LA CARTA DE FELIPÓN A SANTA CLAUS (capítulo 60): Su soñada bicicleta | Las Pedroñeras

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lunes, 18 de diciembre de 2023

LA CARTA DE FELIPÓN A SANTA CLAUS (capítulo 60): Su soñada bicicleta

por Vicente Sotos Parra



Son años de estrecheces y fatigas para todos en el lugar, son tiempos de casi la posguerra. En sus ocho años, Felipón no se había enfrentado a un problema de semejante magnitud, la experiencia era completamente nueva. ¡Ah!, pero aquello tenía que resolverlo. De cualquier manera. Lo que estaba en juego no era poca cosa. Él le había echado el ojo, hacía tiempo, a la bicicleta del escaparate de La Flecha de Oro de la calle Montejano… Síii de la tienda de los Pelayos. Y ahora claro que se le presentaba la oportunidad…Ahora. Al principio cuando la vio, ni siquiera se le ocurrió pensar  que algún día pudiera ser suya.



Él sabía sumar y conocía los números y el precio de la bicicleta estaba allí, bien claro en una etiqueta que le colgaba del manillar reluciente.  Pero no por eso dejó de pasar todos los días dos veces frente a la tienda de los Pelayos. Antes de entrar a la escuela y cuando salía de ella, para pasar frente al escaparate, había que desviarse un poco del trayecto habitual de la casa a la escuela, cuestión de cuatro o cinco minutos. Felipón se paraba allí frente al escaparate y por eso no le cobraban por mirarla…, y pensar. La bicicleta era para hombres, de color negro, de cuadro robusto, de sillín que parecía de cuero y un amplio porta equipaje para llevar la espuerta en él y la mocha que podía pasar sobre el soporte de este. Midiendo calculaba que sus pies llegaban de sobra a los pedales. Se veía bajando la cuesta los Hitos vertiginosamente, y los chiquetes mirándolo lo envidiarían, y, ah, no, pero él no la iba a usar la bicicleta para eso, sino para  trabajar! ¡Sí, señor! Porque Felipón ya había decidido que en caso de…, bueno, por imaginar no castigan a nadie, ¿verdad? …, en caso de que aquella bicicleta llegara algún día a ser suya, ya sabía cómo sacarle provecho. ¿No había trabajo en el campo? Y si la bicicleta era de hombre tanto mejor: para andar por los caminos y por las calles del lugar que tampoco había diferencia, ni en los baches ni en el barro que se acumulaba.

Estaba que ni mandarla hacer, aquella bicicleta negra, B. H. Lo que primero que iba hacer, es con los primeros cuartos que ganase es comprarle a su madre un regalo. Él ya lo  sabía un espejo nuevo, porque aquel pedazo del que se había roto hacía meses, y frente al cual se hacia el moño cada mañana…

--¡Agárralo, Felipón!

Lloviznaba, corría un viento frío, el día era de invierno, oscuro y tristón, el suelo estaba lleno de barro, y de entre  la niebla surgió la figura de Bartolo.

El gato de la hermana Teresa venía disparado hacia Felipón, con el rabo erizado, al  aire los dientes menudos afilados en una mueca de terror; y detrás del gato parecía volar el amigo de Felipón, Bartolo. El gato pasó como una exhalación  entre las piernas de Felipón metiéndose en la gatera de la hermana Teresa.

--¡Ya se nos fue! – Dijo Bartolo y detuvo violentamente su carrera frente a Felipón---, ¿Por qué no lo atajaste, hombre? ¡Eres un cobardica!

--¡Bah! ¿Quién iba a atajarlo como iba?—con cara de resignación dijo Felipón.

--Es que tú estabas asustao ahí como un pasmarote. Por eso se fue.

Simplemente andaba Felipón todo el día abstraído, como en una nube.

Mirándolo enfurruñaoo Bartolo.  Era compañero de juego de Felipón y de ir a la escuela juntos. Tenía Bartolo una cara redonda y roja con muchas pecas que se amontonaban debajo de los ojos como un melocotón comido por los pulgones 

--Bueno…,--y Felipón fue a sentarse a la lumbre.

--- ¿Qué te pasa, oye?—inquirió Bartolo poniéndose en cuclillas.

--Na, hombre, naa.

--¿Conque vienes o no?

Bartolo lo miró medio intrigado, medio burlón; se encogió de hombros y se alejó corriendo sin decir nada más.  Felipón se recostó  en la silla de la casa de su madre. Parecía que su amigo le adivinara el pensamiento.



