El otro día (y hablo del 27 de julio de este 2018) se presentó en la huerta una ardilla. No solemos tener muchas visitas por allí y hay poca variedad de animalitos: las moscas son los más comunes, aunque se unen a ellas gran cantidad de insectos, como avispas, abejarrones, mariposas (este año he visto dos preciosas, por cierto), mantis religiosas, escarabajos, hormigas, pulgón, mosquitos y fauna de ese estilo. También acuden maricas, grajos, golondrinas al caer la tarde, así como oncejos (vencejos) que ya a estas alturas han desaparecido: dicen que para Santiago van quedando pocos. En fin, también pasan por aquí a veces otras aves cuyos nombres desconozco, y pienso en algún águila, halcones y otros que algún año se han parado por aquí sin aviso. Siempre está bien que visitas inesperadas rompan la monotonía de esas tardes de lectura, trabajo (nunca falta) o estudio, y algún baño. Esta de la ardilla ha sido de lo más inusual y venturosa, pues nunca en más de 30 años ha acudido ninguna por estos pagos: conejos, culebras o ratoncillos sí que hemos visto algunos (y lagartijas autóctonas a montones, junto a algún lagarto ocasional), pero ¿ardillas? De estas, ni una. Se habría perdido o descarriado del grupo, porque estaba ella sola. Tampoco ha tardado demasiado en irse. Pero os cuento.
Ese 27 de julio llegué a la huerta, yo solico, a eso de las 17:00 o algo antes. Al entrar, reparé en que había sobre el suelo un almendruco (ahora están en su punto) cuya corteza, aún verde, estaba roída, aunque solo la mitad de ella. Algún ratón, pensé. Mediaba la tarde cuando comencé a escuchar un sonido extraño y, al levantar la cabeza, observé que caían de uno de los almendros (o almendrucos) como hojillas, como trocitos de algo. Me acerqué y ¡jolines!, para mi sorpresa vi que se trataba de una ardilla. No sabía cómo reaccionar: ¿espantarla? ¿observarla? Hice esto último, y no tardé en acudir por el móvil para tomarle unas fotos. La ardilla no parecía tener ningún miedo. Se dejaba fotografiar sin inmutarse e incluso cuando me acerqué a una corta distancia. Ella iba a lo suyo, comiéndose uno tras otro los almendrucos que este año son abundantes (no es lo normal). Su capacidad y rapidez para roer la corteza y la cáscara y comerse inmediatamente la almendra era alucinante. Parecía una trituradora. ¡A este paso no deja uno!, pensé para mis adentros. Pero al rato, después de comerse 4 o 5 de esos deliciosos bocados, bajó del segundo árbol y huyó hacia uno de los pinos que tenemos allí plantados. Se posó en una rama para hacer la digestión y, por supuesto, se dejó fotografiar la muy coqueta (quizá estaba un poco asustada, no acostumbrada a la pasarela).
Al día siguiente comprobé que había en el suelo nuevas cáscaras de almendrucos comidos, por lo que deduje que nuestra amiga seguía allí. Encantado estaba yo de tener esa nueva compañera de tarde a mi lado. No pude verla por los almendros, así que me acerqué a los pinos, pero tampoco parecía estar por allí. "Esta nos ha dejado", pensé. Ya avanzada la tarde la vi caminar por la copa de estos árboles, lo que me alegró, porque ya había pensado que se habría largado sin despedirse, a la francesa. Volví yo a mi asiento, tomé el libro que llevaba entre manos y seguí con mi lectura bajo un almendro. Al rato vi, asombrado (pues no la había visto llegar) que caían de ese mismo árbol como miguitas de arriba. Era ella, y ahí estaba de nuevo tomándose su ración de almendras ("¿no querrás también una cerveza?", le insinué). Esta vez cogí el móvil y no me conformé con tirarle unas fotos, sino que la grabé en vídeo.
En vistas de que parecía haberse instalado definitivamente en la huerta, no tardamos en buscarle un nombre. Se me ocurrió Almendrita, pero mi hermano, siempre tan sagaz, sugirió que mejor sería Almendruca, nombre este que parecía más conforme al habla del terruño pedroñero. También, en la conversación por whatsapp, había dicho que en la huerta, con los árboles cargados de fruto, había hallado una mina. ¡Mina!, me dije, tampoco sería mal nombre (me recordaba a un personaje de mis infantiles lecturas en el libro de Senda). Luego mi padre sugirió que, pues el nombre oficial de la huerta era "del Quico", que podíamos ponerle Quica. Nos gustó a todos. El problema es que el día 29 de julio, Quica no aparecía ni muerta ni viva. Tampoco lo hizo después. Quica había huido. No sabemos nada de ella. Se busca, amigos. Lo mismo se ha largado a otra huerta, o al parque de los Viveros. Ella no sabe que se llama Quica y, por lo tanto, no responde a ese nombre. Tampoco es nuestra, pues es libre. Si regresa alguna vez, aquí la acogeremos. Solo nos ha quedado de ella un buen puñado de fotos y estos dos vídeos que he querido compartir con todos vosotros. La calidad de estos últimos es tirando a pésima, pero es lo que hay. Espero que os guste. Con las imágenes y los vídeos yo solo he querido dejar memoria de esta pequeñaja que me han alegrado las dos tardes de este mes de julio que, ¡adiós!, también se ha largado ya... para no volver.
Vídeos
(día 28 de julio)
(día 28 de julio)
Fotos del día 28 de julio (como las anteriores)
Día 27 de julio
Más tranquila que el tío Ríos.
Se movía por las ramas de los almendros como... una ardilla (así cualquiera).
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