por Pedro Sotos Gabaldón
Eran los años cincuenta cuando tuve el honor de conocer a don José María Mendizábal. Fue en los tiempos de recolección de la uva. Mandó reunir mano de obra para ir a vendimiar al Casar de la Guardia (Toledo), con la restricción de que debían de ser muchachos jóvenes y dispuestos a salir a trabajar fuera del pueblo. Yo me presenté junto a otros muchos. Éramos chavales y el de más edad no pasaba de los trece años.
Llegó el día de partir hacia el Casar de la Guardia, y nos montamos en un remolque tirado por un tractor en el cual íbamos todos muy contentos, como si fuésemos a la feria. Llegamos al Casar, que era tan grande que parecía un pequeño pueblo, ya que estaba formado por un conjunto de viviendas para varias familias. También había grandes almacenes para guardar el trigo (era imposible poder calcular la cantidad de trigo que allí había). Tenía cientos de hectáreas de terreno las cuales cultivaba para la siembra del trigo (en cierta ocasión ya comenté que fue el mayor cosechero de trigo en España). Además, también tenía grandes extensiones de viñedos. Toda la cosecha de uva la elaboraba en el Casar, ya que allí tenía su propia bodega.
Nos recibió con mucha amabilidad y estuvo unos minutos charlando con nosotros, y a su encargado le dijo que fuésemos bien atendidos (se interesó como si de un padre se tratara). El encargado nos acercó al pabellón donde íbamos dormir. Me acuerdo de un día, a solispones (al ponerse el sol), que allí se presentaron dos "maletillas" con sus trastos del toreo; se les veía acercarse por el camino y al llegar pidieron alojamiento para poder pasar la noche. El encargado fue hablar con D. José María Mendizábal para comunicarle que había dos chavales que pedían pasar la noche. D. José María Mendizábal salió para saber qué deseaban y quiénes eran. Les preguntó que a dónde iban, y ellos contestaron que a Madrid, que eran "maletillas". Se interesó por ellos y les preguntó si ya se habían puesto el nombre de guerra, o sea, el nombre artístico, a lo que contestaron que sí (no me acuerdo del nombre que le dijeron). Les pidió que dieran unos pases al aire para ver comprobar su arte, y les dijo una frase: "No sois muy altos, pero os estiráis tanto, que os hacéis grandes". Aquello nos provocó una gran risotada a todos nosotros.
Les dijo que a él le gustaban los toros y les deseó mucha suerte, Entonces se echó mano al bolsillo, sacó la cartera y les dio a cada uno veinticinco pesetas (en aquellos tiempos era un dineral). Luego se despidió diciéndoles que esperaba ver en los carteles anunciadores su nombre de guerra, y que iría a verlos. Durmieron con nosotros, y al alba continuaron su viaje a pie hacia Madrid.
Les voy a narrar una anécdota curiosa que sucedió estando nosotros allí. Un día D. José María Mendizábal se presentó con el JEEP donde estábamos vendimiando y les dijo a los capataces que nos reunieran a todos porque quería hablar con nosotros. Nos preguntó la edad que teníamos, y por edad nos fue nombrando. Yo estaba entre ellos, y nos hizo subir al JEEP y nos llevó al Casar. Allí estaban los criados (como se les llamaban entonces). Nos estaban esperando pues así se lo había pedido el Señor (que era como le llamaban). Delante de ellos tenían el armazón con los cuchillos de la cosechadora, de unos cuatro metros de anchura. Les estaba siendo complicado pasarla por las portás, ya que era unos centímetros más ancha. D. José María Mendizábal, que anteriormente les había observado, les había dicho que lo dejaran hasta que él volviera. Nosotros bajamos del JEEP y les dijo a sus criados que se estuvieran quietecitos (estos criados vivían allí con sus familias dándole servicio a D. José María Mendizábal desde hacía más de treinta años; eran hombres de entre cuarenta y cincuenta años). Se quedaron asombrados sin saber lo que pretendía hacer. D. José María Mendizábal, se nos acercó y nos dijo: "¡Venga! Vamos a pasar este armatoste ya que no han sido capaces ellos de hacerlo". Nosotros éramos siete, nos mandaba a un lado del armatoste como él lo llamaba, y con mucho esfuerzo lo movimos un poco; luego nos mandaba al otro lado del susodicho armatoste y, de esta manera, constantemente, y así, logramos meterlo como medio metro, pero bueno, logramos introducirlo. Fue muy laborioso pues el armatoste rozaba en los marcos de las portás. Realizado el trabajo, se dirigió a ellos y les dijo: "¡Ya está hecho!"
Miró fijamente a los ojos de los criados y nos subimos al JEEP, quedando ellos avergonzados.
D. José María Mendizábal, era muy enérgico, serio y muy firme y le gustaban las cosas bien hechas. A don José María Mendizábal, a mi humilde entender, lo vi un hombre muy respetable, que tomaba decisiones con mucha firmeza; hombre duro, pero, al mismo tiempo, amable y flexible. Su comportamiento con los obreros era muy educado y nos preguntaba muy a menudo cómo nos iba, pues todas las mañanas se acercaba y tenía unas palabras con nosotros.
Teníamos una cocinera. Esta mujer era del pueblo y su marido era capataz. Esta mujer cocinaba como los ángeles. Todos los días teníamos guisado caliente, el típico guisado de patatas con pollo o con conejo. Por la mañana nos llevaban huevos, cocidos, queso o sardinas; nos trataban muy bien. El amo ya había dado orden delante de nosotros al ama de llaves en cuanto llegamos de que se nos tratara bien. Allí lo que decía D. José María Mendizábal se hacía, como no podía ser de otra manera. Hay que hacer notar, de que era digno de ser considerado de todo elogio ya que a todos los empleados los tenía dados de alta en la Seguridad Social, pagándoles a todos la cuota mensual y dando ejemplo, así, a todos los grandes terratenientes del pueblo.
Fue una experiencia muy grata que ha quedado indeleble en mi memoria. Pensé que no estaría mal dejarla por escrito y compartirla con vosotros. Espero que os haya, al menos, entretenido. También quise hacer un bosquejo a modo de pequeña semblanza de la figura de este propietario que fue un conocido ministro y de Las Pedroñeras.
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