Jardín de curiosidades sobre el ajo - El prólogo de Antonio Garrido | Las Pedroñeras

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viernes, 18 de enero de 2013

Jardín de curiosidades sobre el ajo - El prólogo de Antonio Garrido



Este fue el prólogo que, a petición propia, confeccionó mi amigo y compañero de departamento Antonio Garrido Carretero, que hoy ejerce en Albacete, pero que pasó por nuestro pueblo una larga y decisiva temporada dejando su huella indeleble (él en los alumnos que tuvieron la suerte de tenerlo como profesor de Lengua y Literatura; y el pueblo en él: no le duelen prendas en decir que se convirtió en su patria chica; todavía mora en sus sueños). Yo nunca le estaré lo suficientemente agradecido. Por eso lo quiero publicar también en este blog.

EL PRÓLOGO

Hace tiempo, al comentarle a una amiga que mi próximo destino profesional era la localidad conquense de Las Pedroñeras, ella comentó cómo se sorprendió mucho al ver, en un pasado viaje a Moscú, patria de los zares y de la nieve, cómo en  un escaparate de una tienda de delicattesen, entre latas color plata de foie francés de precios fastuosos, botecitos de caviar negro y rojo cuyo precio no hacía honor a su tamaño o tarros de té de las antiguas colonias inglesas de la India, una cestita de mimbre que contenía, como fabuloso tesoro de ignotas tierras, un puñado de cabezas de ajo morado con su denominación de origen, que correspondía a aquel lugar al que yo había sido destinado como joven (entonces) profesor.

Cuando un tiempo después llegué a la antigua avenida del Brasil, en cuyo nombre se hacía referencia a la relación comercial existente entre la tierra de los cariocas y la localidad desde la cual escribo estas palabras, aquella imagen recordada por mi amiga, aquella imagen de lejanas y nevadas tierras por donde aún se podía distinguir entre soviets y formaciones militares la sombra melancólica de la Karenina, me hacía pensar de qué fabulosa, en el sentido etimológico de la palabra, manera, a través de qué medios, carreteras y caminos, por cuántas manos blancas o tostadas por el sol, rugosas o no, extranjeras o nacionales, esos ajos habían llegado hasta allí, hasta aquel escaparate de productos de lujo que abastecerían los fogones y las mesas de aquellos ciudadanos desconocidos pero unidos por un mismo sabor, por un único e inigualable sabor, el nuestro, el del ajo. Y parecíame, dado a imaginar, que aquellos dientes y cabezas dejaban de ser lo que su naturaleza revelaba para convertirse en mi imaginación en encarnados rubíes o amatistas de color morado dignos de figurar en el anular eclesiástico de cualquier obispo.

Humilde y pequeño, escondido bajo tierra durante meses, cuidado y mimado a lo largo de todo un año por manos expertas que esconden entre sus dedos la sabiduría acumulada durante siglos, por los consejos de padres a hijos sobre cómo tratar tan exquisita joya, por el secreto susurrado al calor de la lumbre durante invernales meses, el ajo, de cuya historia y vicisitudes da buena cuenta este libro gracias a la paciencia y el amor a su tierra del autor, y más concretamente el ajo de esta tierra, capital del ajo, es cuando se le conoce y es cuando se le prueba cuando uno se da cuenta de su capacidad evocadora, de su capacidad para enriquecer guisos y cazuelas, de la importancia, muchas veces olvidada, de este producto de nuestra tierra hasta el punto de que su presencia en la sartén se convierte en una memorable experiencia para nuestro afortunado paladar.

Y es entonces cuando uno comprende la importancia de aquello que se ha dado en llamar “denominación de origen”, de cómo no es baladí a la hora de hacer nuestra cotidiana cesta de la compra fijarnos en qué ajo es el que elegimos entre todos aquellos que nos ofrece el mercado ya que no por casualidad esta tierra ha llegado a detentar tan merecido calificativo como capital del producto en torno al cual giran las páginas de este libro.

Cuando se viene de fuera uno no se imagina la manera en que este pueblo, sus habitantes de ahora y de antes, han construido sus señas de identidad en torno al amor y los cuidados de un producto de la tierra que todos consumimos habitualmente, un producto bajo cuyas leves capas se esconden el sudor y el esfuerzo, las preocupaciones, los desvelos y las ilusiones de tantas almas orgullosas de haber conseguido ese sabor único reconocible y deseado en el mundo entero desde las cocinas monacales del Vaticano, que cada año recibe de las manos de una paisana del pueblo, convertida en periodista, algunas de las mejores ristras de la cosecha, a los fogones de cualquier hogar español, un sabor que viaja desde los regios paladares al de aquella viejecita que elabora su sofrito con esmero sabiendo que esos dientes de ajo darán a su guiso ese sabor imprescindible. Y en todos esos sitios el ajo morado se convierte en portador de las ansias de todo un pueblo.

Y para que todo este saber acumulado a lo largo del tiempo no caiga en el olvido y encuentre su sistematización en letra impresa, es por lo que mi amigo Ángel Carrasco, llevado del amor a su tierra y por ende a su producto más conocido, y tras una exhaustiva labor de investigación y recopilación de datos,  ha escrito este libro poniendo en él todo un conjunto de conocimientos que algunos, no por sabidos, son menos importantes. Y todos estos testimonios, refranes o deliciosos versos de poesía popular, compendio de historia, miscelánea de datos curiosos y recopilación de anécdotas y calendario agrícola puestos al servicio de todo aquello que a vosotros, pedroñeros, os ha hecho formar parte de uno de esos lugares que quedan imborrables en nuestro recuerdo, gracias al sabor de uno de los productos más auténticos de nuestra cocina.

Espero que la lectura de este libro sirva a muchos de vosotros para reconoceros en palabras, labores y canciones que están guardadas en nuestra memoria, y a los foráneos para saber apreciar el caudal de vida e ilusiones que se esconden en un minúsculo y común condimento.


©Antonio Garrido Carretero

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