Lugar en el que estaba enclavado en Monte Raso de Las Pedroñeras.
No he
podido saber los límites exactos de lo que antiguamente constituía el llamado
Monte Raso, pero, según los datos que tengo, se extendería prácticamente desde La Acequilla hasta más o menos la Puente Nueva, con una extensión aproximada de
mil almudes (es la cifra que se da en el Catastro
de Ensenada, del año 1752).
Hemos de
entender la palabra monte en el
sentido de ‘bosque’ (en este caso de pino y carrasca) y raso en el sentido de ‘llano’.
Para los
que no tengan una información toponímica precisa, diremos que en este monte se
entraría por el actual camino de Manjavacas, es decir, el que sale desde el
cementerio actual en dirección a La Navazuela, y es por este camino por el que
nos introduciríamos en ese lugar arbolado, desaparecido desde hace años y del
que solo ha quedado de él el nombre. Ni una mísera carrasca hija de aquel monte
queda hoy en día como testigo de lo que fue un día. Nada, todo en él es ahora
viña y tierra de labranza.
Desde la
Edad Media, todos los pueblos tenían unos cotos y dehesas llamadas carniceras, que eran las destinadas al
pasto del ganado para la producción de carne. El Monte Raso no era sino una de
estas dehesas, a donde se desplazarían los pastores con sus rebaños para
alimentarlo. Algún paraje de este monte aún da cuenta de este bosque de encina
en este lugar del campo, como lo es el conocido como “Las Carrascas Sesteras”
(actualmente llamadas “Seteras”, por ultracorrección o etimología popular), es
decir, carrascas alrededor de las cuales sestearía el ganado. Por cierto, ese
paraje de las Carrascas Sesteras ya se cita en el siglo XVIII, en el que había,
se dice, tierra “de primera calidad”.
En
realidad, eran dos montes los que se extendían a lo largo y ancho de este
paraje: el Monte Raso y el Montecillo,
ambos contiguos. En las llamadas Relaciones
de Felipe II (1575), se habla de unos “montecillos carrascales” que quizá hagan
referencia a este Monte Raso. Pero el que se refiere a él sin ninguna duda es un
documento sobre amojonamiento del año 1599, en el cual se le llama Monte Viejo Caniceo (es decir, carnicero probablemente), al que hace
referencia el escribano municipal cuando se marcha por el camino de Manjavacas
con la intención de comenzar la renovación de tales mojones a partir del llamado
Mojón Blanco, junto a este camino en el paraje de La Casa Mota.
Es en los
documentos que manejamos del siglo XVIII donde a esta extensión de arbolado se
le llama Monte (Raso) y Montecillo, así como Dehesa Carnicera. Curioso es que
en un documento de 1747 que he manejado se diga lo siguiente: “halló que los
dichos montes solo tienen el nombre de tales por estar rasos y desmatados”.
Esto significa que de aquel Monte Viejo del que hablaban los textos antiguos
solo quedaba por estas fechas un pedazo de tierra muy roturado que, sin
embargo, seguía funcionando como dehesa carnicera cuyo pasto “solo sirve para
el ganado de abasto”, se añade.
Cuesta
imaginar a esta parte de nuestro campo salpicado de carrascas donde el ganado
pastaría y sestearía, cuando hoy en día ya no hay nada de esto y se encuentra,
ahora sí, definitivamente “raso”. Quinientas fanegas de tierra con un paisaje
que se parecería en gran medida a ese Monte de la parte sur de nuestro pueblo
del que ya no queda tampoco nada o muy poco, y que nuestros padres y abuelos
conocieron. Una de los datos más interesantes que proporciona el estudio de la
toponimia de nuestro término son esos testimonios precisos y esas sugerencias
que nos aportan los textos que describen los paisajes del mismo, tan distintos
a los actuales, así como los referentes desaparecidos a los que hacen alusión
los nombres de los parajes.
[Este artículo fue publicado en Pedroñeras 30 Días, nº 121, noviembre de 2011]
©Ángel
Carrasco Sotos
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