Esta silla está ocupada - Cuentecillos y microrrelatos sobre Pedroñeras (6) | Las Pedroñeras

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sábado, 12 de septiembre de 2015

Esta silla está ocupada - Cuentecillos y microrrelatos sobre Pedroñeras (6)



por Fabián Castillo Molina





Esta silla está ocupada

Todo cuento o cuentecillo es ficción, ya sea más o menos largo alto o ancho; por tanto, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Es un decir.

La narración que sigue es un cuentecillo que podría coincidir con algunas situaciones y hechos que se vienen produciendo en Las Pedroñeras siempre que hay espectáculos con acceso libre y gratuito al patio de sillas (o butacas):


El evento iba a dar comienzo con la puntualidad inglesa acostumbrada, a las diez de la noche, según estaba anunciado en el programa de mano, en el Parque Municipal, donde estaba situado el escenario. Era previsible una gran afluencia de público en los diferentes espectáculos que allí se desarrollarían a lo largo de la semana de sus Fiestas Patronales en honor de Jesús Nazareno y Cristo de la Humildad, o funciones, como todavía alguien las llamaba recordando viejos tiempos. Las sillas verdes y blancas de plástico, limpias, relucientes, estaban colocadas ordenadamente al efecto y rondaban las 700 (alguien contó 14 filas por 50 sillas cada una, 700, salvo error u omisión). Las dos primeras filas, más próximas al escenario, se habían reservado para las autoridades locales y sus correspondientes amistades y estaban señalizadas con una cinta verde que las separaba del resto. A continuación, todas las localidades eran de libre acceso sin que hubiera para informar o acomodar al público ningún acomodador o empleado municipal; por tanto, podían ir sentándose los espectadores donde mejor les pareciera, según fueran llegando, en los sitios que se encontraran libres.

Eran las diez menos diez cuando un matrimonio de cierta edad, sin demasiadas facilidades de movimiento, llegaba al parque confiando en encontrar sitio donde sentarse. No tenían demasiada costumbre de salir de su casa a sus años y les sorprendió ver tantas sillas preparadas y casi todas las filas llenas menos unas cuantas de vez en cuando libres. Se acercaron a las que vieron más próximas donde había dos desocupadas. Al dar educadamente las buenas noches a la joven (no tan joven) que ellos no conocían y que había sentada junto a una de las dos libres y disponerse a sentarse ellos la chica dijo:

—Están ocupadas. 
—¿Ocupadas?, eso es cuando hay alguien sentado en ellas, yo veo que están libres —dijo el hombre. 
—No, hermano, las tengo reservadas yo para dos amigas que vendrán ahora.
—Pero, hermosa, si aquí no se paga entrada, ¿cómo las vas a reservar? Si hubieras pagao entrada… pero así... ¿Y si luego no vienen? Mira, lo mejor es que nos sentemos nosotros, que lo necesitamos, y luego, si vienen tus amigas, ya se verá. 
—Que no, hombre, que pa eso he venío yo con tiempo de sobra. Que no se sienten ustés. —Y mientras decía esto, se levantaba e intentaba apartar la silla que ya la había cogido el hombre. 
—Pero, muchacha, te vas a empeñar y ¿quieres quitarme la silla pa que caiga y me mate aquí en plenas fiestas delante de to el mundo?.

En esto ya se habían levantado algunas personas cercanas y hablaban a favor del hombre y otras que también reservaban asientos hacían su defensa del derecho a guardar silla a quien cada uno quisiera. Poco a poco se fue creando un revuelo que hizo ponerse en pie a casi todos los sentados y a participar en los pequeños corrillos de discusión, incluso los espectadores que ya permanecían de pie al otro lado de la última fila de localidades se enzarzaron en ello con gusto o con disgusto.

La pareja presentadora del evento salió puntualmente, como clavos, al escenario; pero cuando vieron el bullicio que había, a pesar de intentarlo, no lograron apaciguar los ánimos y el revuelo ya se convirtió en escandalera. Finalmente acudieron dos policías municipales al núcleo de la disputa y trataron de averiguar la causa del incidente mientras llamaban al orden e invitaban a sentarse a todos los que permanecían de pie teniendo silla, aunque sin conseguir tampoco su objetivo. Decidieron, no obstante, permitir que las dos personas mayores que habían iniciado el debate tomaran asiento, preguntando a la más joven, ya encolerizada, si había venido quien esperaba, a lo que ella respondió que no. Alguien entonces dijo con más volumen de voz:

—Ves, lo que estamos diciendo; unos reservando sillas y otros de pie. Como no cuesta. Veríamos si pagaran entrada los cómodos si venían puntuales. ¡Fuera la reserva de sillas sin pagar! ¡Ya está bien que siempre estemos igual!

Otro espectador comentaba en voz alta:

—En la capital, en el transporte público pagando billete se sigue cediendo asiento a las personas mayores, a discapacitados, a las embarazadas o mujeres con niños. No comprendo cómo aquí, siendo esto público y gratuito, no se hace lo mismo. —A lo que muchas personas asintieron.

Finalmente, con la ayuda de la policía apaciguando ánimos fueron consiguiendo sentar a los espectadores. Por fin, aunque con ligero retraso, el acto dio comienzo y se desarrolló sin nuevas incidencias. Solo pudo comprobarse cómo, mientras multitud de personas permanecían de pie al otro lado de la media luna que formaban las sillas, durante todo el acto, unas cuantas permanecían libres, vacías, salpicadas entre el público sentado.

Pasadas las funciones, en el primer pleno municipal, dentro del orden del día y los asuntos a tratar, estuvo la cuestión de las sillas reservadas en espectáculos de entrada libre y gratuita hasta completar aforo. Quedó claro que el hecho de no cobrar entrada no significaba que fuera gratis, puesto que la organización siempre tenía unos costes que asumía el ayuntamiento con el dinero público de todos los vecinos y contribuyentes. Por tanto, todos tenían derecho a coger asiento si llegaban antes de comenzar el evento habiendo sitios libres y prestando atención especial a las personas que más necesitaban sentarse. Así fue cómo por fin se confirmó una ley en el pueblo según la cual a partir de aquella fecha, y por tanto en las próximas fiestas, no sería posible reservar sillas y lo único que se pediría al público es que el que quisiera estar sentado viniera con tiempo suficiente para coger asiento.


Libros de Fabián Castillo Molina: 


Al pueblo (poesía) y La Culpa (novela)



 

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