por Vicente Sotos Parra
Esta historieta va dedicada a uno de los tantos hijo del lugar que deberían sus vecinos hacer justicia por su trayectoria de honradez y trabajador incansable. Que con su hacer durante muchos años ha dado y sigue dando que hablar de su pueblo de una manera sorda para muchos y que hace de su honradez y trabajo hablen por él.
El pueblo se preparaba para la celebración de sus fiestas mayores, y siguiendo la costumbre casi establecida comenzó el alcalde para abrir una suscripción en la que todo el lugar colaborase con una donación para sufragar los gastos de las fiestas. Subiendo por la calle Mayor el alcalde se encontró de sopetón con Felipón y Bartolo a los que con la lista en una mano y el lápiz en la otra, les interpeló de este modo:
--Vamos, a ver cuántos cuartos vais a portar para los gastos de la fiesta.
--Señor alcalde, con mucho gusto; lo que siento es que no tengo más que medio duro. –Dijo Felipón.-- Y yo con dos pesetas,-- dijo Bartolo.
Y, en efecto, entregaron los cuartos que tenían en aquel momento.
--Pero algo más podemos hacer --dijo Felipón--. Usted tendrá que mandar por los músicos de El Provencio, porque aquí no tenemos tantos músicos yo tengo la galera de mi tío. – sin dejarla caer Bartolo saltó como granizo en la albarda. – Yo tengo a mi borrico que de riata puede ayudar a la mulas del tío de Felipón iremos los dos y se ahorra el jornal, y además iremos también a llevarlos después de la fiestas.
--Gracias hermosos y acepto el ofrecimiento. Mañana temprano es preciso marchar.
--Lo dicho, señor alcalde, al amanecer saldremos de aquí para estar de vuelta antes del medio día porque a las doce tenemos que ayudar a Juan Tomás a tocar las campanas y hacer los hoyos para los postes de la pólvora, y la tribuna.
A la mañana siguiente llegaban los dos mozos con el galera llena de músicos a la puerta del ayuntamiento. El Alcalde parece que en materia de reparto no era muy inteligente y no había echado la cuenta de los instrumentos. Los dos violines, el trombón y el contrabajo, la acordeón, bombo y platillos, de modo que, después de estar los músicos en la galera, no quedaba espacio. Así Bartolo se subió a su burro “pelón” con un trombón. Felipón en la mula de su tío con un violín a cuestas. Media hora después, repicaban las campanas que era un gusto entre unos y otros el trabajo de los dos mozos se pudo hacer que repicaran las campanas y que los hoyos de los palos de la pólvora estuviesen a punto para el inicio de las fiestas. Llegó la hora de recoger la recompensa pensaron los mozos cada uno tenía ya a quien entre ceja y ceja. Llegó la hora del baile.
Ya el alcalde, el sargento de los civiles y demás notables acompañados de sus mitades y de sus hijas ocupaban la tribuna, y la juventud masculina tosía, se arreglaba el cuello de la camisa o hacia otras cosas por el estilo, aguardando el momento de poner en juego las piernas al compás de la música. Los músicos subidos en el quiosco empezaron a tocar. El primero en lanzarse fue Felipón, que se olvidó de los zapatos nuevos que le apretaban sin piedad, pero no piensa en esto cuando se trata de bailar con la hija del alcalde, de quien estaba secretamente enamorado. Desde aquel sitio descubre a la moza que lleva un hermoso traje, regalo de su papa y comprado con las donaciones de los pedroñeros de buena fe y mejor voluntad; los ojos de Felipón se anublaron y su corazón dejo de latir y empezó a galopar. Bartolo se quedo como todos nos hemos quedado en iguales circunstancias. Mientras tanto la escogida concurrencia desde la tribuna estaba escandalizada.
--` ¿Cómo –decía uno –atreverse a venir al baile un muchacho que lleva recados de todo el mundo?
--Y que ha traído los músicos –añadía otro.
--Y con el violín a cuestas.
--Y que toca las campanas.
-- Y que da vivas al patrón y al alcalde.
--Y que ayudó a montar la tribuna.
--Y que ayuda a Juan Tomás hacer lo hoyos para los palos de la pólvora.
Pues lo que es yo –decía la chica del alcalde- no bailo con él. ¡No faltaba más!
--Ahí tiene usted –añadió una prima hermana de su madre—lo que son las cosas, ese chico aunque hijo de mi prima hermana ha sido educado por un vecino suyo, que todos lo conocemos por el hermano Juanantes es así tan…tan… pues…tan llano, que no le ha enseñado más que a ser honrado.
--Verdad, doña Brígida, pero no puede entrar en la buena sociedad porque sus costumbres y sus modales no son de lo mejor –dijo la señora amiga íntima de la mujer del cacique del pueblo íntimo amigo del alcalde.