Felipón  no había faltado aquel día, cuando el maestro habló de Santa Claus. Bien claro lo había explicado todo el maestro. Santa Claus viene todos los años en Nochebuena, llega con regalos para los chiquetees buenos que se  han portado bien. Entonces Bartolo le había preguntado.

 --¿Santa Claus viene en camellos, igual que los Reyes Magos?

--No – había contestado el maestro.-- vienen en un trineo.

--¿Y que es un trineo?

El maestro tardó un poco en responder.

--Pues…, un trineo…, un trineo..., es un  vehículo tirado por renos que se usa para viajar sobre la nieve.

Nadie entendió lo que era un reno, pero Bartolo había planteado rápidamente un problema que al  maestro le pareció molestar.

--Y entonces, ¿cómo va a viajar Santa Claus por aquí si no hay nieve?

--Bueno eso no es cosa de nosotros. La cuestión es que Santa Claus viene todos los años en Nochebuena, y les trae regalos a los niños que le han pedido algo.

Luego explicó que a Santa Claus se le podía pedir algo mediante una carta que él se encargaría de hacérsela llegar. Eso sí, una carta bien escrita, nada de garabatos ni borrones, en papel limpio y en un sobre.

Aquello era pues la oportunidad. Había que pedirle la bicicleta a Santa Claus.

A Felipón no le cabía duda de que era un chiquete bueno: ya que fue una sola vez la que había agarrado por el rabo al gato de la hermana Teresa. A su madre le había dicho tres o cuatro mentirijillas, pero de las pequeñas. Y bueno, eso era todo, y por eso no iba a negarle Santa Claus la bicicleta. Hasta ahí no había problema. Lo malo era que la cosa no queda ahí… ¿Por qué?…, pero era inútil seguir explícaselo a sí mismo; esto tenía que comunicárselo a Bartolo, que rodando por la calle intentando dar caza al gato de la hermana Teresa.

Felipón se decidió a contarle lo que pensaba a su amigo.-

--¡Bartolo!¡ ¡Ven p'acá!

--¿Qué pasa?—dijo Bartolo acercándose.

Felipón no sabía cómo empezar.

--Este…,oye…,¿tú te  acuerdas de lo que dijo el maestro el otro día?

--¿Qué?

--Lo de Santa Claus.

--Ah,.., sí.

--Y tú…,¿tú no vas a escribir la carta?

--¿Yo?...,¿pa qué?

--Pues …,pa ver si te trae algo.

--No, hermoso. ¿Tú te crees que Santa Claus va a venir aquí?

--¡Ah!..., entonces Bartolo también había estado pensando en el problema.

--¿Y por qué no?—respondió Felipón.

--Sí, aquí …¡¡Aique!!, no te hagas el bobo …,si aquí ni los Reyes vienen.

--¿Quién te dijo eso? A mí el año pasado sí que me trajeron  un juguete.

--¡Mmm!... Algún regalo de perra gorda sería.

--Bueno, pero el caso es que me lo trajeron. Y a lo mejor no son tan miserables.

--Si no es que sean miserables, hermoso. Es que…, es que Santa Claus no es más que para los ricos.

--Y entonces por qué dijo el maestro que…

--¡¡Aique!!,y qué se yo! Si tú lo quieres saber, pregúntale al maestro.

--Así que tú no le vas a escribir a Santa Claus.

--Pero para qué, hermoso.

--Bueno, mira ---Felipón resolvió sincerarse---.Te voy a decir la verdad. Yo …,tampoco creo que pasen por aquí,

--¿Y entonces?

--Claro, hermoso ¿Tú no sabes que Santa Claus es americano?

-- Bueno.

--¿Y cuándo has visto tú un americano por aquí, y menos de noche?

--Y figúrate tú, Santa Claus que viene con ese…,¿cómo se llama?

--¿El trineo?

--¡Y ponte a pensar que el trineo se le queda atascado en un charco!

--Sí, hermoso, Santa Claus no tira por aquí porque tiene miedo. Pero si nosotros…, atiende lo que te voy a decir…,si nosotros le quitamos el miedo, entonces, entonces seguro que viene.

--¿Qué? ¿Qué te parece?

--Bueno, está bien ¡Pero la carta la escribes tú!... Bueno yo quiero una escopeta.




