Memorias y vivencias de
Emilio Castillo Ramírez
Capítulo IX:
Final
Momentos que no se olvidan por el peligro en que nos vimos y por otras múltiples razones.
Nota del transcriptor:
Después de los muchos
trabajos y peripecias vividas a lo largo de casi cuarenta años, hay momentos y
casos cuya fecha o incluso año no tenemos claro, por tanto en este capítulo final incluimos
varias vivencias inolvidables repetidas por Emilio en varios cuadernos y
papeles, pero sin fijar fecha en ningún momento; en cualquier
caso, significativos.
EL RAYO
QUE PUDO MATARNOS
Voy a contar
ahora el caso que nos ocurrió a mi
mujer y a mí, en la época que habíamos dejado el estraperlo, pero íbamos a vender todos los lunes a Belmonte. Pues en este viaje veníamos de vender judías, patatas,
garbanzos y arroz, que era lo que llevábamos al mercado de Belmonte. Pues según venimos por la carretera, blanca entonces,
antes de llegar al Pedernoso vemos que
se pone un nubarrón bastante feo y de
pronto un relámpago que nos deslumbra
y unos momentos después da un trueno tremendo encima de nosotros, un trueno de estos que te
retiembla el pecho, y casi al mismo tiempo vemos de volar tres palos del teléfono hechos ciscos, totalmente esgarraos por completo. Nos quedamos paralizaos, asustados por completo sin saber qué decirnos. Pero
al contao llega un
muchacho con una moto y nos dice: "¡Ay, hermanos (como decimos aquí), los he
visto a ustés casi
muertos. Ha dao una llamaratada tremenda en las orejas del
borrico y he dicho ¡ay, Dios mío, los ha matao”. Fue que
al trueno cayó un rayo o salación, como se dice aquí, en los palos de la luz, y allí estábamos
nosotros en aquel momento. Pero por suerte
no nos pasó nada gracias a Dios.
ERRORES
QUE CUESTA DESCUBRIR Y ACLARAR PERO HAY
QUE HACERLO
Pues
uno de los lunes que fuimos al mercado
de Belmonte, tuve un error que ya veréis. Teníamos la costumbre mi mujer y yo de contar los
cuartos que habíamos hecho en la venta, apenas salíamos a la carretera ya de regreso al
pueblo, y aquella vez resulta que le digo: "María, ¿cuánto hay?"; y me dice: "tanto"; y digo: "No puede ser; tiene que haber más". Ajusto yo cuentas mirando a la libreta de mis apuntes y digo: "Me he equivocao; le he dao de más a la hermana gitana". Esta mujer
era madre de una mayorala que nos compraba siempre mucho. Así que
me tuve que volver rápido
a su casa por no dejarlo para otro lunes. Llego a su casa y se lo digo y gracias que se lo aclaré
bien
y me lo dio sin protestar, que
fue una cantidad buena para entonces.
Otra
vez me pasó
con un revendedor de Villaescusa, y lo
mismo, tuve que ir con una bicicleta que me dejaron y me tuvo que devolver lo que había de equivocación y no pasó nada más.
TRABAJOS DUROS CON CRIATURAS A CUESTAS
Un
día, estando segando en La Marota, cerca del pinar de don Cayo, terminamos a medio día de segar y tuvimos que mudarnos mientras la siesta
a la Casa
el Sol, a unos 8 o 10 kilómetros de distancia con aquel calor
que hacía.
