AL ABUELO DE FELIPÓN con otras historietas que te harán reír (capítulo 31) | Las Pedroñeras

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domingo, 27 de marzo de 2022

AL ABUELO DE FELIPÓN con otras historietas que te harán reír (capítulo 31)

 

 

por Vicente Sotos Parra



A tantos otros que pasaron por este bendito lugar en aquellos tiempos de penurias  y de trabajo de sol a sol, arañando la tierra, y regándola con su sudor. ¿Qué los esfuerzos del presente tendrán fruto mañana? Toda la vida pensando en los hijos, y lo poco que pensamos los hijos en los padres. Que se siembra para recoger los frutos, siempre ha sido así, y así seguirá.

La inmensa tristeza que sentía sentado en la banca. El abuelo con paso lento, sostenido por una vieja garrota, se acercaba a la ventana viendo jugar a su nieto y al resto de chiquetes apedrearse, a la vez que se le apaga la vida. Todo después de haber sembrado toda su vida el esfuerzo por los hijos y, al final, verse solo al cargo de un nieto con solo unos años. Un desierto inmenso de soledad, con un destino seguro, el cementerio.

El abuelo de Felipón tuvo ocho hijos en aquellos tiempos de guerra y postguerra civil, de tres mujeres diferentes, que a su vez aportaban hijos/as, sobreviviendo a las tres mujeres. En tiempo y hora cada uno se fueron casando, quedando solo Felipa como todos sabemos, soltera, y madre de Felipón.

Una vez casado el último de los hijos, el abuelo cerca ya de los ochenta años se defendía con lo que sacaba de los cuatro piscajos de tierra, una borrica vieja y un carro con las lanzas agrietadas, torcidicas por el paso del tiempo, y con la mitad de los barandales rotos.

Fueron pocos los años que pudo aguantar pues la edad no perdonaba.  

Felipa se puso a servir en la Casa el Cristo para poder darle de comer a su padre y a su hijo, esto lo llevó al abuelo a hacer la repartición de los cuatro piscajos de tierra de entre los ocho hijos/as.

Decidieron entonces ponerlo a semanas, como era costumbre en aquellos tiempos en la Mancha. El abuelo les dijo a sus hijos/as, que de su casa no salía si no era con los pies por delante, y que de un lado para otro como un trasto viejo, estorbando allí donde lo pongas, nada de nada.

Así, cada semana cambiaba de compañía el abuelo. Se tuvo que tragar sapos, pues tenía de todo, desde las nueras que se lo hacían de buen gusto, hasta las que por puro compromiso acudían de mala gana. Los hijos trabajaban de sol a sol. Cuando llegaba la noche había pocas ganas de ir a ver al abuelo. 

A la luz de la bombilla de 125 voltios que había sobre el techo, el abuelo le contaba las historietas de juventud sentados en la banca heredada de los padres del abuelo, que nadie sabía de sus años y todos la querían por su robustez.

La lumbre no se apagaba, Felipón le arrimaba las ascuas y las cenizas para que la comida se hiciese a fuego lento, cuidando de que no se saliese el caldo para después añadirle el puñaete de arroz.

Felipa le regaló un aparato de radio Marconi de la Flecha de Oro que le hacía compañía y lo que más le gustaba eran los discos dedicados. Rafael Farina era su favorito. De Antonio Molina decía que era mariquita cantando. A sus nueras les gustaban los seriales de entonces. Matilde, Perico y Periquín. El consultorio de Dña. Elena Francis.

Allí en esas noches le contó a Felipón cómo le ganó a un belmonteño al boleo, al estiragarrote, a un meseño, a la barra a un provenciano, y a comerse una sartén de gachas a uno de la Alberca. 

A suplantar a una mula tirando del carro. A la espera del jabalí usando como arma un garrote. Estas historias le hicieron que se aficionase el chiquetee a los tebeos del Capitán Trueno. El Guerrero del Antifaz. Mendoza Colt. Flecha Roja.  El Jabato, etc.  

En la calle Mayor por la casa de la hermana Mima se pasaba muy a menudo Felipón para comprar esos tebeos que con los recados que le hacía a la hermana Luisa, a perra gorda, las juntaba para llegar a la peseta que le costaba el tebeo.  

Una de esas tardes jugando a apedrearse con los demás chiquetes, una de las piedras que tiró Felipón le dio en la cabeza a Aurelio, que vivía puerta con puerta con la casa del abuelo. Allí que llegó su madre toda sulfurosa pidiéndole explicaciones al abuelo, mentándole a su madre, y "como no tiene padre que le regañe pues así está salvaje", ¡Tenían que estar más al cuidado del chiquete!

¡Ea! ¡Mecagüen el copón! ¡Ya me has tocado un palmo más bajo del ombligo hermosa!

"Mira, por si no lo sabías, los chiquetees son así, hoy le ha tocado al tuyo, y mañana le puede tocar al mío. En cuanto a su madre está trabajando para que pueda comer,  y lo de su padre, ya te lo digo yo. Para tener un padre como lo tiene el tuyo que no desunce una chispa cuando ya tiene otra, y te muele a palos día sí y día también, mejor no tenerlo. ¡Ea! Vete con Dios, hermosona.. si no quieres que acabemos en gresca".



(CHASCARRILLO)

Siento pena por los abuelos,

¡qué injusticia tan grande!

Tenerlos tan cerca, a la vez tan lejos,

lo dieron todo por los hijos y nietos.

 

Se siembra para recoger,

se recoge lo que se sembró.

A veces es mucho y bueno,

 otras se perdió, a nacer no llegó. 


Hijos, padres, nietos, recordad

cómo lo hace Felipón a su abuelo.

Llevadlos por bandera siempre,

con honor y con respeto.



La ira: un ácido que puede 

hacer más daño en el 

recipiente en el que se almacena,

que en cualquier cosa

en la que se vierte.

(SENECA)

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