por Vicente Sotos Parra
Estando en El Navazo, en el piscajo de los que le tocó a la Luisa de su padre que ni siquiera era de él, y que pertenecía a los dueños de El Taray. Se les acercó a ellos el hermano Cristóbal, casero en aquel entonces de la finca… Le dijo a Raimundo: ¿Sabes que llevas dos años sin pagar la renta de la tierra? Tu suegro no me pagó el último año, y tú tampoco has pagado este".
-Hermano, no lo sabía, pero no se preocupe, que cuando tenga los cuartos se lo pago.
-Bueno, así quedamos, Raimundo. Necesito a un chiquetee para que le ayude a la hermana Evangelina a cuidar de las gallina; vaya, de pollero.
Escucho lo dicho Felipón, dijo: "Hermano, ¿yo le puedo ayudar?"
-¿Tú que dices, Raimundo.
-Yo no soy su padre. Si a la Felipa le parece bien, a mí también.
-¡Ea! Díselo a su madre tú.
-Así lo haré, hermano.
Al día siguiente su “chache” le compró una bicicleta negra de la Flecha de Oro para que pudiera ir a El Taray por la carretera de Las Mesas, ya que le gustaba más que por el camino. Se presentó en El Taray a la hermana Evangelina que hacía honor a su nombre de ser un ángel de mujer de buena que era. Para los que no llegasteis a leer los tebeos del Jabato que a Felipón tanto le gustaban, pero sí que habréis visto esas películas de gladiadores del circo romano, pues más o menos en ese estilo de corpachón a sus quince años. Con casi dos metros de altura, que hacía que se tuviese que acachar al pasar por los marcos de las puertas. Pelo negro, acabado en melena intentando emular a su ídolo, con cara de niño y cuerpo de hombre, torso grande, brazos musculosos y de presencia afable, sencilla, irradiando naturalidad a raudales, de palabras las justas y necesarias.
Entró en el patio de la casa y se presentó a la hermana Evangelina, y lo primero que la buena mujer le dijo: "¿Tú ya has ido a la mili, hermosón?" Se le quedó mirando y le llamó la atención su presencia, que ella vio en él la aureola de una de esas personas que decían que existían, pero que nunca las tuvo delante de ella, entrándole por los ojos y queriendo ver a uno de sus hijos.
Lo acompañó a su cuarto, en donde solo había un camastro con una cama con el colchón de borra, corto de largo para su cuerpo. A continuación le enseñó el gallinero explicándole todas las tareas y dándole los horarios de estas. Los primeros días apenas si salía del gallinero ya que este andaba abandonado por el tiempo que nadie le atendía lo que necesitaba. Cuando la hermana lo llamaba para almorzar sacando de la alhacena, donde pan, queso, tocino gordo y magro, vino y aceite no faltaba. Se comía el chiquetee un pan para almorzar y dos para comer: "¡Está un poco duro, hermoson!" "¡A buen hambre no hay pan duro, hermana!" Los primeros días la hermana se sorprendía de lo que comía Felipón.
Ya sabemos todos cuándo se levantan las gallinas con los primeros rayos solares, y cuándo se acuestan. Antes de que se despertaran, ya tenía la hermana la chimenea limpia de las cenizas, y la leña para prenderle fuego, así como los cántaros de agua llenos que se sacaban del pozo que estaba en el patio.
El primer domingo, como estaba acordado, Felipón se dejó caer por el lugar con su B.H. dando cuenta a su madre y tíos de lo que hacía y de cómo lo trataba la hermana. Su madre le dijo: "¡Hijo mío allí donde vayas, siempre con la cabeza alta, que tu madre se sienta orgullosa de haber tenido un hijo y haberlo criado sola!"
Antes de que se acostasen las gallinas, ya estaba ese domingo en El Taray de vuelta para recoger los huevos de ese día, pues ellas no saben de fiestas.
Se sorpredían el hermano Cristóbal y la hermana Evangelina: "¡Ya te lo he dicho, Cristóbal: este chiquete es como un ángel". "Sí, pero come como una lima!"
El hermano Cristóbal empezó a cogerle cariño, por lo que de vez en cuando tenía conversaciones cortas pero instructivas. Le preguntó por lo que le gustaría ser de mayor a lo que le contestó que su héroe era el Jabato, aquel luchador contra las injusticias que se daban en sus historietas. Convencido de que lo podía emular salvando los tiempos, el hermano le dijo: "De ahora en adelante te llamaré Felipón el Jabato pedroñero".
En la segunda semana ya ayudaba a Juan el pastor con el ganado en las faenas de ordeño y de ponerles de comer a los animales, cosa esta que le gustaba desde que era pequeño, el estar cerca de los animales.
Tenía Juan cuatro hijos, dos chicas de catorce años la primera, doce la segunda y dos chiquetes de nueve y siete años. La mayor, en plena pubertad, puso los ojos en Felipón por aquello de que no tenía mucho con quien comparar, elevándolo a los cielos de sus sueños, por no haber salido casi nunca del Taray. Solía ir de uvas a peras a Las Mesas a casa de sus abuelos en un periodo de tiempo de dos o tres días.
El aura de Felipón la embaucó sin que este tuviese que hacer nada para que la chiqueta perdiera los calcetines nada más verlo. Tenía María la frescura y la inocencia de aquellos tiempos en donde bastaba una mirada para ponerse roja como un tomate, sin malicia, limpia y pura como un amanecer. Los hoyuelos de su cara al reírse y el de su barbilla, sus cuatro pecas en sus mejillas, sus ojos negros con su cuerpo de mujer, siendo una niña. Despertando dulzura y candidez en su hermosura natural, que compararla con las Vírgenes estas se quedaban en mantillas, que los artistas que las hacían se les olvidaba darles ese toque natural con sus cuatro pecas y su sonrisa. Subida en una nube, sintiendo en lo más profundo de su ser la alegría de estar viviendo en un cuento de hadas siendo ella la protagonista.
La distancia de la casa al pinar de la laguna, escoltados por los almendros en flor. Era ese pasaje en donde cada uno por las rodás de los carros encaminaban sus pasos. Una vez en el pinar disfrutaban cogiendo los piñones que entre la juma se escondían. Zambullidos en un sueño del que no querían despertar.
(CHASCARRILLO)
Siendo grande y hermoso
el sueño que María vivía.
Fue verdad que de él
sueño nunca despertaría.
Quizás encuentres sin buscar
los sueños que tuviste un día.
No pares de buscarlos que ellos,
te alegrarán de nuevo la vida.
Una parte de las personas que amamos sigue con nosotros.
Ese tiempo pasado nos pertenece.
(SENECA)
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