Emilio, el chico, muy pequeño, subido en la borrica o dentro del aguarón y la “niñera”, una chica de "Resiste”, en lo alto, y nosotros andando detrás. Llegamos al peazo y, al momento, a trabajar
hasta ponerse el sol. A la noche después de llegar bien hartos de segar, tener que ir al Pozo Nuevo a por el agua al ijar con cántaros, sacar el agua tirando de la soga que había que poner en la garrucha, cada uno
llevábamos
nuestra soga y al terminar de sacar el agua la guardábamos, y luego vuelta a casa con los cántaros y en la mano algún cubo…
Antiguamente ¿qué
teníamos que hacer los que teníamos hijos, sin poder dejárselos a nadie? Pues en el agosto, lo que teníamos que hacer es echarlos en un aguarón en la burra y llevarlos al rastrojo, para
allí
hacerles una sombrilla con unos haces,
un tesnal, como
se decía
y, la niñera
tenía
que estar cuidando de él
para que las hormigas y las moscas no le molestaran. Esto sí que es triste
contarlo. Esto les pasaba a muchas familias, y la madre, harta de segar, tener
que darle el pecho. A estas alturas debíamos andar por el año 45 o 46, mi cuñao Nicolás todavía seguía cumpliendo condena con trabajos forzados para
acortar el tiempo de prisión.
A POR CARROS DE ALEAGAS PARA
TOSTAR GARBANZOS
El
combustible que usábamos
para tostar garbanzos eran las aleagas. Íbamos a las lomas con el carro y la borrica, y hasta alguna vez fuimos al
paraje conocido como El Aleagar que estaba cerca de la Fuente de la Señora. Está bastante alejado del pueblo, pero había para cargar. En cuanto vi que valía para ayudar, me lo llevaba siempre a Emiliete para que las fuera
colocando arriba, según se las echaba yo en hacecillos, con la horca. Cargábamos bien el carro, pero ojo lo que sufría el chiquete, que tendría entonces
unos 11 o 12 años. Ya por entonces había nacido
Antonio, pero era muy pequeño todavía. Por cierto, que en el juzgado lo registramos como
Fabián, porque ese día 20 de enero Fabián era el santo, pero luego en casa siempre lo
nombramos como Antonio. El pobre Emilio cuántos lloros tuvo que echar encima del carro
colocando las aleagas.
Porque, claro, el carro era de varas y se iba para atrás o para alante según iba
colocando la carga, y él se caía de culo y
se pinchaba la criatura por to su cuerpo. Esto hay que reconocer que era duro tamién. Pero no había más remedio que hacerlo, porque entonces esta era
nuestra vida para ganar el sustento para comer toda la familia.
EL CASO
DEL FAROL QUE SE APAGA Y LOS DE LA MOTO QUE CASI SE ESTRELLAN CONTRA EL CARRO
Otra vez
nos ocurrió otro caso
inolvidable. Entonces también íbamos a
Belmonte por la carretera del Pedernoso. Era noche cerrada y llevábamos el farol del carro encendido, cuando, de
momento, se apaga el farol. Íbamos a
vender al mercado con el carro y una muleja que ya teníamos; muy espantadiza, pero buena: tiraba bien del carro (Sevillana se llamaba). Y, como siempre, el
camino lo hacíamos de noche porque
tardábamos en llegar más de dos horas y había que estar allí al vese o al ser
de día, como se dice aquí. De pronto se nos presentaron dos muchachos también con una moto y
resulta que, como se había apagao el farol y ya se conoce que
estaban muy cerca, por no matarse contra el carro, se ladearon con su moto y se
salieron de la carretera. Cuando los vimos la esposa y yo saltar dando trompiquillas, y dijimos "¡Ya se han matao!" Menos mal que tuvimos suerte también y no les pasó casi na. Pero
es que la mula se espantó y ainas podemos
sujetarla. Luego resulta que eran de
aquí de Pedroñeras, que todavía me acuerdo quienes eran, uno de “Pajarilla” y el otro el de la fábrica de harinas el “Provenciano”, que estaba casado aquí con la hija de Luis Pérez, que de esto
hace ya lo menos 45 o 50 años.
