Por Pedro Sotos Gabaldón.
Desde esta vista aérea contemplamos lo que fue la carretera nacional 301. Al desviar la carretera echándola por fuera del lugar, se convirtió en la calle del Paseo, que después sería conocida como avenida Juan XXIII. Desde este punto, al no haber viviendas, visualizábamos toda la llanura manchega que se anteponía a nuestra vista. Apreciábamos el cementerio viejo y la huerta Primera de don Antonio Zapata. Esta huerta tenía grandes morales que tenían 10 o 12 metros de altura y echaban unas grandes moras negras. La huerta la cuidaba un señor cuyo nombre se me escapa. Se venía al pueblo a comer y, mientras tanto, los chavales aprovechábamos para meternos en ella y comernos las moras. Nunca mejor dicho: ¡NOS PONÍAMOS MORADOS!
Cuando lo veíamos que bajaba por la alcantarilla y por la carretera de Las Mesas, nos bajábamos de los árboles y nos perdíamos entre las viñas, ¡ÉRAMOS UNOS TRASTOS DE AQUÍ TE ESPERO!
Esta huerta estaba al lado izquierdo del camino de la Puente Nueva, al lado derecho de esta, estaba la huerta que Mauricio Pacheco regentaba, debido a que él era el hortelano. Después pasó a manos de la "Lunara". Esta huerta tenía grandes nogales que se dejaban notar desde la distancia, que daba envidia mirarlos. Cuando la "Lunara" dejó la huerta, los nogales fueron talados. Con ello se perdió la alegría de la huerta. La huerta mencionada estaba en tierras de los hermanos Pelayo.
Asimismo, a todo lo largo de la carretera de Las Mesas y las huertas adyacentes a ella, destacaba la huerta del Quico´. Esta era en realidad de los Mendizábal.
Pero las reinas del contorno eran las arboledas, que alegraban la vista, ya que parecían dos oasis en la planicie manchega. Estaban siempre empantanadas. Era el lugar donde los chavales nos adentrábamos buscando los caracoles que allí se criaban, nos poníamos morados de la turba, fango y musgo. Cuando nos mirábamos unos a los otros, viéndonos el aspecto que teníamos cada uno, embarrados hasta las cencerretas, nos preguntábamos: ¡AY, CUANDO NOS VEAN NUESTRAS MADRES!
Volviendo al paseo, desde el extremo de las escuelas, nos imaginábamos estar en lo alto de una atalaya, donde nos recreábamos la mirada por la inmensa estepa manchega que se desplegaba ante nuestros ojos.
El camino de la Puente Nueva se alejaba con sus culebrinas entre viñedos, cebadas y trigales, perdiéndose en el confín. Nos quedábamos estucos viendo al Sol despedirse y, mientras, besándose con el horizonte. El ocaso era precioso con la arrebolada. Este era el espejo donde los pedroñeros se miraban ¡era todo un espectáculo!
Mientras tanto, la vida seguía en el paseo, que era el punto de encuentro de los domingos y fiestas de guardar. Era todo un acontecimiento de animación entre bromas, risas y júbilo. Las chicas se engalanaban con sus mejores vestidos e indumentaria, para deslumbrar y atraer al chico deseado, eso sí, su indumento siempre era más bien largo, y ni hablar de pantalones: estos eran solo para los hombres. En aquel tiempo había un dicho que se dejaba sentir, que era: "LAS MUJERES SE VISTEN POR LA CABEZA Y SE DESNUDAN POR LOS PIES".
Era un dicho con tintes machistas. Las mozas y los mozos se cruzaban las miradas amorosas y los más atrevidos y valientes, daban el primer paso. Algunos salían bien parados del envite, pero otros salían tristes, frustrados y con las orejas gachas, maldiciendo su infortunio (este que relata lo escrito fue uno de los afortunados, desde ese día, para mi fue "el paseo del amor").
También se daban a conocer las parejas que habían formalizado su noviazgo. Las chicas se unían con todas las amigas y paseaban cogidas del brazo, unidas en grupos, y los chicos iban haciéndose notar tras ellas. En la primavera había mozas que disfrutaban llevando y luciendo una rosa prendida en su pecho, alardeando de que su rosa era las más grande y hermosa. Los chavales les aguaban la fiesta, y en el menor descuido, la rosa era arrancada de sus pechos y se la llevaban enganchada en los ganchos de sus dedos. La moza quedaba airada, con cara de pocos amigos, pero el enojo pasaba y todo volvía a la normalidad.
La tarde se acababa, y Lorenzo descendía ocultándose por el horizonte, y las mozas se marchaban raudas y veloces, para que así sus padres no les echaran la bronca, ya que regresar tarde estaba mal visto.
Y UN DESPUÉS
Transcurrieron los años y apareció el ladrillo y el cemento, la calle del paseo se convirtió en una urbe inundada de ruidos acústicos molestos producidos por la mezcla de ondas sonoras de distintas frecuencias y amplitudes, que interfieren en la vida de las personas. Con ello, las vistas desaparecieron, las puestas de sol se esfumaron; los encuentros, las risas, las alegrías y jolgorio, y las miradas entre chicas y chicos se perdieron. Así como las chicas agarradas del brazo, dando sus alegres paseos y los chicos tras ellas haciéndose notar con sus gracias (algunas de mal gusto e impertinentes). El paseo quedó en silencio y en el olvido.
Con lo apreciado anteriormente, los vecinos se encerraron en sus viviendas, debido a la aparición de la televisión. La gente, a raíz de esto, se metió cada uno en su casa y Dios en la de todos. Pero los recuerdos de cuando en cuando resucitan y los más viejos del Lugar, que para ellos los años no pasaron en balde, y los chicos y chicas que tanta algarabía y diversión producían, vuelven y recorren aquel paseo que tanto disfrutaron y tantos recuerdos les aportan, les abruman y les desbordan. Y con los ojos humedecidos, llenos de melancolía, miran a sus nietos cogidos de la mano y les hablan de sus vivencias de los años de su juventud y mirando a los muros de enfrente que les impiden ver las puestas de sol o las verdes praderas, diciéndoles: "TODO ESTO ERA ANTES CAMPO".
No hay comentarios:
Publicar un comentario