CON EL HERMANO CUARENTAS A CUESTAS (capítulo 43º de las historias de FELIPÓN, su chico de la Felipa) | Las Pedroñeras

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miércoles, 16 de noviembre de 2022

CON EL HERMANO CUARENTAS A CUESTAS (capítulo 43º de las historias de FELIPÓN, su chico de la Felipa)


por Vicente Sotos Parra



En aquel invierno duro y frío de aquellos años, antes de que el sol saliera, pues los días son muy cortos, tenías que estar en el campo lo más pronto posible ya que las pocas horas de sol, si es que este se dejaba ver, eran pocas las asomaíllas que hacía.


Raimundo unció a sus mulas y llevó a Lucero en la parte de detrás de la galera. En el pescante, junto a su chache, Felipón iba con una manta raída que les tapaba las rodillas. Camino a la Cañá las Varas, solían irse por el camino la Arena, les gustaba  más que por la carretera de La Alberca. Tenía allí una longuera de 2.500 cepas dobladas de olivas. Hasta el mediodía estuvieron podando y luego sarmentado lo podado, haciendo las gavillas con sus moños a los sarmientos como entonces se hacían, por lo que una vez cargada la galera, le dijo Felipón a su tío: "arréate, chache, pa el lugar que yo acabo de sarmentar este cornijal que nos queda y de cuatro zancás llego antes de que llegues a la carretera.

Así lo hizo Raimundo poniéndose en marcha sabedor de que el sobrino lo alcanzaría de sobra. En unos quince minutos ya tenía sarmentado el cornijal, por lo que se puso al trotecillo para alcanzar a su chache. No llevaba trescientos metros recorridos cuando en el camino que salía de la vereda vio a la borrica del hermano “Cuarentas”, que estaba en mitad del camino apoyándose sobre tres patas y al hermano en el suelo sin poder moverse. El animal dio un mal paso rompiéndose una pata y dando con este en el suelo, cayendo en tan mala posición que tenía esa parte derecha magullada de modo que un brazo no lo podía mover ni la pierna tampoco. 

-¡Hermano, ¿en que le puedo ayudar? 

-Corre al lugar y dile a mis chicos que no me puedo mover, que traigan el carro para que me puedan llevar. Para llevarlo al lugar lo llevo yo a los hombros. 

-¿No me jodas que tú me puedes llevar? ¡Cooopón!

Dejó a la borrica atá a una piedra, pues tampoco estaba para andar el animal e irse muy largo. Acachándose y metiendo la cabeza entre las piernas, lo subió a sus hombros como a un muñeco de la feria, sirviendo la cabeza de Felipón de almohada donde descansar el brazo y con la otra sujetarlo. Hasta llegar a la carretera el camino fue duro pues tenía que cuidarse Felipón de que no diesen otra vez en el suelo los dos; las piedras ruleras eran muchas a pesar de seguir las rodás de los carros y galeras.

Nada más llegar a la carretera el hermano Cuarentas divisó la torre que sobresalía por encima de la cueva la Arena. 

-Ya estamos llegando, hermano… dijo Felipón. 

-No me jodas que no me siento el brazo ni la pierna. ¿Y tú hermoso cómo llevas los riñones?...  Jodíos,  ¿verdad? 

-Tenemos suerte de que tenemos luna llena y la carretera para andar no está mal, pero sería peor si fuésemos por el camino.


Las cuarenta en oros.

El sol ya dejó de alumbrar hacía rato. Al llegar a la cueva la arena unos bultos sospechosos salieron a su encuentro; era la Guardia Civil que por aquel entonces se solían poner en ese punto de la carretera. Perplejos de lo que sus ojos estaban viendo, en la lejanía divisaron un monstruo de cerca de tres metros con dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas: dos tocaban el suelo y las otras le llegaban a la altura de la cintura del que con paso de cansancio las movía. No pudiendo dar con lo que podía ser aquel bulto marrón que se les acercaba, pensando si no sería un extraterrestre tan de moda en aquellos años. Se acostaron en la cuneta hasta tenerlo cerca, cada uno en un lado, con su arma reglamentaria dispuesta para hacer uso de ella en el momento que la situación lo requiriese, apunto de que los calzoncillos sufriesen la contención que el miedo que les estaba produciendo, pensando en lo que podría ser aquello. Cuando llevaban unos pasos más delante de donde estaban recostados salieron valientemente de su madriguera aquella pareja de valientes Civiles.  

Al ver al hermano “Cuarentas” sobre los hombros de Felipón: 

-¿Desde dónde vienes con este hombre en los hombros? 

-Hace más de una hora que así andamos… 

A lo que el hermano asentó diciendo: "Andar… andar… él… yo no. ¿Cuántos mozos tiene este pueblo como este?

-Mañana os quiero en el cuartel para que me lo cuentes más despacio que lo que veo no me lo puedo creer… y traerme un justificante del médico no sea cosa que me estéis gastando una broma de mal gusto y, si así fuera, cara os resultará a los dos… 

-Ale, arrear para el lugar que aquí no queremos tontos ni palurdos, ni borricos con dos patas -dijo el otro Guardia escapándosele el muelle y dejando en los calzoncillos rastro de la incontinencia de la cual no se pudo deshacer en toda la noche. 

-¿Te has dado cuenta el olor a mierda de los civiles? -con media sonrisa de burla, y mofa le dijo el hermano “Cuarentas” a Felipón.

Así continuaron para el lugar. Cuando la distancia fue lo suficiente para que no se les oyese, le dijo el hermano” Cuarentas” a Felipón: -¿Tú sabes cómo les llamo yo a estos? Sapos zampoños, por el color de su traje y porque o están jodiendo o están cazando, y a veces se montan unos sobre otros para joder y cazar.

Siendo ya las ocho y media, la noche cerrada, en las dos casas del lugar andaban ya puestas en lo peor lejos de saber qué les podía estar pasando, mientras que una casa quedaba en el Pozo Nuevo la otra quedaba por Los Viveros. No se encontraron a nadie por las calles, solo el humo de las chimeneas que les acompañaba y los ladridos de los perros que llegaron cuando la puerta estaba cerrada. 

Llegando a la puerta de don José con la mano que le quedaba sana tocó en la puerta el hermano como pudo pues de hacerlo Felipòn soltándolo de una de sus piernas hubiese dado con su cuerpo en tierra.

Una vez que el medico se hizo cargo del hermano “Cuarentas”, Felipón se fue a casa de su tío Raimundo para contarle los motivos de su tardanza. Se lo encontró en las portás al lomo del borrico que iba a ver qué pasaba. No bajando de él le dijo: "¡Dios bendito y adorao! ¡Copón! ¡Arreee, Lucero, que nos vamos a avisar a esa pobre gente que lo tiene que estar pasando jodidamente!

A la mañana siguiente las aguas volvieron a su cauce, pero por si las moscas Felipón, su chache y el hermano “Cuarentas” acudieron al cuartel para entregar el justificante del médico.

 El sargento les dijo: -¡Qué lástima que los panaderos estén toda la noche despiertos haciendo pan, para que se lo coman burros como vosotros!

 Felipón le dijo a su chache: "¡Qué  pena que en la Puente Campos, haya sapos más listos que estos!"

En el lugar se corrió la voz de la hazaña de este Jabato pedroñero.



(Chascarrillo)

Que grande fue este Jabato pedroñero,

llevando en sus hombros al hermano.

Los justos suelen ser los menos valorados

si quien los mira tiene los ojos de un sapo.









Un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus hechos.

(Miguel de Cervantes Saavedra)

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