Mirad el regalo que os traigo hoy por este blog. Se trata de una poesía que tenía por ahí apuntada y que recogí posteriormente a la publicación del Cancionero popular de la Mancha conquense allá por 2009. Se trata de la versión pedroñera de "La confesión del gitano", que conocía de memoria (en 2004 quedó registrada cuando contaba 84 años) Pedro Salamanca Ramírez. El romance se divulgó por la Mancha y Andalucía y es curioso por su construcción a base de quintillas mayormente. Disfrutadlo.
La confesión del gitano
-Pare,
vengo a confesarme
-¿A
confesarte? –A eso vengo,
a
ver si pue usté escucharme
y
de gratis perdonarme
los
pecaíllos que tengo.
-¿Eso
es cierto? –Se lo juro.
-Al
confesionario iremos.
-No,
que allí está muy oscuro;
este
sitio es más seguro,
que
aquí la cara nos vemos.
-Arrodíllate.
–Tampoco,
que
esa es muy mala postura;
[aunque estuviera yo loco,]
aquí
de pie, señor cura,
si
no ca sí me las toco.
-Algún
ángel te ha inspirado
a
que busques confesión.
Ven,
acércate a mi lado,
cuéntame
lo que has pecado,
que
Dios te dará el perdón.
No
vaciles. –¡Jay, qué tío,
y
qué buen cachorro está!
-Venga,
cuéntame, hijo mío.
-Pare,es que no me fío
isirle a usté la verdá.
-¿Temes
que yo te delate?
El
confesor no hace eso.
-[Mire
usté, pare,] Si usté
hiciera
un disparate,
echara
mano al gaznate
y
lo ejara patitieso.
-No
tengas miedo, hijo mío;
tus
secretos guardaré.
-Válgame
Dios dónde me he metío,
pero,
en fin, se los contaré;
su
pellejo guarda el mío.
Tengo
yo unos pecaíllos
revueltos
con pecaotes,
unos
como borriquillos
y
otros son más grandesillos
como
mulas de grandotes.
Tengo algunas cosillas
que
no las puedo aguantar,
[que a mí me hacen cosquillas,]
que
si es en lo de robar
Pernales
se queó en mantillas.
-Dime
todos los pecados
sin
ocultarme ninguno,
perfectamente
explicados,
y
no tengas miedo alguno,
que
ellos serán perdonados.
-Pues
prepárese a escuchar,
pero
después, ¡mucho ojo!,
no
vaya a desembuchar;
mire usté que si lo cojo
ni
Cristo lo va a salvar.
-Empieza
tu confesión
sin
miedo a que yo te ofenda.
Con
humilde condición
y
propósito de enmienda
no
hay pecado sin perdón.
Dime,
¿tú sabes rezar?
-¡Huy,
pare, naica!
-¡Válgame
Dios!; para confesar
por
el rezo hay que empezar.
-Pues
rece usté por los dos.
-Bien,
empecemos el rezo;
ve
tú diciendo conmigo:
“Yo
pecador me confieso.”
-Pare,
si yo no entiendo de eso.
-Repite
lo que yo digo.
-Mi
usté, pare, ya le he dicho
que
yo rezar no rezo
porque
en mi vida he rezao.
Si hay que rezar, no confieso,
y
me llevo mis pecaos,
que
me fasen poco peso.
-Hombre,
no seas así,
no
te impacientes, ten calma,
que
yo rezaré por ti
para
conseguir así
la
salvación de tu alma.
Empieza
ya, ve diciendo.
-Mire
usté, pare, una mañana
cuando
estaba el día rompiendo
me encontré yo a mi gitana,
que
se estaba divirtiendo.
Era
un gachó que vestía
lo mesmo
que viste usté
con
el que se divertía.
Al
verme entrar, ¡mare mía!
me jiño
encima chipé.
Yo
iba un poquillo mojao,
pero
no me arrebaté,
cogí
al hermano disfrazao
y
por lo alto del tejao
a
la calle lo largué.
Ella comenzó a gritar
y
yo, por que no gritara,
le
largué una bofetada
que
algo más de la mitá
se
le perdió de la cara.
A los gritos infernales
que
soltaba el amor mío
acudieron
los curiales
a
recoger los quijales
que
todavía no han paecío.
Se
echaron encima mí,
lo mesmico
que chusqueles.
Pero
yo no me escondí,
le
di aire a mis pinreles
y
como un rayo salí.
Tomé
viento y me largué,
y
en la calle, al primer paso,
con
un chute me topé,
y
de un solo puñetazo
sin
narices lo dejé.
Aquello
fue más sonao
que
en Toledo la campana,
y
quedó recomendao
pa bailar la sevillana
en
lo alto de un tablao.
