Memorias y vivencias de Emilio Castillo Ramírez (2): Primeros trabajos y labrador en Las Mesas | Las Pedroñeras

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sábado, 24 de enero de 2015

Memorias y vivencias de Emilio Castillo Ramírez (2): Primeros trabajos y labrador en Las Mesas


Memorias y vivencias de
Emilio Castillo Ramírez

Capítulo segundo

Adolescencia. Primeros trabajos hasta ganar el jornal de un hombre segando y después, de labrador en Las Mesas tres años

Me acuerdo que mi padre era muy trabajador y honrado pero lo que ganaba era una miseria. Él siempre nos decía que había que trabajar y rendir más de lo que te pagaran aunque fuera pequeño el jornal, total tres pesetas al día, otras veces dos cincuenta trabajando de sol a sol y callar es bueno; pues lo malo era que no había trabajo en el invierno, solo la poda de las viñas; se terminaba de podar y ya hasta el verano no había casi trabajo, pues claro, se terminaban las reservas que eran muy pocas y había que ir a casa del amo a pedir alguna fanega de trigo para poder llegar al agosto y poder esquitar la trampa. Hay que ver lo poco que nos daban y todavía casi quedábamos entrampados y, claro, empezábamos el invierno otra vez igual, sin una perra, y de esta forma se iba viviendo, pasando muchas calamidades. 

Las comidas eran: por la mañana el almuerzo unas gachas y otras veces patatas asadas. Al medio día, un potaje de calabaza y alguna patata. Poca variedad ni cantidad. De cena… en fin, lo que pudiéremos pillar. 

El tiempo fue pasando, cuando ya llegué a los trece o catorce años mi padre ya pudo comprar una borrica y una mula pequeña, y tuve que ir diariamente a labrar algunas tierras que él tuvo que buscar a renta. En esos años cuando llegaba el agosto pues teníamos que tirarnos a la recolección de la siega, recoger lo poco nuestro y muchos días en casa del amo que tenía mi padre, para trabajar cuando querían o les hacía falta algún peón. Pues los jornales de agosto solían ser unas tres pesetas y a veces tres cincuenta, y claro, el jornal era tan mísero que había que estar toda la familia quince o veinte días trabajando como ya dije antes, para esquitar los pocos dineros adelantados que le daban a mi padre para poder pasar el invierno, incluyendo alguna fanega de trigo adelantada también, que eran bien pocas. 

Cuando ya me hice hombrecillo, tendría quince años bien cumplidos, fui varios días a segar al Taray con hombres de todas las edades más viejos que yo, claro, que tenía el oficio bien aprendido y al volvernos de trabajar al terminar la jornada, a un muchacho que le decían “Gorreta” y a mí nos dijo el mayordomo que se llamaba Víctor Manuel: “Muchachos, ya veo que podéis defenderos bien. Aquí el que haga lo que los hombres ganará lo mismo que ellos”.  Y así fue, efectivamente, cómo gané el primer jornal de un hombre. Ya por entonces se ganaba algo más, me acuerdo muy bien, 3,50 pesetas los hombres y los más retrasados 3 pesetas y cuando trabajábamos a destajo me acuerdo que pagaban a diez o doce pesetas la fanega de tierra segada. 

A la simienza del año siguiente me llamaron para que me fuera de simencero, o sea, para ir a sembrar, con un par de mulas bastante grandes, yo que era de baja estatura, apenas podía echarles el llubo

Aquel verano que ya contaba con 16 años completos tuve que ir por primera vez a segar a la sierra con un hombre de unos cuarenta o cincuenta años llamado León David y su hija, y una hermana mía, la Cirila, de dieciocho años cada una, pues esto fue en Villar de Cañas, ganando 5 pesetas y costa. Por cierto, como nos quedábamos en el rastrojo, una noche, sin más amparo que el de Dios, se lió una terrible tormenta de truenos y relámpagos que temblaba Cristo. Pues como por el día habíamos visto un chozo de los que tenían los pastores, allí fuimos a ampararnos; a la luz de los relámpagos y en medio de aquella tronisca podíamos caminar hacia él. Al fin llegamos y nos encontramos que casi no cogíamos, porque ya se habían adelantado otros segadores, pero tuvimos suerte que nos hicieron un sitio y pudimos pasar allí el trance. 

Con las mismas formas y costumbres de vida, pasaba el tiempo y entre tanto estábamos bajo la dictadura de Primo de Rivera y como rey teníamos a Alfonso XIII, el abuelo de Juan Carlos. 


