por Fabián Castillo Molina
El siguiente texto es una ficción a partir de la grabación de vídeo. Debe leerse antes de ver el microcorto para ver el contraste entre escritura e imagen en movimiento. En este caso fue antes la imagen que la escritura, aunque como sabemos suele ser al revés. Dichas imágenes fueron grabadas en un sótano de Pedroñeras en julio de 2016, casi por sorpresa, fue algo inesperado que te encuentras y que produce sensaciones que siguen vivas con el paso del tiempo. Parece que sugiere algo más, ¿no lo creéis así?
Sin salida
Llevaba allí
recluido en aquel sótano varios meses, había perdido la cuenta de las noches y
los días. No recordaba cómo había llegado allí, ni el cómo ni el porqué. Lo
único cierto era la imposibilidad de salir.
Aquella mañana
inesperadamente vio la claridad que tanto tiempo llevaba sin ver. Una luz
cegadora, una ventana, dos ventanas, limpiamente marcadas en la pared como por
arte de magia al alcance de la mano. No podía creerlo. Cogió la cámara que le
habían dejado un día junto con la comida y quien lo hiciera debía saber que la
fotografía y el vídeo eran sus aficiones favoritas. Lo habían sido siempre,
aunque no había aprendido lo que le hubiera gustado. Se puso a retratar lo que parecía su propia sombra,
pegada a la ventana clara y limpia que debía conducir a la salida. Avanzaba
despacio, incrédulo, nervioso con el pulso alterado al principio, zigzagueando
suavemente sin dejar de grabar. Cada vez le parecía más real lo que estaba
viviendo, que aquella ventana, aquella luz limpia conducía a la deseada
libertad. Avanzó titubeando, muy lentamente y cuando la ventana estaba al
alcance de su mano, extendió el brazo, aproximó las yemas de los dedos a tocar
el posible cristal o el aire que esperaba encontrar, la salida. Pero ¡ohhh!
desengaño, amarga realidad. Aquella intensa luz, aquella ventana claramente
marcada en la pared no era la salida. Pensó en los oasis del desierto que ven
las personas sedientas, ya casi notando el agua, al alcance de los labios y al llegar, al querer
entrar en contacto, el agua se
desvanece. Las yemas de sus dedos chocaron con una superficie dura y fría como
el mármol, firme, resistente. Golpeó con fuerza y estaba claro que no sonaba a
hueco. Un sólido muro seguía cortando la salida. No había escapatoria posible.
El grito que salió de su garganta pudo escucharse en muchas manzanas a la
redonda, y la respuesta, el silencio más absoluto. Nadie respondió, todo seguía
igual. La luz seguía allí. La ventana seguía invitando a la salida. La sombra
negra de su cuerpo y su cabeza en medio de la luz, sin salida.
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