
El otro día (y hablo del 27 de julio de este 2018) se presentó en la huerta una ardilla. No solemos tener muchas visitas por allí y hay poca variedad de animalitos: las moscas son los más comunes, aunque se unen a ellas gran cantidad de insectos, como avispas, abejarrones, mariposas (este año he visto dos preciosas, por cierto), mantis religiosas, escarabajos, hormigas, pulgón, mosquitos y fauna de ese estilo. También acuden maricas, grajos, golondrinas al caer la tarde, así como oncejos (vencejos) que ya a estas alturas han desaparecido: dicen que para Santiago van quedando pocos. En fin, también pasan por aquí a veces otras aves cuyos nombres desconozco, y pienso en algún águila, halcones y otros que algún año se han parado por aquí sin aviso. Siempre está bien que visitas inesperadas rompan la monotonía de esas tardes de lectura, trabajo (nunca falta) o estudio, y algún baño. Esta de la ardilla ha sido de lo más inusual y venturosa, pues nunca en más de 30 años ha acudido ninguna por estos pagos: conejos, culebras o ratoncillos sí que hemos visto algunos (y lagartijas autóctonas a montones, junto a algún lagarto ocasional), pero ¿ardillas? De estas, ni una. Se habría perdido o descarriado del grupo, porque estaba ella sola. Tampoco ha tardado demasiado en irse. Pero os cuento.