Este, lejos de calmar la tormenta sonriendo a unos, guiñando el ojo a otros, y dando la razón a todos. Por último, cuando vio que la opinión era unánime se dirigió a Felipón, que repuesto algo de su emoción penetraba resueltamente a donde más le valiera no haber entrado.
--Felipón, óyeme unas palabras.
--Sí, señor –contestó poniéndose colorado, porque pensó que habían adivinado su secreto amor.
--Mira, Felipón: siento lo que voy a decirte; pero es preciso. Los concurrentes al baile tienen a mal el que hayas venido, y yo te aconsejo que te vayas para evitar un trance.
--Pero ¿qué he hecho yo para que me echen así? ¿No soy un hombre honrado y trabajador? ¿No están ahí mis parientes?
--Es cierto: pero ellos tienen una posición que tú no tienes y tus circunstancias y las mías no me permiten admitirte.
--Y por qué no? Mi padrino ¿no me ha enseñado lo que saben todos esos señores? ¿No cumplo con todos mis deberes? ¿No he pagado como ellos los gastos de la fiesta? Y, además, ¿no he trabajado sin cesar para que quedara lucida?
--No sé qué decirte, hijo; pero el caso es que tienes que marcharte, porque así lo quieren y yo te mando que lo hagas.
--Bien, señor alcalde, bien; me voy por obedecerle; pero maldito si lo entiendo el motivo, y le juro que no he de parar hasta dar con la explicación de todo esto.
Aquella noche no durmió Felipón: más de dos horas pasó hablando con el hermano Juanantes que estaba en la puerta de la calle cogiendo el fresco, y se quedó sorprendido de verle volver tan temprano y nada alegre. Contándole lo sucedido y las palabras del alcalde.
--Yo no era joven cuando tu madre te tuvo y se quedó sola para criarte, naciste y te quiero como si fueses mi hijo, y hoy he llegado a ser viejo. Pensé, lo primero en hacerte honrado y laborioso, y gracias a Dios, lo he conseguido: todos te estiman porque tienes ambas cualidades, pero mi pobreza no me permitía gastar en ropas y calzado para ti. Tu corazón era y es hermoso, tu ropa fea y remendada, hasta hace poco que has podido comprar otra mejor con el producto de tu trabajo, Aspiras a alternar con las principales personas del pueblo y nada más justo; por tu bondad lo mereces, se bastara ella sola para lograrlo, y tu origen ninguno hay que te aventaje; solo falta el que no lo solicites, sino que guardes a que tus méritos te allanen el camino y que te busquen los mismos que hoy te rechazan.
“Nada de odios, nada de chismes; refrena hasta tu bondad; si algo puedes dar, dalo con discernimiento, y no dejes que la vanidad te lleve, sin que tú mismo lo conozcas, a ser despilfarrador cuando piensas ser generoso. Trabaja mucho y sin cesar y yo te aseguro que serás de los primeros, aquí donde hoy eres de los últimos. Cuando tengas una casa en la que reine la abundancia, no te faltaran amigos y querrán entrar en ella siendo tu esposa la mejor y más bella de las jóvenes que hoy no te miran siquiera. Ánimo, pues y en lugar de lamentarte como un niño, pórtate como un hombre”.
Felipón, como he dicho no durmió aquella noche pensando en las palabras del hermano Juanantes. Al día siguiente había tomado su decisión. Cuando volvió al pueblo después de llevar a los músicos a nadie habló de lo ocurrido en el baile; si se lo recordaban no se daba por aludido. No faltó alguno de esos enredadores, que por desgracia hay, que le aconsejaron que se quejara al gobernador civil, delatando ciertos pecadillos verdaderos o falsos que se le atribuían al alcalde; Felipón contestó que el oficio de delatador no le hacía maldita la gracia y que no quería servir de instrumento a nadie; y que lo que quería era trabajar y nada más que trabajar. En una palabra, su cambio fue tan grande que los vecinos empezaron a confesar que era un excelente hombre, y como su tema era siempre el trabajo, acabaron por reconocerlo y alabarlo.
Este puede que sea el ejemplo de Rafael Ramírez cuando se montó una pequeña tienda. Se convirtió pocos años después en la mejor del lugar, y de España, con sus ristras, florones, ramos de ajos, Siendo expuestos en las más grandes tiendas, que con orgullo lucían el nombre de Rafael Ramírez y su Lugar de nacimiento LAS PEDROÑERAS.
(CHASCARRILLO)
La honradez y la verdad por las
malas lenguas son maltratadas.
Así fue que la honradez y la verdad
llevó siempre Felipón en su espalda.
Así los números perfectos como
los hombres perfectos, son muy escasos.
Rene Descartes.
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NOTA: Esta historieta está inspirada en una foto publicada en el Grupo de Facebook de Pedroñeras: EL LUGAR, por Pedro Sotos Gabaldón, en la cual aparece Rafael Ramírez en una bicicleta cargada con sacos.
Gracias a ellos.
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