por Vicente Sotos Parra
¡Qué lejanos quedan los años en los que se acudía a esta feria que se celebraba desde el día 29 septiembre al 3 de octubre, que casi se juntaban con la de nuestro lugar!
Quiso Raimundo ese año acudir a la feria de Belmonte, pensando que podría deshacerse del borriquillo Lucero que este ya estaba viejecete, seguro de encontrar algo mejor en esa feria de ganado. El pollino cargó con cuatro varas de dos metros de largo unas mantas raídas, que luego les servirían de sombrajo. En aquel año caluroso, llevaba la albarda y las aguaderas con dos botijos de agua para el camino, a pesar de salir a las cinco de la mañana para llegar pronto hacer el trato y estar en el pueblo antes de que anocheciera. Bueno esta era la idea del tío de Felipón.
Llegaron a las eras de Belmonte y se encontraron con carros, galeras y animales de cuatro patas, de todas las edades y colores. Unos pasturando sobre las espuertas de esparto, teniendo todos los animales en común el movimiento de sus colas para espantar la cantidad de moscas, pues los excrementos eran abundantes ya no solo de los de cuatro patas, de los de dos también; eso sí, un poco alejados del asentamiento. Le añadimos el humo de los ranchos, el polvo, las plumas de los pollos que se pelaban. Una odisea idílica para hacer negocio que es a lo iban tío y sobrino. Hincaron las cuatro varas en aquella era. Sacando una navaja Raimundo hizo los hoyos para poder clavar la estacas y luego poner las mantas para que les diera un poco de sombra. Raimundo sacó dos panes de las aguaderas, él se comió medio y Felipón no dejó ni migas del pan entero mojando en el pisto. Dejando a Felipón al tanto del pollino este ya no era lo que fue por lo que sus rebuznos eran menos fuertes y más espaciosos.
Cuando casi al medio día acudió Raimundo al sombrajo en compañía de uno de aquellos hombres vestidos más elegantes que el tío (sombrero negro gran bigote garrote en la mano muy suelto y dicharachero en su forma de hablar), los dos se fueron directamente a que Lucero les enseñase los dientes. Este no se resistió a que le miraran lo dientes a pesar de tener hambre. Pero debió de mosquearse algo porque a la tercera vez que le abrió la boca el hermano del sombrero lo hizo forzándole el hocico sin miramiento, cosa que ya le estaba jorobando, cuando le forzó subiéndole a la vez la cabeza de forma brusca y de malas maneras, se le quedó mirando el pollino al del garrote, como queriéndole decir "como lo intentes otra vez, tu familia se merendara una tortilla, que tú le llevarás entre la piernas".
-Payo, este el borriquellooo es muy viejeceteee, tiene treinta años…año arribaa… año abajooo. En cambio la muleja mía es de las mejores de Belmonte, por no decir la mejor, una ganga que dándole de comer y se ponga reluciente te acordarás de mí, payo, toa la vía. Esto te lo juro, payo, por mis muertos. -¿Y esa costra de la parte de atrás? -preguntó Raimundo.
-Te juro que en poco tiempo trota a las cuatro patas por mi muertos… ¡yo te lo juro, payoo! Yo tengo ya compraoro paa... tu burriquillo. El del circo me paga cincuenta pesetas por cada borriquillo como el tuyo… yo te doy cien pesetas por él, te rebajo de las quinientas pesetas a cuatrocientas. ¿Hay trato … payo…? Yo, payo, no te engaño; en tu pueblo vive una familia mía… tú conoces a Nazario… es mi primo, pregúntale.
Que Raimundo pensó "sí, hombre, ahora le voy a preguntar a Nazario por su primo que me quiere vender una mula coja. Y mientras voy y vengo los leones ya han dado cuenta de Lucero.
A pesar de su edad Lucero estaba lustroso bien cuidado con achaques por la edad. En esto estaban cuando el de la garrota y el sombrero quiso darle otra vuelta al pollino y este como si hubiese adivinado la conversación y las intenciones le soltó una coz que no enganchó al de la garrota por los pelos. "Jodíoo el borriquilloo, me cago tu muerto pedazo de mala bestia"
-¡Déjeme con el chiquetee unas horas y ya le digo si hay trato! -dijo Raimundo.
