por Vicente Sotos Parra
Esto ocurrió en esos años de ocultismo, en los que solo los locos disponían de libertad, estos y las gitanas que leían las manos que tenían la libertad sin censura para decir aquello que veían en la lectura de la manos dando rienda suelta a sus visiones a aquellos que se las leían, que tampoco eran los más lúcidos ni los más leídos del lugar. Solo los menos crédulos, los más curiosos, deseaban saber lo que les podía decir de su presente, pasado, o futuro. Iban por todos los pueblos de la España en blanco y negro. Llevaban un carro con toldo y una mula o borrica tan flaca que dejaban ver su esqueleto solo tenían carne en sus orejas, y en los cascos.
De equipaje unas mantas raídas, además de los churumbeles. Habían llegado aquel mismo día al lugar, y mientras el padre andaba por el pueblo ofreciendo su servicio a la voz de ¡Lañaooor y paraguerooo! Dejó a su pareja en la plaza con una esterilla de esparto donde sentarse, un mandil con piezas de tela de diferentes tonos, su color de piel aceitunada, su pelo grasiento dando a entender que solo tenía la visita del agua esos días de lluvia. En este caso también un costal que se dejaba en la parte derecha cuando se sentaba en el suelo teniendo de silla aquella esterilla.
Teniendo en sus homilías a Dios, y al Diablo, se solían poner en las plazas de los pueblos, sabedores que era punto de encuentro de la gente que acudía a las iglesias de estos, así en el nuestro se puso junto al quiosco que había frente a la iglesia en uno de los espacios que quedaban parcialmente cubiertos por el techo y los laterales resguardándose del aire que entraba por Entre Capillas.
Era domingo y, como de costumbre, Luisa y Felipa acudieron a misa de doce a las que acompañaba Felipón hasta la plaza.
Cuando pasaron por donde estaba la gitana les dijo_
-- ¡Muchachas, la buena suerte pa vusotraaas y pa.… toa … la familiaaa!
Se miró en la faldiquera Felipa y le dio dos reales que dejó en el mandil de la gitana.
Esta la miró y le dijo: …, ¡muuchaasas…, graasias …, Marquesaa!
Este era el recorrido de los domingos de las hermanas con Felipón, que se quedaba con los viejos del lugar que acudían a tomar el sol allí escuchando las historias que le solían contar. Pensaba que aprendía más escuchándolos que con un libro. También le gustaba que Juan Tomás, el campanero, le contara sus batallitas.
Pasó frente a la gitana Felipón, y esta, a falta de alguien a quien echarle la buena ventura, le llamó y le invitó a que se sentara frente a ella, cogiéndole la mano le dijo: "¿Quieres saber el futuro?" Encogiéndose de hombros en un gesto de indiferencia, Felipón le hizo caso.
"Mira, en este costal tengo todos los males empaquetados: ahí están la miseria y la enfermedad, la avaricia y el odio, y la opulencia que también es mal y la ambición, que es mal también cuando no es la debida". Allí no había mal que faltara… Cada vez que decía esto metía la mano en el costal como si las sacara de dentro y lo desparramaba al aire… Y dijo: "Siempre me dejo un puñao que es el último el desaliento".
Puede buen mozo que en este lugar ya tenga todo, es por eso que no necesiten, enfermedades, miseria, avaricia, opulencia y también ambición…, para no hacerse mal entre los mismos cristianos.
Le hizo abrir las manos y juntarlas y examinándolas con la actitud de saber lo que el silencio le decía, como lo hizo cuando soltaba al aire las otras veces, metiendo la mano en el costal esta vez abriéndola sobre las manos de Felipón la dejó caer diciéndole:
¡Que el desaliento no llegue nunca a tu corazón!
(CHASCARRILLO)
De verdades o de mentiras,
solemos pasar por la vida
dejando un costal lleno de verdades,
pero también de mentiras.
Supongo que al final todas
las cosas son una ilusión.
(Rene Descartes)
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