No fue fácil, el lápiz casi no tenía punta, ni goma para borrar los borrones. Tenía las manos sucias resultado de haber estado jugando en la calle. Pero al fin…

--Bueno, ¿quieres que te la lea?

--Ta bien—dijo Bartolo—Pero date prisa que mira por allí viene el gato de la hermana Teresa.

Y Felipón leyó:

"Querido Santa Claus, yo me llamo Felipón y mi amigo, Bartolo. Nosotros te escribimos  porque somos chiquetes buenos y el maestro dice que tú les traes a los chiquetees buenos si ellos te piden algo; entonces yo quiero pedirte la bicicleta que está en La Flecha de Oro de la tienda de los Pelayos. Y mi amigo quiere la escopeta de perdigones. Santa Claus, no te dé miedo, acuérdate la bicicleta es para mí y la escopeta es para mi amigo".

--Te falta una cosa—dijo Bartolo.

--¿Qué?

--No le dijiste a Santa Claus dónde vivimos nosotros.

--¿Y tú crees que él no lo sabe eso?

--¿Cómo lo va a saber?

--¡Adiós ¡ …,¿no es santo?

--Mira a ver si tú conoces a alguien que se llame Claus. Escribe donde vivimos, anda.

--Bueno.

Y Felipón añadió:

"Yo vivo en la casa que esta frente al Pozo Nuevo que tiene una piquera con la puerta  pintá de azul. Y mi amigo vive tres puertas más p'allá en la misma calle".

--Ya está, esta tarde se la damos al maestro.

--Bueno, ¿y no habrá que ponerle sello?

--El maestro no dijo na de eso.

Y Bartolo se alejó caminando y brincando tras el gato de la hermana Teresa.

El día veinticuatro de diciembre, al filo de las cinco de la tarde, Felipón y Bartolo se abrían camino entre la gente frente al escaparate de La Flecha de Oro contemplado un rato largo la bicicleta y la escopeta de aire comprimido. Se miraron  con complicidad y regresaron a sus casas, y de camino le habló Felipón a Bartolo.

--Oye ¿seguro que no te va a dar el sueño esta noche?

--¡No, hombre, qué va a dar! …,voy a coger una cepa por si hay que defender a Santa Claus. ¿Qué vas a llevar tú?

--Yo los bolsillos llenos de piedras.

Se subieron por la tapia a la tiná de sarmientos del hermano Frasquito que la tenía justo enfrente por donde tenía que bajar Santa Claus. Hasta la media noche pasó poca gente por la calle. De esa hora en adelante comenzó a no pasar nadie.

--Oye, yo creo que por aquí no va a pasar.

--Lo que pasa--- insistió Felipón – es que tienes miedo de que te coma el coco.

--Si no vino por aquí, habrá venío por la otra parte y nosotros aquí no hacemos naa.

--Bueno, si tú te quieres rajar…

--¿Tú te quedas?

Felipón vaciló. La verdad era que le estaba sintiendo frío, y luego allí solo…No

--No yo solo pa qué voy a quedarme. Pero ya sabes  si después  le dan un estacazo  a Santa Claus y nos quedamos sin los regalos la culpa es tuya.

--Vámonos, hermoso Santa Claus es grande y sabe lo que hace.

--Bueno.

Caminaron en silencio, al llegar al punto en que deberían separarse para ir cada cual a su casa—Bartolo repitió.

--Si no vino por aquí, habrá venío por otro laoo.

--Sí, hombre, está bien,…, bueno, nos vemos.

Y se despidieron.

Al día siguiente salió Felipón escapao a la calle dirigiéndose a la casa de Bartolo, hablando solo se decía para sus adentros:

--Pero sabe Dios por qué no trajo Santa Claus la bicicleta. A lo mejor no fue su culpa. ¿Y si al maestro se le olvidó mandarle la carta? ¿Y si se le atascó el trineo en uno de esos baches? Quién sabe…, quién sabe si  a Santa Claus no le gustó aquello de agarrar por el rabo al gato de la hermana Teresa. Quién sabe.  De cualquier manera no hay que ponerse así. ¡Bah!, -se dijo- todavía faltan los Reyes, esos siempre llegan porque los camellos conocen el camino y no les importa lo del gato. ¡Bah! 

Buscaría a Bartolo para ver si Santa Claus le había traído la escopeta.


(CHASCARRILLO)

La inocencia y la ilusión

nunca se deben perder.

El día que las perdamos

perderemos la niñez.


La dicha ilusionaria es más

válida que la pena real.

René Descartes


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