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En Las Mesas


Portada del Vía Crucis de la época en que Emilio trabajó en Las Mesas.


Por fin, 21 meses después, con muchas contrariedades quiso llegar la república. Recuerdo que fue el 14 de abril de 1931. Desde aquella fecha se empezó a notar que mejoraba algo la vida de los españoles y en particular la de los pobres del campo que éramos los que peor estábamos. A partir de entonces ya pudimos salir del agobio que teníamos; los jornales subieron algo y la vida fue mejorando poco a poco. 

Año y medio después, a pesar de todo, ya con dieciocho años o para cumplir los diecinueve me tuve que poner de labrador en Las Mesas porque allí se ganaba más que aquí en el pueblo. Ya había varios de aquí sirviendo; mi hermano Crisantos, mayor que yo, era uno de ellos. Pero no creáis que el sueldo era muy grande, eran quinientas pesetas y costa al año, pero aunque pequeño jornal era mejor que en Pedroñeras, porque aquí el sueldo que ganaban algunos labradores era setenta duros como decíamos entonces. Esto quien lo lea ahora le parecerá mentira, pero es la pura verdad. Qué vida más ruin para la mayoría de los españoles, y eso que había mejorado algo. 


Página de uno de los cuadernos de Emilio en su tiempo en Las Mesas.


En este tiempo que estuve sirviendo, por la noche me dedicaba a dar clases a doce o quince muchachos ya grandecicos de dieciséis a dieciocho años, muy poco más jóvenes que yo. Una familia muy buena gente me dieron una habitación grande con el fin de que enseñara a sus hijos, José e Isabel, y a los que yo quisiera enseñar. El padre quería que sus hijos aprendieran y que no rondaran, porque rondar no es bueno. Este hombre se llamaba Eusebio, pero le conocían más por el hermano “Rescoldo”. En esta casa había otra vivienda en la que vivía mi hermano Crisantos, que como he dicho también estaba sirviendo, pero en casa del “Cojo Carlin” que así le decían de apodo. 

Les cobraba a los alumnos dos pesetas a cada uno al mes, de los que no eran de la casa, claro, y cuando junté 50 pesetas, me compré una chaqueta negra de pana muy hermosa. A mis noventa años todavía me acuerdo bien de algunos a los que enseñé. Uno de ellos luego fue alcalde en Las Mesas en 1938, creo que el más listo; era hijastro de la “Antona”, de aquí de nuestro pueblo, que se casó su padre de segundas. Tuve también, que todavía me acuerdo, a su hermano Renuncio, el más amigo y a su hermano Juan. Estos “Rosillos”, les decían. También venía “Paco el de a Hebra”, y cómo no me voy acordar de “Metrio", que era el mejor cantor que había por este contorno. 


Otra página de cuaderno con apuntes de Emilio.


Así es que estuve en Las Mesas tres años sirviendo, de 1932 a 1935. De este tiempo conservo todavía unas cuantas libretas donde yo hacía mis escritos, cartas, cuentas y esas prácticas que había que hacer para estar un poco más adelantado que los alumnos que tenía. Escribíamos con pluma mojando en tinta de esa que hacíamos con polvos y teníamos en el tintero. En aquellas libretas, y alguna más de años anteriores que luego después cosí con gramante y puse unas tapas de cartón como si fuera un libro, hay varios trabajos hechos con el que entonces era mi mejor amigo, Francisco Izquierdo Iniesta, del que toda la vida he guardado muy buen recuerdo. 

Ya andábamos entonces por el año treinta y cuatro o quizás en el treinta y cinco, entonces mi padre cayó enfermo con un paralís que le dio. Tuve que venirme al pueblo y me hice cargo de estar labrando con una mulejas que había en mi casa con tierras que había cogido mi padre a renta. 

En aquella época había una organización como por ejemplo un sindicato que le decían la bolsa del trabajo, donde iban todos los patronos a buscar los obreros que les hacía falta, porque allí estaban todos los obreros apuntados y otras veces distribuían a las casas los obreros que no tenían trabajo. Esto era forzoso, si trabajaban o no, tenían que pagarles. 

Estas leyes las pusieron ya en el treinta y cinco por lo menos. 

Así transcurrieron estos años y vino el mayor mal que le podía venir a una nación, un golpe de estado que al fracasar acabó en guerra civil. Explotó la guerra se ha dicho siempre aquí. Fue el 18 de julio de 1936.




©Fabián Castillo Molina


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