Por estos años, que
serían mediados de los
cincuenta o algo más, ya había vuelto Nicolás y se había
incorporado a los trabajos del campo en casa de sus padres. Ahora ya los
domingos teníamos los amigos un rato
de descanso y distracción echando
el truque y haciendo una cuerva,
un domingo en cada casa, me acuerdo de ellos, que ya han muerto casi todos. Nos
juntábamos Fernando "Santano",
que todavía vive, Ángel "el Belmonteño", Jesús “Motilla”, Gabriel “Goris”, Manolo, el de las “Bienvenidas”, primo de
mi mujer, “Ruco”, “Lindo” y “Vargas”.
Esto lo escribo el
18
de mayo de 2004. Estando echando la siesta al despertar se me han venido a la
memoria y he dicho "ahora mismo voy a escribirlo y a contarlo". Tengo ya 91 años. Y otra cosa que también me vino a la cabeza que la contaré, la de la siesta y el borriquete entero.
El BORRIQUETE QUE LO TRAJO EL VIENTO DE MI
BURRA
Estando segando en la Casa don
Benito, estábamos echando la siesta detrás
de dos haces, a la sombra mi mujer y yo, cuando oímos
un ruido tremendo que parecía que venía
un ciclón. Levanto la cabeza y veo que era un
borriquete que venía como un toro al oler la borrica que estaba movía,
pero es que era muy joven y grande y muy buena, que parecía
una mula.Se llamaba “Lucera” y yo no quería
que criara, porque criando se estropean mucho, y mucha pelea que lleva para criar al borruchete.
Total, me levanto rápido y la María
lo mismo. No tardo dos minutos en llegar y lo veo arrojarse a la borrica como
un lobo. Subía en ella, pero la borrica le daba patadas rechazándolo
y yo al mismo tiempo le tiraba del rabo y lo tiraba al suelo para que no
hiciera nada; pero no conseguía convencerlo, así que
cogí una cincha de la albarda por si
volvía a querer subir y efectivamente comenzó a
dar guerra, pero con la cincha le puse bueno el badajo que casi le arrastraba
al suelo. Esto era para haberlo cogido en cine, pero con el jaleo que traíamos
entre todos, arranca la estaca y se escapa la borrica, echa a correr y el borrico detrás
y yo lanzao tras ellos y, dice mi mujer: "no
le tires del rabo que te va a dar una patá”. En aquel momento lo cojo del rabo y me suelta una coz y caigo como
un trapo al suelo. Me quedé totalmente
desmayado y dije a la borrica: "¡Dios te ampare!, no tienes apelación".
Entonces, cuando me ve tan apurado. me dice la mujer: "Pos sí te
apuras tú; si tenemos un borruchete, ya tienen los chiquetes pa jugar". Total que se
fueron corriendo lo menos a tres kilómetros
a ampararse cerca de una cuadrilla que había
segando en el Chozo Perona. Yo me rehíce de la caída y llegué al
poco rato. Allí me
contaron los segadores que menos mal que entre todos pudieron cogerlos y, según
dijeron, al final el cabrón del burro no pudo hacerle nada a mi
Lucera.
Al
poco rato se presentó el amo del borrico que era Vicente “Peneque", que se le había escapado, que estaba él
segando a cuatro kilómetros en el Cerro Perdigón
y yo cerca. Primero protestaba porque dijo que me había
visto de darle con la cincha a su borrico, pero luego se aplacó. Nos juntamos los dos en donde tenían a los animales,
cogimos cada uno el nuestro y todo sirvió de
una feliz fiesta de risa entre todos los que estábamos
allí. Cogí a
la burra y me la traje a mi hato, como
le decíamos.
Vaya siestecica que nos dio la dichosa pareja.
Nota
final del transcriptor:
Remitimos
a una composición rimada titulada “Siesta de segadores” que se publicó en este blog el 1 de diciembre de 2012, que está basada en esta historia. Como en el caso de “A vender harina” (por aquí podéis leerla) fue un trabajo hecho expresamente
para el autor de estas vivencias y a él
le gustaron siempre.
©Fabián Castillo Molina
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