Comedora de des. ¡Qué güenismas le están estando! ¿Es que será de po aquí?
Pues sí, nos gusta por estas latitudes pedroñeras comer des, es decir, el suprimir el sonido [d] en algunas terminaciones. No es un rasgo fonético exclusivo de este pueblo ni mucho menos, pues es característica general del habla de los dialectos meridionales españoles (andaluz, extremeño y murciano) siendo también general en el habla de La Mancha. Y he de decir que, si rascamos un poco, lo podemos observar en otras zonas de España, pues no es infrecuente que en el registro coloquial escuchemos decir to o na con toda naturalidad. En fin, merecería esto casi una tesis doctoral.
En efecto, por la Capital del Ajo somos unos auténticos comedores de des. Poco a poco, y a medida que la globalización va normalizando el habla de los pueblos, puliendo incorrecciones y, ¡ay!, llevando hacia el olvido aquellos dialectalismos y localismos que siempre han caracterizado al habla de cada localidad de nuestra Piel de Toro, vamos siendo cada vez más finos, lo que, por otro lado, ayuda a que la lengua española se mantenga íntegra. Los académicos aplauden con las orejas en este caso. Y hemos de admitirlo: Cada vez nos comemos menos. Pero, ¡eh!, las seguimos engullendo a puñaos (¡ea!, ya me he comío una; ¡ea, letra!, otra, jaja).
Por ejemplo, no dejamos (y sé que en ocasiones tendría que utilizar dejábamos) ni una [d] en los participios de los verbos (cuando los acabamos en -ado o -ido). Mirad:
ADO > AO > AU
Así decimos: cansao, tomao, dao, asomao... Y en todos los casos (a cientos) que se os ocurran. Todas las formas verbales acabadas en [ado], nosotros, dale que te pego, las terminamos en [ao].
Atrás va quedando (aunque aún existe numeroso personal que sigue en sus trece) cuando, no conformes con esto, el AO lo convertíamos en AU: cansáu, saltáu, dau, asomáu... ¡Qué lástima que todo esto se vaya perdiendo en nuestra habla! Soy consciente de que eran incorrecciones, pero ¡qué castizo!, ¡qué propio quedaba el decirlo!, ¡qué gloria el escucharlo! Era una seña de identidad. En fin, adiós, gloriosos aus que siempre fuisteis parte de nosotros; y que el Señor os tenga en su Gloria.
Maestro, que m'ha saltáu, me dijo una vez un alumno cuando, pasando lista, no lo había nombrado a él. Ya va haciendo unos años de aquello. Cuando lo recuerdo hoy en día en clase, se ríen los alumnos, como si fuese una anécdota prehistórica.
ADA > AA > A
Y lo mismo ocurre con los participios en femenino. Se dice cansá, tomá, cria, atontá... Toda forma verbal acabada en [ada], nosotros la convertimos en [a]. Y tan panchos que nos quedamos. Así lo heredamos de nuestros mayores y así que lo seguimos utilizando. Es nuestra manera de hablar...
IDO > ÍO; IDA > ÍA
Y lo mismo ocurre con los participios de verbos de la segunda y tercera conjugación (los que acaban su infinitivo en -er y en -ir). Esa -d- intervocálica nos la zampamos, pasa a mejor vida, la hacemos desaparecer: en realidad, nunca existió para los pedroñeros hasta que nos dijeron que existía, tal y como la podíamos ver escrita en los textos escolares por ejemplo. Así que nunca nos ha importado (pues lo decíamos con naturalidad) decir: pudría, consumía, escondía, jodío, pansío, torcío... y ese largo etcétera en que estáis pensando.
Y aquí lo dejo hasta un nuevo capítulo de "los comedores de des".
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