por Vicente Sotos Parra
En estas fechas todas las casas del lugar adquirían un aire de fiesta. La madre de Felipón empezaba pronto a preparar el Nacimiento en aquella humilde casa, la habitación que servía cocinilla, comedor, salón era en definitiva lo era todo, solo tenían esa pieza de la casa y dos cuartos donde dormir que justo les cogía la camas. La pieza más importante tenía en un rincón una gran despensa, siendo este el lugar donde se depositaban a aquellas cosas que no solían gastas.
Allá en el fondo se guardaban las figuras del Belén que de año en año se sacaban con mucho cuidado, pero no por ellos se libraban el resto del año sufrir el empuje de algún cacharro que los empujaba para ganar espacio. Las figuras ya muy desgastadas a pesar de ser siempre guardadas con sumo esmero y cuidado.
Felipa las sacó del rincón más hondo, y las fue colocando en el centro de la vieja mesa de madera maciza que en sus tiempos sirvió para matar gorrinos.
Felipón y el hermano Juanantes se encargaron de traer del campo unas cuantas ramas de pino que les sirvió para hacer que el nacimiento fuese verde con el suelo cubierto de acículas con las figuras bien dispuestas. San José, la Virgen y el niño, con la mula coja, y el buey con la cabeza pegada del último encuentro con algún cacharro mientras descasaba en la alacena. No parecían estar en un establo, parecían estar en valle verde y hermoso, salvo por un puñado de paja que amarilleaba en el techo del niño.
En medio de los preparativos, Felipa solía decirle al hermano Juanantes sonriendo de modo tierno y jubiloso:
--¿Hermano, pero si usted es ateo, no?
--Déjame, déjame, Felipa –replicaba el hermano con buen humor –no me recuerdes eso ahora y …a los chiquetes les gusta la navidad…
Un ateo que no quería herir el alma de Felipón. Toda la gente del lugar sabía por experiencia que era un cristiano por las obras que hacía cotidianamente.
Había en la cena entre la madre y el hijo un alegre recogimiento aumentado por la inmensa noche de grandes estrellas dejando que rezara el viento. La lumbre de la chimenea se apagaba y solo quedaba algunos rescoldos de la gavilla de sarmientos y de las tres cepas.
Lentamente pasó la velada. Felipón se fue a la cama, pero no se podía dormir. Sin hacer ruido pudo ver a su madre, que entraba de puntillas, sintió cómo le ponía debajo de la almohada un pañuelo que había bordado con su nombre.
Felipa le dejó el pañuelo bordado tratando de no despertarlo de sus sueños que durante su vida le quedaban por vivir.
Niño, ¿por qué has nacido
en este pobre portal,
teniendo palacios ricos
donde poderte abrigar?
Mis más sinceros deseos de que en el próximo año se cumplan todos vuestros deseos de salud. Para toda esta gran familia, el Grupo de Facebook de Las Pedroñeras: EL LUGAR.


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