Es la última obra del cronista oficial de Cuenca, Miguel Romero. Al final de la misma, el autor, que es honesto, reconoce lo que ya íbamos comprobando a medida que avanzábamos en su lectura: que el 90% de su contenido está tomado de la bibliografía que Romero relaciona al final de la obra. Él lo único que hace es un collage tomando de cada una de las obras consultadas aquello que le interesa. Y lo que le interesa es ofrecer un cuadro familiar de la corte española desde Fernando VII a Isabel II. En fin, el autor también enfatiza en todo lo que aquella Corte de los Milagros tuvo de relación con Cuenca y los conquenses, que, según inferimos, fue mucho. No trata, pese a todo, el casamiento del hijo de Mendizábal con la pedroñera Salomé Cañavate Peña en 1841 (y eso es algo que echamos de menos los de la capital del ajo).
La estructura del libro es algo circular, y el autor no duda en volver una y otra vez sobre contenidos ya expuestos, de modo que se hace algo repetitiva. Y pese a eso, al interesado en la vida cortesana de este período histórico (algo tétrico y ominoso) de nuestra historia nacional, no creo que le disguste de ninguna manera lo expuesto en este libro. Más aún si no se tienen unos conocimientos muy profundos de lo que se guisaba entre reyes y políticos del momento, de las relaciones familiares y, también, muy íntimas (hasta sexuales, para ser explícitos) en los matrimonios reales y de sus componentes con otros personajes y personajillos del entorno, de casos de corrupción y malversación de fondos públicos, con el aprovechamiento -incluso- de información económica privilegiada, de cartas familiares de ida y vuelta en que se tratan temas de toda laya, de enchufismos, tráfico de influencias, intrigas políticas y, así, un largo etcétera. Se centra, sobre todo, el autor en la figura de María Cristina: en su matrimonio, primero, con Fernando VII, aquel rey felón, y, luego, cuando este murió, con ese taranconero que fue Agustín Fernando Muñoz, guardia del corps de la reina madre con el que tendría ocho hijos. Amores y desamores, casamientos de conveniencia (y secretos), sexo, romanticismo, decadencia, lujo, miedo, exilios, enfermedades, toxicidad política... y unas guerras civiles, las carlistas, como telón de fondo.
El contenido del libro es interesante y trata, al final, aspectos menos investigados y de primera mano, como es la relación epistolar entre Amparo (hija de la reina regente María Cristina, casada aquella con un príncipe polaco) y sus padres, y la de estos con su marido, Ladislao, que refleja un singular cuadro familiar. Para recaudar toda esta importante información, Miguel Romero tuvo que viajar a Cracovia. Es la aportación personal del autor.
Pero no quisiéramos desdeñar otros aspectos que, debido a su impacto en nuestra lectura (como profesor de Lengua que uno es, con perdón), trataremos en adelante pues, de seguro, ayudarán al autor a mejorar la redacción de la obra en posteriores ediciones, que esperamos sean muchas. No pertenecemos a la famosa Fiera Literaria, pero hay cuestiones referentes a errores ortográficos y de puntuación que claman al cielo y uno estima que no está de más hacerlos patentes. No en vano, ya os revelo que tales "deslices" pasarán inadvertidos al lector medio, de modo que podrán seguir una lectura "natural" de la obra sin menoscabo de lo que en ella se ofrece.
Señalaré tan solo unos pocos errores (que no erratas) que de continuo se deslizan en el texto hasta enseñorearse de él por completo.
Desconoce el autor (pues se hace evidente) la diferencia entre el guion y la raya, dos signos de puntuación diferentes que tienen asignadas por la docta Academia sus específicas funciones. Pues bien, Romero no sabe de la existencia del segundo. Solo usa guiones, tanto para acotar como para la consignación de diálogos (oficios propios de la raya). Es más, se sirve de este tipo de signos (de los guiones) indiscriminadamente cuando el texto no los requiere y me refiero en concreto cuando trae a colación determinadas citas, para lo cual se han de utilizar prescriptivamente las comillas dobles. Esto es continuo (y se hace pesado) a lo largo de toda la redacción.
