le fue la mano con lo que le sobró y para disimular se marchó a Valencia de profesor con una chiqueta del pueblo. Sea como fuese, el resultado es que en la iglesia no se tienen goteras y que la deuda la tiene ahora la iglesia con don Ajete Morado por no tenerlo en el altar mayor.
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