SEIS AÑOS DESPUÉS - 69º capítulo de las historias de FELIPÓN | Las Pedroñeras

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domingo, 25 de agosto de 2024

SEIS AÑOS DESPUÉS - 69º capítulo de las historias de FELIPÓN

 

por Vicente Sotos Parra



En el fondo de semejante sainete debería agitarse una tragedia, por la menos una trama; acaso era toda la historia de Felipón. Y, en efecto, la historita de su vida entera venía a reflejar aquella lucha desatinada del hombre y el borrico, al cual, dicho sea entre paréntesis, fue, arrepentido y confuso, al día siguiente a dar explicaciones endulzadas con algún terrón de azúcar.

Tenemos que retrotraernos  al capítulo 55 de estas historietas para comprender lo que después de seis años pasó en las fiestas del lugar en el depósito del agua, y pasó lo que pasó, cuando la Reme se marchó del pueblo.

Pero entremos en la historieta para que se entienda lo que he querido decir.

Un día antes del  comienzo de las fiestas del lugar llegó invitada por el Señor Alcalde como invitada a su casa la Reme para vivir Las Fiestas. con su gran coche vestida a la última moda y con todo lujo de abalorios, siendo la admiración de todo el lugar. Todo esto sucedía mientras Felipón acudía cada día al tajo en el campo y llevando una vida tranquila y sintiéndose orgulloso de su trabajo y dando siempre buen hacer. Pasaba casi todo el día por la huerta del hermano X y no dejaba de mirar a aquel mulo que a una noria de las antiguas de los cangilones que suben llenos de agua y bajan boca abajo, sin una gota de líquido, secos y desesperados, hasta caer otra vez en el centro de la tierra. 

Al engranaje de la noria iba unida, como de costumbre, una palanca, y al extremo de la palanca estaba encinchado un pobre mulo que daba vueltas sin parar. Pero por mucho mulo que fuera, inteligencia tenía, la necesaria al menos para comprender qué vueltas podía aprovechar el hermano X que utilizaba el agua de la noria con el riego de la huerta; pero que a él no le aprovecharan ni poco ni mucho y, en cambio, le fatigaban los músculos y le molían los huesos.

El resultado de estas consideraciones era que el mulo se detenía con frecuencia. Y entonces, el hermano X, para no tener que estar constantemente  apaleando a la caballería, tuvo una idea ingeniosa, aunque, la verdad, no era nueva.

Y fue que del eje vertical de la noria sacó una palanca o brazo, a cuyo extremo colgó  un haz de hierba, de modo que viniera a quedar suspendido delante de la cabeza del mulo, pero a cierta distancia.

La invención produjo efectos maravillosos, sobre todo cuando el hermano X tomo la precaución de tener al mulo hambriento  todo el día. 

Porque el animal sentía hambre, veía oscilar a poca distancia la hierba; para alcanzarla, estiraba el cuello y echaba el cuerpo  hacia delante, es decir, que daba vueltas a la noria; pero, como al mismo tiempo giraba también la palanca que sostenía la hierba, jamás podía morder en ella. 

Esto era lo que preocupaba a Felipón cuando pasaba mirando al mulo fisiológicamente en aquella noria pobre, tosca y rechinante; en aquel mulo hambriento, y en aquella hierba, verde jugosa, que se balanceaba, se venía a simbolizar  un poco su vida, sus tristezas, sus luchas, sus esperanzas y tantos desengaños de la suerte con Reme.

Y al mulo y a Felipón es forzoso agregar otro personaje, un borrico listo que andaba suelto del hermano Santano por el barbecho. Con lo cual llegamos al punto culminante de esta tragicomedia.

El mulo, rendido de la fatiga, se detuvo. El manojo de hierba quedó inmóvil, siempre a la misma distancia de la hambrienta boca del animal. Y aprovechando aquella parada, el borrico del hermano Santano se acercó lentamente  y empezó a comer los tallos más frescos del haz en las mismas narices del desesperado mulo, concluyendo por arrancar el haz entero.

