por Vicente Sotos Parra
He querido hacer un homenaje a los que tuvimos abuelos y a los que somos abuelos después de haber sido padres.
También a los hijos/as para que su figura se les tenga en el pedestal del que no se pueden tocar. Más pronto que tarde ellos /as ocuparemos su lugar.
Esto le paso a Felipón cuando, con seis años, vivía con su abuelo y con su madre en la casa del abuelo que suplía la parte paterna de la cual carecía.
Felipa se tuvo que poner a servir en la Casa el Cristo, pues con lo que se casaba de los pizcajos de tierra del abuelo, malvivían y no les daba para comer a los tres, no teniendo más remedio que dejar a Felipón a la custodia de su abuelo.
Abuelo y nieto visitaban los pizcajos. Como iban los dos solos, salían temprano del lugar, llegando al piccajo de tierra de Las Canteras con la salida del sol.
Durante el trayecto, tanto en la ida como en la vuelta, eran objeto de todo tipo de comentarios por parte de gente del lugar que hacían ese recorrido, por aquellos caminos fangosos en invierno y polvorientos en verano.
La burra del abuelo, ya vieja, se llamaba Luna por su pelaje blanco, e iba con las fuerzas justas para llevar las alforjas y el cántaro de agua para el día.
Los carros y las galeras les solían adelantar ya que sus mulas y borricas eran más jóvenes y briosas que la de el abuelo de Felipón; y también los que las mandaban tenían brío para arrearlas. Esto no fue impedimento para poder escuchar los diferentes comentarios que una vez adelantados se escuchaban.
Iniciaron el camino los dos andando a Las Canteras. Les adelantó un carro tirado por dos borricas.
Llevando la borrica del ramal, se escuchó decir con cierto mohín burlón:
---Mira una burra, un borrico y un borrucho.
Otro día de camino a la Casa el Aire, yendo Felipón subido en la borrica, escuchó:
--Tendrá poca vergüenza el zagal, que tiene una pachorra, va montado en la borrica y el pobre del abuelo con más de setenta años va andando. ¡Qué pachorra tiene!
---No sé dónde vamos a parar, un par de hostias es lo que necesita el chiquetee.
El abuelo se cansaba cada día más y pensó que los comentarios eran razonables. Ahora le tocaba al chiquete andar, subiéndose él en la borrica, de camino a la Isilla.
---En esto les adelantó con su galera flamante y sus mulas coloras, Pedro el Meseño.
---- ¿Va cómodo usted hermano?
----- ¡No voy mal, hermoso, las rodillas que ya no me las siento!
Apenas si llevaban unos metros recorridos, el abuelo escuchó los cuchicheos:
----Mira el hermano que sinvergüenza, con lo fuerte que parece y lleva a la pobre criatura andando ¿Qué pensaría la Felipa si lo viese?---dijo Pedro.
---- ¡Como si no pudieran ir los dos montados!----apuntó otro que les adelantó.
Viendo a su nieto que el pobre no podía con sus albarquejas, por el cansancio y el calor, se montó con él en la borrica. En efecto, el abuelo se dio cuenta que la borrica aguantaba el peso de los dos.
Así lo hicieron de vuelta al lugar. Al llegar al Pozo Nuevo tres chismosas comadres que estaban dándole a la de sin hueso, los pusieron verdes a los dos por cargar a la borrica con sus cuerpos.
¿Amooos, no les dará vergüenza? Los dos subidos en la borrica con la calorina que está cayendo, pobrecico animal, lo van a reventar.
El criticar sale de balde.
(CHASCARRILLO)
Felipón y su abuelo,
con la borrica del ramal,
quisieron y no pudieron
a todo el mundo conformar.
De todas las formas lo intentaron,
y de todas les salió mal.
Haz aquello en lo que creas,
sin pensar, en lo que dirán.
(Continuará)
¡Cuánto tiempo ahorra el que no se da la vuelta constantemente
para ver lo que su vecino dice, hace o piensa!
(MARCO AURELIO)
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