No le costó encontrar a otro tratante a Raimundo. Este otro tenía la misma pinta que el anterior. Lo distinguía del otro un chaleco negro y una camisa de manga corta bien afeitado, más joven, menos parlanchín y con más ganas de hacer trato.
Se acercó a Lucero y le efectuó la misma operación que el anterior forzando a que le enseñara los dientes unas cuantas veces más. A todo esto a Lucero le parecía un choteo el que estos personajes le abrieran la boca con desprecio y sin ningún miramiento… ni una caricia… sin pasarle la mano por el lomo en señal de cariño...
-Hacemos trato, payo, la muleja mía vale seiscientas pesetas. Yo te doy ciento cincuenta pesetas por el pollino.
-Un poco cara me paice la muleja… yo no la he visto levantá, pero me paice que muy buena no es… o esta cansá o le duele algo, -le contestó Raimundo.
- Ay, payo, con el calorcico que hace el animalico anda asfixiao. Tú, payo, no tienes ganas de tratooo. Mira para que te entre las ganas… me das cuatro cientas pesetas y el pollino… y no se hable máaas… ¿Hay tratooo payooo?
Y poniendo una mano sobre el hombro a Raimundo: "Si quieres trato ya sabes dónde estoy y te juro que a la muleja no le pasa naa. Es que con este calor las ganas de estar de pie son pocas".
Así hicieron un alto en el día, comiéndose los cuatro chorizos que quedaban en la hortera, un kilo de tomates refregaos en el pan, debajo del sombrajo que hacía una poca sombra, la suficiente para que el tío y sobrino no les diera en todo el cuerpo el sol que a las tres de la tarde pegaba bien ese día.
Se bajó el tío otra vez a ver si encontraba algo mejor. Y a las cinco de la tarde Raimudo se acerca al sombrajo donde le esperaban su sobrino en compañía del pollino. Otra vez lo primero que hizo el acompañante es tocarle el hocico y levantárselo a Lucero. Este ya mosqueado de tanto levantamiento de morros el animal se los enseñaba nada verlo arrimarse con semblante amenazador.
-Mira, payoo, yo te subo hasta aquí a la muleja para que tú la compares … y te desengañes por ti solo.
- ¡Bien! -le contesto Raimundo.
Allí que llega el tratante con la muleja del ramal… mansa como sola… un poco flaca, de las extremidades bien, que era la gran preocupación, para trabajar, Mientras Raimundo y el tratante regateaban por la cantidad que se le tenía que entregar.
Felipón se le acercó por la parte de delante al animal dándole pequeñas palmaditas en el cuello y luego se le acercó a la cabeza detectando que con un ojo no tenía visión y en el otro tampoco veía bien. El animal casi ciego andaba bien de salud, pero de la vista un ojo tuerto y en el otro con la mitad de vista.
Ya estaba Reimundo preparando para el trato cuando Felipón le llamó y le dijo:
-¡Tío, la mula está casi ciega!
-¡No me jodas, hermosón! -dijo el tío.
-No hay trato -le dijo al tratante Raimundo.
Harto de que lo quisieran engañar le dijo a su sobrino:
-¡Recojamos el hato que nos volvemos al lugar hermosón, que esto esta sembrao de gente con poca honra!
-Tío, nos quedamos con Lucero que más vale malo conocío que bueno por conocer.
En la feria de Belmonte
a Lucero quiso vender.
Le ofrecieron una muleja coja
y otra que no podía ver.
También le ofrecieron una mula
muerta que no se podía mover.
Los leones del circo ese día
se quedaron sin comer.
Al trote por el camino de Belmonte,
juntos contentos vuelven los tres.
"Lucero, eres parte de nuestra vida.
Felipón te quiere, yo no te quiero vender".
La juventud es un regalo de la naturaleza.
Pero la edad es una obra de arte.
(Charlie Chaplin)
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