Aquí fue donde Felipón perdió el dominio de sí mismo, no vio lo que le rodeaba, sino otro cuadro bien distinto, porque todo se le trasformó

El círculo de la noria era el círculo en que había girado su vida, siempre el mismo, siempre seco y estéril; aquel mulo no era un animal cualquiera, era la imagen de Felipón, porque Felipón no era orgulloso, más bien  un animal cualquiera ; era humilde y no se sentía humillado al comprarse  con aquella bestia de trabajo; antes bien se había dicho a sí mismo muchas veces: “¡Pero qué bestia eres, Felipón!¡" Aquel trabajo era como el suyo: penosísimo, siempre estéril para sí, siempre jugoso y destilando riego fecundo para los demás: aquel haz de hierba, tan verde, tan lustrosa, era el símbolo rústico de sus esperanzas, que también eran verdes, porque es el color propio de toda ilusión que ante nosotros flota y que nunca alcanzamos.

Y aquella esperanza tenía un nombre, uno solo: se llamaba Reme, esa con la que tuvo sus más y sus menos en el depósito del agua del lugar.

Por aquella esperanza y por aquella mujer soñó, y los sueños se desvanecían en nada. Rueda que rueda  al fondo y que tenía que subir. Por ella, agotadas sus fuerzas, y bajando, y bajando, llegando a este punto se detuvo jadeante, como se había detenido el mulo de la noria.  Pero ¡ay! que la  moza tenía otras aspiraciones más en armonía con su posición y hermosura.

Así fue que se presentó de pronto un pretendiente, don Carleto, hombre de sesenta años, corpulento, feo, calvo y riquísimo, al gusto de su respetable padre. Él nunca tuvo que dar vueltas a la noria como Felipón, él nadaba en pesetas. Y llegó y venció; y Reme fue suya, ni más ni menos que había sido el borrico del hermano Santano que se comió el haz de hierba tan penosamente perseguida por el pobre mulo de la noria.

Por eso, al transformarse el mundo exterior, a los ojos de Felipón también se había transformado el borrico, con sus largas orejas y su redondez de bestia bien mantenida, en el propio don Carleto, y esta fue la trasformación  más espontánea y, por lo tanto, menos difícil.

Sacando antiguos rencores, tomando estrictamente venganzas, había apaleado al borrico mientras este huía por el rastrojo llevándose entre los dientes, como en asnal estuche, el jugoso manojo de hierba.

Pero el fondo simbólico campestre no puede ser más exacto. Lo ha sido hasta el final porque yo le quité al borrico el haz y se la lleve al mulo, y el mulo no la quiso; sin duda la hierba estaba marchita por el sol de todo el día y mancillada por el borrico, y de este modo le repugnaba lo que le apetecía; debería ser un mulo dotado de sentimientos delicadísimos.

Pues bien, esto no acabo así, todo este drama, tan prosaico, tan grotesco, pero tan doloroso para Felipón tuvo su final el segundo día de las fiestas del lugar.

Dándole al alcalde la orden Reme de que tenía que invitar a Felipón a cenar esa noche a la casa de este, no tuvo más remedio que hacerlo pues la Reme era caprichosa y quería darse el goce de tener una noche cerca a Felipón. 

Una vez terminada la cena y no teniendo en cuenta las insinuaciones de Reme le dijo:

--Señora, alta señora, he cenado porque tenía hambre. Yo no soy mi estómago. No quiero satisfacer el hambre eterna de mis sentimientos y de mi alma. No tomaré tu carne hecha con pétalos y besada por las estrellas. A tu hazaña la mía… ¡Me diste una divina ilusión, y no me la arrebatarás nunca!

Y se marchó para siempre con el recuerdo de haber gozado de la hierba a la luz de la luna, y de testigo tuvieron  al depósito del agua que sigue vivo… Reme.



(CHASCARRILLO)

El mulo fue Felipón,

el borrico don Carleto,

la Reme fue la moza,

que como llegó, se fue sola.


Importa mucho más lo 

que piensas de ti mismo

que lo que los otros

opinen de ti.

SÉNECA


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