Casa de los Mendizábal (¿o Cañavate?) en Las Pedroñeras (años 20)
[En esta nueva entrega (ver entrada anterior), Sánchez
Ortiz continúa deleitándonos detalladamente con esta impagable historia de la
familia Mendizábal: más sobre el pequeño Juanito, el nieto del ministro, D.
Juan, y un avance de su carrera política].
Juanito Álvarez-Mendizábal juega a la pelota con su “director”
A
Juanito le gustó mucho el nuevo colegio a que lo llevó su tío Leandro, el
Colegio Internacional.
El
director era un señor joven, de frente ancha, de mirada abierta, que hablaba
con vehemencia, accionando vivamente.
Era
un señor muy simpático, que nunca castigaba a los alumnos ni les regañaba...
Parecía como si fuera uno de ellos. En su clase los chicos salían y entraban
cuando querían, y le interrumpían en su explicación, para hacerle preguntas o
para contradecirle... ¡Y él no se enfadaba...! A la hora del recreo, por la
tarde, andaba por el patio entre los muchachos, correteando y jugando con
ellos, como un zagalón.
Juanito
Álvarez-Mendizábal estaba asombrado.
Los
primeros días contemplaba al director desde lejos. No se atrevía a acercarse a
él, porque recelaba... Temía que de pronto abandonara aquel aire campechano y
empezara a dar correazos y bofetadas, como era su obligación de director... No
podía creer que un director fuera así: sencillo y humano, como las personas...
Cuando
se convenció de que verdaderamente no había peligro en tratarlo se hizo muy
amigo suyo.
El
maestro también le tomó cariño al muchacho, y solía pensar y charlar largamente
con él.
Cuando
se cansaba de charlar se ponía a jugar a la pelota, a lo que los dos eran muy
aficionados. En mangas de camisa, brincando y corriendo por el trinquete, se
batían impetuosamente, ágiles, alegres, los rostros brillantes de sudor...
Un
día, en uno de esos partidos, el alumno dirigió mal la pelota y le dio con ella
un golpetazo en un ojo al director.
Aunque
ya sabía que no era un ogro ni mucho menos, el pequeño Mendizábal se quedó en
mitad del frontón helado, tembloroso, cuando vio lo que había hecho.
Tuvo
que tranquilizarlo su “víctima”.
–Esto
no es nada, chico –decía sonriendo, mientras Juanito le miraba con espanto el
ojo acardenalado–. Esto no es nada... Lo peor es que esta tarde no voy a poder
salir de casa, porque ¿qué diría la gente si me viera así?
En
verdad, si la gente le hubiera visto así lo habría comentado mucho. Aquel señor
era muy popular en Madrid. Y tenía una posición muy visible. Además de director
del Colegio Internacional era presidente de la República.
Se
llamaba D. Nicolás Salmerón.
Unas elecciones bajo
Sagasta
La
vieja fuerza de los Mendizábal parece reaparecer por el nieto. Lleno de
entusiasmo por las ideas liberales, se lanza a la lucha política en plena
juventud.
Posee
todo lo preciso para triunfar: es inteligente, enérgico, con el prestigio de su
nombre... Tiene independencia... Tiene popularidad...
A
los veinticinco años se presenta candidato a diputado a Cortes por su tierra:
por el distrito conquense de San Clemente-Belmonte. Se presenta como
republicano.
Sagasta,
que es el presidente del Consejo de ministros, le envía recados y le escribe
reprochándole esa filiación... ¡Republicano!... ¿Por qué no monárquico? ¿No es
mejor ser monárquico que ser republicano? Don Práxedes “tendría mucho gusto”,
“experimentaría una vivísima satisfacción en que el señor Álvarez-Mendizábal,
el nieto de “aquel ilustre patricio...” se sentara en los escaños del
Parlamento. Pero como monárquico... Si el señor Mendizábal “un joven tan
ilustrado...” “de cuyos brillantes talentos tanto hay derecho a esperar...”, se
obstina en la aberración de ser republicano... “¡Ah, señores!”, entonces su
presencia en la Cámara, en lugar de ser edificante sería escandalosa.
Mendizábal
rechaza estas insinuaciones.
Es
un hombre honrado y no quiere venderse.
Está
animoso, alegre, seguro de su victoria. Va, con sus amigos, por los pueblos del
distrito entre músicas, entre aclamaciones... Los campesinos lo llevan en
triunfo... Ya es... Ya lo considera todo el mundo diputado... Ministro...
¡Quién sabe qué más!... Ya en su cabeza juvenil, llena de sueños, bullen las
ilusiones... ¡Adelante!... ¡A hacer una España más feliz y más limpia!... ¡Viva
la República!
Mientras
él corre así, enardecido, predicando la buena nueva por los caminos de la
Mancha, D. Práxedes se acaricia el tupé con aire socarrón.
Ya
ha tomado sus medidas. Los delegados del gobernador y los guardias empiezan a
patrullar el distrito para que no se viole la pureza del sufragio. Encarcelan a
las gentes, las destierran, las apalean... Encarcelan y destierran y apalean a
aquellos de quienes puede temerse que atenten contra la libre emisión de la
voluntad popular, ¡claro!... Y los sospechosos de albergar esas intenciones son
siempre los amigos de Mendizábal!, ¡claro!...
Al
fin se hace la elección. Y por nueve votos el cliente anónimo que ha enviado
Sagasta contra el nieto del Desamortizador se la gana.
[Y en la próxima entrada, el final
de la historia: la vida hogareña y muerte de don Juan, y una breve semblanza de
su hijo José Mª].
Capítulos siguientes:
Sexto capítulo
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Sexto capítulo
©Ángel
Carrasco Sotos
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