por Vicente Sotos Parra
Como era habitual, todos los años el punto de partida a la Virgen de la Cuesta era la cruz del Coso, donde se quedaba para iniciar el camino de los casi 41 kilómetros a recorrer la distancia en armoniosa romería.
Ya quedó claro que el tío de Felipón, Raimundo, era muy dado al lucimiento de actos en los cuales tuviera que ver con el lucimiento y la ostentación de cara a la demás gente del lugar.
Aquella tarde noche del día seis, unció a la Preciosa, y a la Chata, sus mulejas, como si fuesen a la plaza a recibir la bendición del san Antonio, y de riata, a Lucero, el borriquillo. Iban con una albarda nueva para la ocasión. La galera la limpió como el oro, llamando la atención con sus mulas y Lucero de riata, abriendo el camino, y al mando parecía que fuese más importante que nadie, como si fuese a un desfile con su albarda nueva.
En el pescante, Raimundo y Felipón, sobre dos sillas en la galera, Felipa y su hermana Luisa, mujer de Raimundo. Las espuertas de la pastura, estas llenas de cebada y paja para las tres caballerías. Y en la otra espuerta, las alforjas con la comida para los cuatro, cinco panes, tres horteras llenas de pisto con chorizos, un botillo de vino y dos cántaros de agua.
En la fuente la Parra hicieron la primera parada para tomar un tentempié los cuatro, y una pastureja ligera para los animales. Las hermanas tenían ganas de llegar y cumplir su promesa de subir el cerro de rodillas.
A pesar de hacer un día bueno, a las hermanas se les estaba haciendo largo el camino.
Nada más llegar, desuncieron las mulas y las dejaron con la pastura, Entonces emprendieron la subida las hermanas por la cuesta de rodillas, que era para pensárselo dos veces, pues las piedras sueltas hacían que su subida se hiciese muy dificultosa, solo al alcance de ese tipo de personas que suelen hacer las cosas por el convencimiento total de que lo que hacen está respaldado por una fe ciega.
Se dispusieron a pasar la noche. El día había sido duro, y dura la subida de rodillas, dejando extasiadas y agotadas a las dos. Se dispusieron a descansar subidas en la galera, mientras tío y sobrino se acostaron en el suelo en la parte de la galera que no se encontraban las mulas y Lucero.
Dos veces los despertaron para darles con el guisopo no respetando la edad de los chiquetees. Cuando apenas repuntaba el día, Felipón despertó a su tío. “Chache, Lucero no está". Empezaron a preguntar por el campamento por el pollino y nadie les dio razón. Maldiciendo a todo lo que se meneaba, Raimundo se embrutecía a cada instante que pasaba. Las dos hermanas acudieron a la misa que se celebró en el interior de la ermita.
Cuando las dos mujeres llegaron al hato, Raimundo ya estaba con las mulas uncías para iniciar el camino para el lugar, sin haber podido localizar al pollino.
Cuando ya habían recorrido cinco kilómetros, en una linde cerca del camino se lo encontraron, recostado, sin fuerzas para ponerse de pie, el pobre Lucero parecía haber estado en la peor de las guerras de su vida, tullido todo el cuerpo de golpes y mordiscos, que de algunos de ellos habían brotado sangre, aunque esta ya estaba seca. Una de sus patas delanteras no le permitía andar ya que no la podía mover.
Lejos quedaban los tiempos de los rebuznos seguidos, de los que él tanto tiempo presumió: de estar en condiciones de cumplir en el asunto de buscarse las castañas, y dando siempre con las burras más curras. No sabían qué o quiénes lo habían dejado en tan lamentable estado… "¡Lo dejamos y que se joda el muy cabrón ! Menudo disgusto nos ha dado el pollino de los cojones", decía Raimundo.
Mientras, Felipón le pasaba la mano por la cabeza intentado querer ayudar y reanimarlo. El animal parecía agradecerle las caricias intentando levantarse. Al tercer intento lo consiguió, pero su pata delantera apenas si lo dejaba dar un paso adelante.
--- ¡Vámonos, que lo que tiene… él solo se lo ha buscaooo! -dijo Raimundo desde el pescante de la galera.
--- No, tío… no… ayúdame y nos lo llevamos con nosotros. En la galera hay sitio para él.
Las dos hermanas se bajaron para ayudar a Felipón. Y el tío viendo que entre los tres no podían subir al pollino, no le quedó más remedio que ayudarlas.
Por esto la escena fue para inmortalizarla. Lucero cogía casi toda la galera, su patas traseras le colgaban por fuera y las delanteras encogías, mientras Felipón le acariciaba la cabeza tocándole las orejas, siendo esta la parte del cuerpo menos dañada, la descansaba en sus rodillas. Las dos mujeres fueron rezando el rosario y pidiendo a la Virgen que no le pasase nada a Lucero.
Al llegar al corral, las mulas entraron en la cuadra después de que Raimundo le pusiese su pastura. Mientras, Felipón con su madre y su tía curaron a Lucero, que se quedó en el corral tumbado y con pocas ganas de moverse.
A la semana siguiente Lucero estaba como antes. Parecía volver a tener sus cinco años. Se produjo el milagro de cojo y medio muerto, a punto de quedarse en aquella linde abandonado.
¡Siguió con el tío y sobrino algunos años más!
(CHASCARRILLO)
En la Virgen de la Cuesta,
Lucero quiso correrse una juerga.
Ninguna burra durmió,
con todas lo intento.
¡Y con pocas lo consiguió!
Palos y coces, muchos se llevó,
lo dejaron marcado y con dolor.
Dando fe de su borriquería
conseguirlo… casi le cuesta la vida.
Sus burras favoritas esa noche visitó.
Pensaba que con la luna y la Virgen
el asunto era más sencillo;
por poco salió del lío…vivo.
Las que este año se me escaparon,
el año que viene, no se me escapan.
A pesar de lo que le pasó,
Lucero se quedó con ganas.
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No ser útil a nadie
equivale a no valer nada.
(Rene Descartes)
Es lo que tiene pensar que la luna y la Virgen protegen a los caraduras, sea cual sea tu condición: humano o asno.
ResponderEliminarBuenas noches paisano. Gracias por tu opinión.
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