por Vicente Sotos Parra
Sobre la tierra veo muchedumbres dormidas. Bajo la tierra veo muchedumbres sepultas… En estos tiempos de inopia la gente anda dormida, y no seré yo quien la despierte. Me pregunto… ¿pero qué es lo que somos? Pero en las alturas no se dignan a contestar a mi voz angustiada.
Si hace sesenta años nos hubiesen dicho que las fiestas del pueblo si iban a hacer en el cementerio del lugar. Te hubiesen tomado por loco, poco cuerdo, un majara perdido. Pero la sociedad es muy miope y tiene muy mala memoria, se olvida con facilidad de esos sitios que en todas las civilizaciones son sagrados, pues es el lecho de los que se fueron. Digamos a los que conocen el nuevo cementerio que dentro de x años se celebraran allí los conciertos de Rock y se llamara concierto de Jesusillo y Cristillo. Pues eso nos llamarían a nosotros. Pero como no estaremos para saber lo que pasará dentro de ese tiempo, démosle cachondeo al tema que el sol saldrá mañana por donde cada día sale, y no seré yo el que le pida que cambie de sitio a la hora de salir, no sea cosa que se lo pida, me haga caso y nos quedemos oscuras toa la vida. ¡Tampoco es pa eso, hemosón!
Vayamos al tema que se me va la olla y luego no duermo tranquilo.
Nuestro paisano Felipón es de los que vivió la fiestas de aquellos años que se celebraban partidas, que empezaban el sábado, el domingo era el día del Jesús el lunes se le llamaba Jesusillo. Unos días después. El Cristo el domingo y el lunes el Cristillo. Pero todo esto lo podéis encontrar en “GUIA SECRETA DE LAS PEDROÑERAS 2” en la que Ángel Carrasco Sotos da cuenta exhaustiva y documentada.
Ese año la Luisa que, ,era devota de Jesús convenció a Raimundo para que hiciese una ofrenda, siendo este motivo de discrepancia en el matrimonio. Quería Luisa hacer la ofrenda de una onza de azafrán al santo por ser llamado el oro rojo y el santo se merecía lo mejor. No pensaba lo mismo Raimundo puniendo el grito en el cielo por creer excesivo la ofrenda del azafrán. Tenía la convicción de que los cuartos que se sacaban de los almonedeos acabarían en manos del párroco, y que este se hartaría de comer todo el año sin sudarlo a costa de los pobres e infelices feligreses. No sabiendo la condición religiosa de Raimundo, ateo, agnóstico, escéptico, tampoco eran los tiempos para debatir temas semejantes.
Pero lo que más claro tenía era lo de no visitar la iglesia a...., por lo que le dijo a la Luisa:
--¡Tenemos dos calabazas del año pasado ocupando sitio en la cámara, el que se las lleve, si no se las come, por lo menos simiente ya tiene!
Al jodío todo lo que era cosa de la iglesia le tenía alergia, y un poco de inquina al párroco, del cual sus homilías le parecían mostrencas o pretenciosas, y con falta de sencillez. Estaba tan lustroso mientras en el pueblo las pasaban canutas para comer trabajando de sol, a sol, y tampoco le hacía falta, que andaba frondoso. El sastre se quejaba cada vez que le tenía que hacer las sotanas ya que necesitaba más tela que para hacer la carpa del circo. El caso es que llegó la banda de música para acompañar a la Luisa a la iglesia bajo la bandera. Esa era la tradición de los que ofrecían algo para que luego fuese motivo del almonedeo. Las dos calabazas pesaban más de quince kilos cada una, hermosas como soles con un brillo que te podías peinar mejor que en un espejo. Felipón unció a Lucero en el carro, cargó las dos calabazas mientras Luisa era acompañada por la música bajo la bandera. Felipón las dejo en la puerta de la iglesia a la espera del almonedeo, allí se quedaron las calabazas.
Como el centro neurálgico del lugar era la plaza, y posiblemente el acto del almonedeo en el que más gente se juntaba en las fiestas. En el quiosco la banda de música tocaba esas canciones sobre todo pasodobles. A la una a pelar la pava. Cada uno a su casa, y Dios en la de tos, que a los mozos y mozas lo único que podían hacer era darle a la mandanga y quedarse ciegos.
Llegó la hora del almonedeo y, cuando salió a la subasta de la primera calabaza, cuando ya estaba a punto de ser adjudicada, el farruco del señor alcalde dobló la puja. Vete tú en aquellos tiempos a pagar trescientas pts. por una calabaza. Daba a entender al populacho que tenía más cuartos que nadie del lugar. La cosa se puso interesante cuando el jefe de la Falange siguiendo al alcalde no quiso ser menos y llegó a pagar trescientas veinticinco pesetas por la otra. Los dos tenían tierras para sembrar, pero pocas ganas de doblar la espina.
Pensando los dos lo mismo, comer no la comeremos, pero el año que viene tendremos las mejores calabazas del lugar para joderle el placer al traspellao ese que tiene las calabazas más gordas del lugar.
Llegó la hora de la siembra y los dos dueños de las calabazas mandaron que sacaran la simiente y las plantaran; así lo hicieron. Pasó el tiempo de que nacieran las plantas y, allí no crecía nada por lo que solo nacieron unas pocas, y raquíticas matas, con poca fuerza, echando cuatro hojas pálidas que a los pocos días se marchitaban.
Cruzándose un día por la calle, después de saludase se preguntaron.
--- ¿Cómo van tus calabazas, alcalde?
--- Parecidas a las tuyas.
--- ¡Coño, que las mías no han nacido!
---- ¡Por eso te lo digo, las mías tampoco!
Ese año yendo a ver el almonedeo en la plaza se encontraron con Raimundo y Felipón, que desde la última fila contemplaban el acto, entrándole el canguelo a Raimundo al verlos que se dirigían a él.
-- ¡Este año no has traído calabazas, gañán! --- le dijo el Alcalde a Raimundo.
Acachando la cabeza, con la boina en las manos les dijo:
--¡Ya las traje el año pasado! Y sus excremencias tampoco han podido traerlas de tan grandes que eran! ¿No?... ¡Este año la Luisa ha traído dos melones que están gloria bendita!
--¡Métetelos por donde amargan los pepinos! ---¡Ea!..., que s'hace el tonto…, copón.
--¡No me toque los galones, que te lleno la cara de dedos!... ¡So zopenco! ¡Traspellaoo! --- le dijo el jefe de la Falange a Raimundo.
Felipón le dijo a su tío:
¡Chache los hermanos estos!.., ¿bebieron leche avinagrá?
--¡Déjalos que se les pase la chispa! ¡Y si quieren pepinos!... ¡Pepinos tendrán!
(CHASCARRILLO)
Las calabazas eran grandes,
pero la simiente vana.
Los dos fanfarrones
se quedaron sin calabazas.
Los cuartos que pagaron
el señor Párroco administró,
haciéndose cuatro pares de
sotanas que el sastre le cosió.
Gracias a las calabazas,
gracias a los fanfarrones,
se hizo famoso Raimundo,
por engañar aquellos señores.
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El mayor lastre de la vida es la espera
del mañana y la pérdida de hoy.
(SÉNECA)
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