Escrito por Vicente Sotos Parra
Esta es la historia de un paisano nuestro, que a pesar de no tener fecha de nacimiento, si os digo que lleva muchos años entre nosotros, que ha hecho que su nombre sea el más representativo de este pueblo, a nivel nacional, ¿qué digo nacional? ¡a nivel mundial! Sí… ya lo habéis adivinado, es el famoso don Ajete Morado.
El nombre le viene de su pueblo Ajete Morado por su color de camisa. Escritores famosos ya hablaron de él desde hace mucho tiempo algunos bien y, otros menos bien por aquello de que se repetía mucho.
Hizo a muchos pobres ricos y, algunos ricos, menos ricos. Así que su historia es larga de contar con claros, oscuros, que ya iremos contando. Nunca se casó y por ese motivo vivió soltero como su padre.
Dejando muchos hijos por el camino, que cada temporada se multiplican. Fue rebelde en su juventud indisciplinado, mal estudiante, pero jamás le faltó el respeto a nadie. De mozo siempre iba y venía de un sitio a otro sin rumbo ni compás, sin dueño, ni bandera, sin Dios, sin fronteras, siendo solo él su dueño.
A veces se presentaba con barbas y hasta andrajoso en su forma de vestir, con unas camisas unas encima de otras y no siempre limpias. Lejos de amedrentarse, él siempre cumplía con lo suyo que era darle el mejor de los sabores que para eso el solo se sobraba.
En cualquier otro lugar tendría un monumento que sobresaliese sobre la torre, así desde cualquier punto en cien kilómetros a la redonda se podría ver su estampa, dejando a la torre en mantillas. Pero ve tú a pedirle a aquellos que amasaron cuartos con él, que aporten unos pocos para hacerlo, y él sigue dándoles alegrías y cuartos.
En el lugar lo infravaloran por hacerles trabajar, ajenos a sus beneficios. Hasta hace poco tiempo solo un cartel de su presencia en la entrada del pueblo. También está en su escudo, desde hace poco tiempo aportado por una vecina que de forma intuitiva lo puso en él. Dando escolta a las perdices. A lo que su corporación municipal lo introdujo de forma oficial. El cartel desapareció con el paso del tiempo y como reponerlo cuesta unos cuartos, los mandatarios pensaron mejor lo dejamos en el escudo que de ahí ni se cae ni se desgasta con el paso del tiempo. ¡QUÉ GANAO!
Recuerdo el año que corrió en la vuelta ciclista de las fiestas. Al ser un tío mañoso donde lo pusieras y, en lo que se pudiese hacer, nunca le fallaron las fuerzas y las ganas. Eran tiempos de Federico Martin Bahamontes, el Águila de Toledo.
Resulta que ese año quiso participar en esa vuelta en bicicleta, y ni corto ni perezoso, de las “tahúllas”, de una galera abandonada nadie sabe el tiempo, le quitó las dos ruedas de delante y de la lanza cortándola en tres trozos se hizo el cuadro, con una poca ayuda del hermano Maltempla se montó la bici más hermosa y robusta de toda España.
Por aquel entonces Félix Chorrila del lugar y, muchos forastero se reían de él y de su bici, y de sillín para no desperdiciar nada el percance de la “galera”. Bien, entonces se le daban dos vueltas al circuito que se hacía desde la salida del cementerio a Las Mesas, y subiendo dos veces la cuesta del Pepito.
Bueno, digo carretera por no decir calvario de camino de baches, en donde se metían las ruedas, y no salías si no te sacaban tirando de ti como si estuviesen sacando agua de un pozo. Las piedras como ruedas de molino, y las pequeñas “pernales” y por donde mejor estaba, los guijarros abundaban uno junto a otro que parecían que fuesen en procesión. ¡Vamos, una autopista! Ya sabéis el dicho ese, de las bicicletas BH a cada pedalada un parche. Y de las Orbea a cada pedalada se te estropea.
Don Ajete Morado con sus ruedas de “galera” y su cuadro de la lanza. Al principio le costó un poco adaptarse al terreno y adelantó a unos cuantos, pero perdió la cuenta de las veces que pasó por meta.
Se me olvidó decir que llevaba dos agueras con dos cántaros llenos de agua y, de piñones, dos “garruchas” de la cooperativa con dos “tomizas” de cadena por lo que no necesitaba frenos, y de manillar la “esteva” de un arado.
Ya en la primera vuelta hubo quien lo doblaba no sin antes haber pinchado una docena de veces. Y las ruedas sin rayos con el manillar en la mano y el cuadro de la bicicleta en la otra.
Cuando Don Ajete Morado los pasaba los miraba con un poco de sorna, y diciendo para sus adentros (joderos que yo no pincho) ni se me rompen los rayos, ni se me sale la cadena, y a la hora de beber agua, la mía es del cántaro de las aguaderas.
Si ya se lo que estáis pensando, no ganó, pero le faltó poco.
Así en la última vuelta subiendo la cuesta del Pepito, cuando desde el bar El Fideo, cuatro cazurros le dijeron: ¡Que la vuelta ya ha terminaooo…que ya ha terminaooo!...orgulloso les contestó… ¡entodavía voy… fencooo… en todavía voy… fencooo! Fresco, lo que se dice fresco no llegó a la meta. Pero de su hazaña en el lugar nadie se acuerda. Fue don Ajete Morado hijo de Las Pedroñeras.
No ganó nunca la carrera de su lugar, pero nunca jamás nadie corrió en una bicicleta como la suya.
Y eso, amigo mío, es digno de que se diga y se tenga en cuenta. En este lugar acostumbrado a ensalzar y subir a los altares a cuatro mocosos que le dieron patadas a una pelota de trapo.
Continuará...
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