Deslices frecuentes (sean gazapos o no) existen también por lo que se refiere a la acentuación. El texto requiere de un pulido completo en esta cuestión, pues junto a erratas evidentes (no acentuar, por ejemplo, París en la mayoría de los casos) apreciamos errores de ortografía escolares. El autor desconoce que la palabra quien no lleva siempre tilde (como él quisiera) pues únicamente hay que ponérsela cuando actúa en la oración como pronombre interrogativo o exclamativo. Pues nada, sin hacer caso de regla tan clara y conocida, el autor le pone tilde siempre. Y da que hablar el uso de los demostrativos. El autor desconoce que ya no hay que acentuarlos (a no ser en casos de ambigüedad) y se toma la licencia de acentuar en casos innúmeros incluso los que actúan como determinantes cuando a bien lo tiene.
Pero el autor se toma también la libertad de escribir sino junto cuando no conviene (y señalaré un caso entre muchos): "Olózaga actuó en el proceso sino como acusador sí como testigo de cargo". Por cierto, el sí afirmativo unas veces lo acentúa y otras no en un baile continuo que se parece demasiado al juego del escondite o a ese juego del buh-tras que se ejecuta con los niños pequeños. Seguro que me entienden. Este baile tiene lugar también con determinados monosílabos, como fue, que el autor acentúa según venga el aire (aunque nunca hay que hacerlo). El uso de las mayúsculas para dignidades, títulos o cargos también es de traca, en otro baile (esta vez lambada) de letras que pueden darse incluso en un mismo párrafo (Reina - reina). Acentúa palabras como huida (siempre que aparece). Se sirve de la coma cuando el texto manda utilizar dos puntos. Hay ejemplos de anacolutos claros a lo largo del texto. Y, en fin, otros muchos casos particulares que darían para llenar un buen puñado de cuartillas.
Pero he querido dejar el plato fuerte para el final. Me refiero al uso de las comas. Romero necesita (y lo digo con honesta sinceridad y sin la más mínima acritud; ¡Dios me guarde!) un curso intensivo en este sentido. Que me perdone este polígrafo conquense tan querido y premiado, pero alguien había de decírselo. El uso indebido de comas, al tuntún, es continuo desde el primer párrafo del libro hasta el último. Cientos de estos erróneos usos de la coma en el texto pueden señalarse. Decenas de ejemplos podría poner; decenas y decenas que se convierten en esos cientos (y cientos). El autor pone coma como por intuición y la intuición no vale en esto de la ortografía y la puntuación. Hay unas normas que seguir, muy sencillas, pero que hay que tener presentes en todo momento. Por ejemplo, no se puede separar el sujeto de su verbo por una coma, a no ser que haya una aclaración intermedia que lo posibilite. Por poner un ejemplo entre decenas y decenas: "Todas las personas cercanas a la corte, (¡😒!) denunciarían años después esta escasa formación [...] y en ese caso, su madre, (¡😒!) había tenido mucha culpa en ello". Y así, chorrocientas veces. No sabe tampoco Romero que es erróneo poner comas en estos casos: "Cierto es, (¡!) que la regente por culpa de su exilio...". O dos páginas más adelante: "Cierto es que, (¡!) don Marcos Aniano...". (En esta misma página, por cierto, escribe el autor "en loor de multitudes" en vez de la reglamentaria "en olor de multitudes"; o un "debo de dejar este país", cuando aquí el verbo deber indica eso mismo, obligación).
Hay otras muchas incorrecciones reseñables, muchas y graves que, por respeto, no voy a explicitar en este artículo. El libro necesita un obligado pulido de estilo, de puntuación y de ortografía urgentes. ¡Pero, más que nada, esas comas, don Miguel!
Y pese a todo, recomiendo este libro, que hará las delicias de los lectores interesados en este período histórico que, de haberse dado en la actualidad, hubiese llenado páginas y páginas de revistas del corazón. Estos Borbones siempre han dado mucho juego en la prensa rosa y amarilla (por cierto, en falta echamos la mención de esa publicación de los Bécquer de Los Borbones en pelota). Un buen trabajo de síntesis, en definitiva, que, sin duda, ayudará a entender mejor la situación política del momento y a aprender, de paso, numerosos datos y particularidades internas e íntimas de la real vida borbónica de esta etapa decimonónica de nuestra querida, ¡ay!, España.
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