Sobre
el CANCIONERO POPULAR DE LA MANCHA
CONQUENSE , de Ángel Carrasco
Pedro C. CERRILLO
(Universidad de Castilla-La Mancha)
Hoy decimos
que el saber, la cultura y las historias se encuentran en los libros, es decir
escritas. Pero nos olvidamos que, durante muchísimo tiempo, los hombres no
dispusieron de libros que pudieran guardar todo eso. En esos momentos, los
pueblos y los hombres guardaban en la BIBLIOTECA de la MEMORIA lo que les
ocurría, lo que les contaban o lo que sabían, y lo transmitían de boca a oído a
los demás hombres y a los demás pueblos.
Durante muchos siglos, en toda Europa la LITERATURA que llegaba
a la mayoría de la gente era la
ORAL , porque la literatura escrita se hacía en latín, una lengua que solo entendían
los clérigos y algunos nobles. Pero cuando el castellano sustituyó al latín
como lengua escrita, a partir de los siglos XII y XIII, la mayor parte de las
historias se seguían transmitiendo oralmente, porque la mayoría de la gente no
sabía leer y porque lo que se escribía se hacía “manuscritamente”, es decir a
mano, libro a libro, ya que no existía un procedimiento que permitiera
reproducir los escritos en serie, algo que se subsanaría con la invención de la
imprenta, pero más adelante, a mediados del siglo XV. Antes de que llegara el
famoso invento de Gutenberg, floreció en España una importante literatura de
transmisión oral, que fue muy popular en la Edad Media ,
representada, sobre todo, por los cantares
de gesta y por los romances. Los
primeros contaban qué estaba pasando en una España que quería reconquistar sus
territorios a los árabes, y cuyas gentes deseaban saber qué batallas ganaban
sus héroes (como el Cid). Cuando la Reconquista estaba finalizando, el interés por
los cantares de gesta se fue perdiendo. Eso no ocurrió con los romances, que pervivieron durante
cientos de años propiciando, incluso, la aparición de nuevas composiciones que,
en ocasiones, tienen su origen en ellos; en el segundo volumen del libro que
hoy presentamos podemos encontrar estupendos ejemplos.
En este Cancionero Popular de la Mancha conquense de
Ángel Carrasco, en estas casi mil páginas magníficamente editadas por la Diputación Provincial ,
hay un enorme y callado trabajo de recopilación y de fijación filológica: casi
4.000 composiciones (la mayoría de ellas en el primer volumen: composiciones de
arte menor para recreos y escenificaciones, bailes o acompañamiento de trabajos
de campo; el resto: romances, mayos, oraciones), todas ellas de la Mancha conquense, sobre
todo tomadas de informantes de Las Pedroñeras.
Trabajos como este de Ángel Carrasco, que recuperan para la
memoria de la colectividad, una parte importantísima de la cultura popular,
debieran de ser una prioridad en nuestra sociedad, tan preocupada por las
nuevas tecnologías, que son –quizá ya– imprescindibles, pero que se imponen con
toda naturalidad, sin necesidad de ayudas extraordinarias. Es nuestra
responsabilidad, como miembros de una cadena social, procurar que nuestra
cultura tradicional perviva, de modo que nuestros herederos puedan entender
cómo funcionó el mundo de sus antepasados, que no fue malo del todo, y que
aportó buenas dosis de sensibilidad, de emoción, de sentimiento, de pasión o de
humor.
La literatura oral
plantea unos cuantos problemas que afectan a su supervivencia: la anonimia, las
pérdidas en el proceso de transmisión, la indeterminación de los orígenes
exactos de cada obra, la existencia de distintas variantes de una misma
composición o las diferencias entre las recopilaciones escritas que de una
misma obra se han podido realizar. Lo que sucede también es que, consustancial
a esta tradición, y a la par que sus problemas, los cambios y los añadidos que
se producen (incluso, a veces, las pérdidas) enriquecen muchas de estas composiciones.
