Aunque hubo una época en la que cultivé la poesía (escribí dos libros que hoy en día no me dicen demasiado), no ha sido uno muy propenso a esta arte literaria: como lector he leído lo -digamos- reglamentario o preceptivo. Pero hoy, hojeando papeles viejos, me encuentro con un ejemplar de la revista escolar El Timbre, una publicación que se hacía (y no sé si todavía, aunque lo dudo) en el instituto de Tarancón en donde serví dos años, mis primeros años como enseñante, de los que mejor recuerdo tengo sin desmerecer los que siguieron ni por supuesto los sitios en los que más tarde recalé: Iniesta, San Clemente y, finalmente, Las Pedroñeras, donde tan a gusto estoy, en mi Lugar. Es el caso que en aquel número de El Timbre (Año II, núm. 3, del año 1996) publiqué una poesía sin título que, en fin, por aquí dejo archiva y os la doy a leer a quien guste. (No volverá a ocurrir, jaja).
Nunca te perdonaré
que me hayas obligado a recuperar
los sueños.
(Las noches, hacinándolos,
los fueron arrastrando desde entonces
hasta la otra orilla).
No puedo perdonar que tus ojos
me prohibieran que olvidase,
que tus manos me llegaran desde una niebla
para impedir mi huida,
que tus palabras me acunasen
para después matarme.
Cómo pensar en otra cosa ahora sino en ti,
ángel terrible,
luz que me hace encoger
hasta los huesos, destructora de todo este río
que me ha traído hasta esta habitación
para dejarme solo,
solo ante el principio para empezar de nuevo,
solo ante todo el amor,
solo, y con las únicas armas
de aquella juventud de mis papeles viejos.
ÁCS
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