Ende aquel maldito día
no
me dejaban parar,
y
como me perseguían,
y
por ganar la comía
yo
me dediqué a robar.
Robé
un jaquillo en Lucena,
una
jaquilla en Carmona,
una
muleta en Purchena,
dos
mulas en Estepona
y
un caballo en Trebujena.
Usando
las mañas mías,
y
sin pecar de ignorancia,
me
hice en pocos días
hombre
de gran importancia,
tratante
en caballerías.
Cuando
menos lo pensé,
me
hizo traición un judas.
Me escurrí
y lo escabeché,
y
entonces me dediqué
a
vender cosas menúas.
A
un fraile muy gordinflón,
de
estos que cantan en coro,
al
darme su bendición
le
quité una cruz de oro,
tres
duros y un medallón.
A
un perro el collar quité,
que
parecía de plata.
Cuando
a venderlo llegué
vi
que era de hojalata.
Busqué
al perro y lo maté.
Una
noche de aguaceros
me
recogió un ermitaño.
No
queriendo hacerle daño,
le
quité tres candeleros
y
una bandeja de estaño.
A
la Virgen le pedí
los
pendientes y el anillo;
ella
me dijo que sí,
y
los cuartos del cepillo
yo
también los recogí.
Entré
a una iglesia a rezar
y
en un rincón me escondí.
Cuando
me quise marchar,
to lo que había en el altar
se
vino detrás de mí.
Pare, he sío mu aprovechao,
y he
tenío mucha maña,
no ha
habío feria ni mercao
en toíta
la España
donde
no me haya empleao.
Me encontré un cura en un prao
y
se empeñó en confesarme.
Después
de verme asustao
no
quiso perdonarme
y
lo enterré en un sembrao.
¿Qué
tal le paice mi confesión?
-Hijo,
flaquezas de ser humano.
-Y usté
puede darme la absolución.
-Sí;
Hijo y Dios soberano,
yo
te concedo el perdón.
-Entonces
voy a seguir.
-¿Te
queda más todavía?
-Claro
está, pare, que sí.
-Déjalo
para otro día.
-Ca,
ya no vuelvo a venir.
-Entonces
sigue abreviando.
-Está
bien, abreviaré.
Ya
sabe usté que afanando
la manduca
me gané,
cuando
no pude engañando.
Que
po ande quiera que fui
lo
que pude me apropié,
yo
a nadie un chavo le di,
ni
al que se arrimó a mí.
Yo
nunca miedo he tenío,
que
donde yo me he metío,
lo
que mis ojos han visto
mis
manos han recogío.
-Pero,
hijo, ¿te queda más todavía?
-Sí,
pare, una aventura
de
una vez que fui a emplearme
a
un pueblo de Extremadura,
y
al no tener qué llevarme
me
llevé al ama del cura.
-¡Oh!,
desdichado, esas mujeres
sagradas
del todo son;
poder
salvarte no esperes.
-Pare,
pues si le ha entrao
a usté
quemasón.]
-Pues
no sabía yo eso;
pero,
en fin, ni se figura.
-A usté
también se le ha olvidao
que
fue también otro cura
el
que a mí me la ha quitao.
¿Va
usté a perdonarme o no?
Porque
si quedo condenao
con
usté voy a hacer yo
lo
que con aquel del prao.
-Sí,
sí, sí, te absolveré,
aunque
esto es muy grave.
Ya
estás listo, márchate.
-Pare,
¿y la penitensia?
-Yo
por ti la cumpliré;
yo
tengo muchos apuros.
-¡Qué
buenísimo es usté!
Ya
me alimpió la consensia.
Pare, me voy a marchar
y
por si acaso me pierdo
y
no lo vuelvo a ver más,
quiero
que me dé usté un recuerdo.
-¿Un
recuerdo? –Claro está,
ni
hoy ni ayer gané na.
Quiero que me dé dos duros
para
poderme najar.
-Tómalos
y vete ya.
-(Válgame
Dios, qué tonto he sío,
he
hecho una barbaridá;
si
más le hubiese pedío
lo mismico
me lo da,
pero,
en fin, ya estoy arreglao).
Pare, me voy a marchar;
que
se conserve usté bueno.
Si
otra vez vuelvo a pecar,
cuando
tenga el saco lleno
volveré
aquí a confesar.
-Adiós,
hijo, y buena suerte,
y
que te conserves bien,
que
Dios quiera protegerte
y
que yo no vuelva a verte
por
nunca jamás; amén.
Y no te olvides de estos, hermosón/ona

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Ángel Carrasco Sotos
ÁCS
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