Lo que algunos pueden ver como restos arqueológicos de
promociones de gentes anticuadas, es un parte esencial del basamento en que se
sustentó el conocimiento, la vida cotidiana, las fiestas o las emociones de
millones de personas que nos precedieron, que hablaban nuestra misma lengua y
que vivían en la misma tierra. Ni antigüedad frente a modernidad, ni
progresismo frente a reacción. ¡Cultura viva de ayer y de siempre!
Cierto es que las costumbres cambian, que la vida de las
colectividades mejora, que las relaciones entre las gentes se favorecen, que
pocas personas se quedan ya aisladas cuando nieva en la sierra, que todos los
adolescentes tienen cerca de su casa un instituto para estudiar el
bachillerato, o que nunca ha existido tanta facilidad para que todos puedan
acceder a la Universidad.
¡Así debe ser! Pero esas mejoras no tienen por qué levantar un muro que
imposibilite que veamos lo que de bueno, propio, histórico, tradicional y
popular existió en otros tiempos.
Hoy, en este tercer milenio, formando parte de la llamada
"aldea global" que gobiernan las nuevas tecnologías de las
comunicaciones, muchos creen que estas tradiciones literarias de que hablamos
son reminiscencias de una cultura caduca, o anécdotas graciosas de una historia
colectiva que ya ha finalizado. No sé si están equivocados; quisiera seguir
creyendo que esta tradición, como casi todas las tradiciones populares son
mucho más que eso: una necesidad y un valor esenciales en la vida del hombre y
en sus relaciones sociales y culturales. En cualquier caso, lo mínimo que
podemos hacer es recoger esos materiales y fijarlos; con ello estaremos
propiciando, aunque con mucho esfuerzo –sin duda–, la conservación de una
tradición popular cuyo conocimiento va a enriquecer el conjunto de nuestra
cultura.
Con publicaciones como esta, que es fruto de muchos años de
trabajo de su autor y que la
Diputación de Cuenca ha tenido la sensibilidad de editar, se
corrobora la idea de que debemos insistir en el empeño de conocer mejor esta
literatura de tradición popular, porque somos responsables de su conservación y
difusión, aunque ahora solo podamos cumplir esa responsabilidad por la vía
culta de lo escrito, frente a la popular de lo oral, que es la que, por
naturaleza, le es propia.
Las transformaciones sociales, los grandísimos avances de
los medios de comunicación de masas y los cambios de costumbres que se han
producido en nuestra colectividad, así como en otras muchas colectividades de
todo el mundo, han propiciado también un cambio en los modos de expresión. Pero
las tradiciones no han cambiado mucho, lo que sí han cambiado han sido los
hábitos. Los cambios en las comunicaciones y, con ellas, en los núcleos
poblacionales tanto rurales como urbanos han sido determinantes para que la
literatura popular perdiera una buena parte de su pujanza. Por ejemplo, en la
vida cotidiana de las modernas ciudades actuales, los niños y niñas no tienen
los mismos espacios para jugar que antes; o las tareas agrícolas han variado
sustancialmente perdiéndose algunas tradiciones que iban aparejadas a una
manera concreta de realizarlas. Además, no solo la televisión con su particular
tiranía, también el vídeo, el DVD, el ordenador, los juegos electrónicos o
internet ofrecen alternativas lúdicas muy atractivas que compiten, casi siempre
con ventaja, con los juegos tradicionales, con las canciones o con los cuentos.
Hoy, bien iniciado ya el siglo XXI, vivimos un renacimiento
de la oralidad, aunque en formas distintas a las que practicaron nuestros
antepasados; es una oralidad derivada, por un lado, de la puesta en práctica de
las nuevas tecnologías (teléfonos inalámbricos y móviles, televisión por
satélite y por cable, videoconferencias, contestadores automáticos, skype,...);
y, por otro, de una cierta necesidad social de aireamiento de las miserias
humanas, tanto por parte de personajes públicos como de personas anónimas, que
aprovechan las numerosas oportunidades que les brindan las emisoras de radio y
las cadenas de televisión para relatar todo aquello que pertenece a la
intimidad.
Y, sin embargo, cuando esto sucede hoy en casi todo el
mundo, la literatura oral, aquella primitiva oralidad, casi ha desaparecido por
completo, porque la mayor parte de las sociedades ya no tienen, entre sus
hábitos, la práctica de la misma.
