La familia Mendizábal y Las Pedroñeras, según Sánchez Ocaña (5) - Heraldo de Madrid (1927) | Las Pedroñeras

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La familia Mendizábal y Las Pedroñeras, según Sánchez Ocaña (5) - Heraldo de Madrid (1927)

Casa de los Mendizábal (¿o Cañavate?) en Las Pedroñeras (años 20)


[En esta nueva entrega (ver entrada anterior), Sánchez Ortiz continúa deleitándonos detalladamente con esta impagable historia de la familia Mendizábal: más sobre el pequeño Juanito, el nieto del ministro, D. Juan, y un avance de su carrera política].


Juanito Álvarez-Mendizábal juega a la pelota con su “director”

            A Juanito le gustó mucho el nuevo colegio a que lo llevó su tío Leandro, el Colegio Internacional.
            El director era un señor joven, de frente ancha, de mirada abierta, que hablaba con vehemencia, accionando vivamente.
            Era un señor muy simpático, que nunca castigaba a los alumnos ni les regañaba... Parecía como si fuera uno de ellos. En su clase los chicos salían y entraban cuando querían, y le interrumpían en su explicación, para hacerle preguntas o para contradecirle... ¡Y él no se enfadaba...! A la hora del recreo, por la tarde, andaba por el patio entre los muchachos, correteando y jugando con ellos, como un zagalón.
            Juanito Álvarez-Mendizábal estaba asombrado.
            Los primeros días contemplaba al director desde lejos. No se atrevía a acercarse a él, porque recelaba... Temía que de pronto abandonara aquel aire campechano y empezara a dar correazos y bofetadas, como era su obligación de director... No podía creer que un director fuera así: sencillo y humano, como las personas...
            Cuando se convenció de que verdaderamente no había peligro en tratarlo se hizo muy amigo suyo.
            El maestro también le tomó cariño al muchacho, y solía pensar y charlar largamente con él.
            Cuando se cansaba de charlar se ponía a jugar a la pelota, a lo que los dos eran muy aficionados. En mangas de camisa, brincando y corriendo por el trinquete, se batían impetuosamente, ágiles, alegres, los rostros brillantes de sudor...
            Un día, en uno de esos partidos, el alumno dirigió mal la pelota y le dio con ella un golpetazo en un ojo al director.
            Aunque ya sabía que no era un ogro ni mucho menos, el pequeño Mendizábal se quedó en mitad del frontón helado, tembloroso, cuando vio lo que había hecho.
            Tuvo que tranquilizarlo su “víctima”.
            –Esto no es nada, chico –decía sonriendo, mientras Juanito le miraba con espanto el ojo acardenalado–. Esto no es nada... Lo peor es que esta tarde no voy a poder salir de casa, porque ¿qué diría la gente si me viera así?
            En verdad, si la gente le hubiera visto así lo habría comentado mucho. Aquel señor era muy popular en Madrid. Y tenía una posición muy visible. Además de director del Colegio Internacional era presidente de la República.
            Se llamaba D. Nicolás Salmerón.


Unas elecciones bajo Sagasta

            La vieja fuerza de los Mendizábal parece reaparecer por el nieto. Lleno de entusiasmo por las ideas liberales, se lanza a la lucha política en plena juventud.
            Posee todo lo preciso para triunfar: es inteligente, enérgico, con el prestigio de su nombre... Tiene independencia... Tiene popularidad...
            A los veinticinco años se presenta candidato a diputado a Cortes por su tierra: por el distrito conquense de San Clemente-Belmonte. Se presenta como republicano.
            Sagasta, que es el presidente del Consejo de ministros, le envía recados y le escribe reprochándole esa filiación... ¡Republicano!... ¿Por qué no monárquico? ¿No es mejor ser monárquico que ser republicano? Don Práxedes “tendría mucho gusto”, “experimentaría una vivísima satisfacción en que el señor Álvarez-Mendizábal, el nieto de “aquel ilustre patricio...” se sentara en los escaños del Parlamento. Pero como monárquico... Si el señor Mendizábal “un joven tan ilustrado...” “de cuyos brillantes talentos tanto hay derecho a esperar...”, se obstina en la aberración de ser republicano... “¡Ah, señores!”, entonces su presencia en la Cámara, en lugar de ser edificante sería escandalosa.
            Mendizábal rechaza estas insinuaciones.
            Es un hombre honrado y no quiere venderse.
            Está animoso, alegre, seguro de su victoria. Va, con sus amigos, por los pueblos del distrito entre músicas, entre aclamaciones... Los campesinos lo llevan en triunfo... Ya es... Ya lo considera todo el mundo diputado... Ministro... ¡Quién sabe qué más!... Ya en su cabeza juvenil, llena de sueños, bullen las ilusiones... ¡Adelante!... ¡A hacer una España más feliz y más limpia!... ¡Viva la República!
            Mientras él corre así, enardecido, predicando la buena nueva por los caminos de la Mancha, D. Práxedes se acaricia el tupé con aire socarrón.
            Ya ha tomado sus medidas. Los delegados del gobernador y los guardias empiezan a patrullar el distrito para que no se viole la pureza del sufragio. Encarcelan a las gentes, las destierran, las apalean... Encarcelan y destierran y apalean a aquellos de quienes puede temerse que atenten contra la libre emisión de la voluntad popular, ¡claro!... Y los sospechosos de albergar esas intenciones son siempre los amigos de Mendizábal!, ¡claro!...
            Al fin se hace la elección. Y por nueve votos el cliente anónimo que ha enviado Sagasta contra el nieto del Desamortizador se la gana.


[Y en la próxima entrada, el final de la historia: la vida hogareña y muerte de don Juan, y una breve semblanza de su hijo José Mª].

Capítulos siguientes:

Sexto capítulo


©Ángel Carrasco Sotos

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