En las sociedades desarrolladas, como la nuestra y las de
nuestro entorno, además de la influencia de los nuevos y poderosos medios de
comunicación, han sido muy importantes las consecuencias que ha tenido el
progresivo despoblamiento del medio rural y la notable mejora de las
comunicaciones, con las consiguientes concentraciones de población en los
grandes centros urbanos, en los que la configuración de los espacios ha
cambiado radicalmente. De todos
modos, todavía hoy se siguen interpretando colectivamente, aunque no con la
misma intensidad, determinadas composiciones, sobre todo sonsonetes o canciones
infantiles que suelen acompañar ciertos juegos, así como romances, casi siempre
con motivo de ocasiones muy particulares, como la llegada del mes de mayo. La
lectura de estos dos generosos volúmenes lo podrá confirmar.
Volver a tener una tradición oral pujante es hoy un sueño
casi imposible que dificulta, por tanto, el enriquecimiento de la propia
tradición con nuevas incorporaciones. Pero nuestra responsabilidad, como
herederos de este importantísimo acervo cultural, debe llevarnos, al menos, a
intentar que no se pierda lo que aún queda. La única manera de hacerlo es,
aprovechándonos del invento de la imprenta, fijar por escrito algo que, sin
embargo, nació para ser dicho y escuchado. Afortunadamente, en España, desde el
siglo XVI y hasta hoy mismo, se han realizado muchos trabajos de recogida y
fijación de estos materiales, que han hecho posible que todavía podamos
conocer, aprender y disfrutar cuentos, juegos, leyendas, canciones y retahílas
de variado tipo, un patrimonio que, aunque inmaterial, es valiosísimo. Con
estas fórmulas de perpetuación, estas composiciones pueden perder parte de su
encanto, como dice el propio Ángel Carrasco en su libro, pero servirán para que
otras personas, más jóvenes, puedan jugar, rondar, cantar, emocionarse,
conmoverse, entristecerse o reírse con aquello que a sus abuelos podía
conmover, emocionar, entristecer o hacer reír.
Todos los españoles, aunque algunos ya no lo recuerden,
hemos participado –en diversos momentos de nuestras vidas y con más o menos
intensidad– en esa sorprendente cadena de transmisión oral que, de boca a
oído y de oído a boca, ha hecho posible la pervivencia de canciones,
retahílas, cantinelas, fórmulas y sonsonetes. Bisabuelos, abuelos, padres,
hijos, nietos y bisnietos han podido, de tal modo, reír, cantar, saltar,
dormir, celebrar, acunar o decir las mismas composiciones, protagonizando, día
a día, el “milagro” de la tradicionalidad.
Con estas composiciones populares que, magníficamente
ordenadas, nos ofrece Ángel Carrasco, los más veteranos podremos recordar la
magia de un lenguaje, la emoción de unos juegos y la música de unos versos que aprendimos
de boca de nuestros mayores. Y los más jóvenes podrán sentirse partícipes de
algo que pertenece a su colectividad, con la satisfacción de haber cumplido con
la responsabilidad de continuar la cadena hablada que garantiza su pervivencia
a través del tiempo. ¡Gracias por hacer posible esta publicación!
[Este libro fue presentado en Cuenca en diciembre de 2009. En aquella ya antigua presentación intervinimos el ya fallecido (y recordado; murió en julio de 2018) Pedro Cerrillo (catedrático en la universidad de Castilla-La Mancha), Santiago Vieco (diputado provincial) y uno mismo]. Fue publicado también en el periódico local Pedroñeras 30 Días, número 99, de enero de 2010.
[Este libro fue presentado en Cuenca en diciembre de 2009. En aquella ya antigua presentación intervinimos el ya fallecido (y recordado; murió en julio de 2018) Pedro Cerrillo (catedrático en la universidad de Castilla-La Mancha), Santiago Vieco (diputado provincial) y uno mismo]. Fue publicado también en el periódico local Pedroñeras 30 Días, número 99, de enero de 2010.
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