por Vicente Sotos Parra
Esta es la historia que vino a suceder en aquellos años difíciles para aquellos que se deslomaban en el campo trabajando de sol a sol y teniendo como medio de subsistencia poco, o más bien nada. Esto hacia que su imaginación fuese tan grande como sus necesidades. Nos centraremos en una familia vecina de la madre de Felipón. Os presento a los personajes.
El hermano-- Tiburcio.
La hermana-- Águeda.
La hija-- Lola.
Corría el mes ese en que se siembran los ajos, a la puerta de una casa a punto de caerse de vieja. Allí por la casa la Era, llega el hermano Tiburcio llevando del ramal a una borrica con las orejas cachas y el morro contra el suelo con las albarda ladeá.
ÁGUEDA:-- ¡Y qué mojado vienes Tiburcio!
TIBURCIO:-- Vengo hecho una sopa, mujer, enciende la lumbre y prepara la cena.
ÁGUEDA: -- ¿Y qué diablos te voy a dar si la lacena está vacía?
LOLA:-- ¡Jesús padre, y qué mojada está la leña!
TIBURCIO:-- Claro; después dice tu madre que es del rocío de la mañana.
ÁGUEDA: --Corre, muchacha; prepara un par de huevos para que cene tu padre, ya he visto que las aguaeras de la borrica andaban ligeras, señal de que has dejado sembraos todos los ajos. ¿Y tuviste para todo el cornijal simiente?
TIBURCIO:-- Me faltaron unos puñaos para acabar de completar.
LOLA:-- Padre, ya puede venir a cenar, que ya está la cena puesta.
ÁGUEDA:--¡Marido!, ¿sabes lo que he pensado? Que ese cornijal que pusiste hoy, de aquí a siete u ocho meses nos dará más de mil kilos de ajos.
TIBURCIO: -- ¡Copón! …¡Dios te escuche mujer!
ÁGUEDA:-- Mira, marido, ¿sabes qué he pensado? Que yo cogeré los ajos y tú los acarrearás con la borrica y luego Lola los venderá en la plaza. Y mira, muchacha, que te mando que no los vendas a menos de una peseta el kilo.
TIBURCIO:-- ¿Cómo a peseta? No veis que eso será un cargo de conciencia y nos arrepentiremos luego. Bastará con que se vendan a dos reales el kilo.
ÁGUEDA:-- Cállate, marido, que son los ajos moraos y no blancos, tienen más gusto que los blancos.
TIBURCIO: ..Pues aunque sean moraos, basta con pedir lo que tengo dicho.
ÁGUEDA:.. Ahora no me quiebres la cabeza. Mira, muchacha, que te mando que no los des a menos de peseta el kilo.
TIBURCIO:-- ¿Cómo a peseta? Ven acá, muchacha: ¿a cómo has de pedir?
LOLA: --A como queráis, padre.
TIBURCIO:-- A dos reales el kilo.
LOLA: --Así lo haré, padre.
ÁGUEDA:-- ¿Cómo que así lo haré, padre? Ven acá, muchacha: Toma, toma, haz lo que te mando.
LOLA --¡Ay, madre! ¡Ay, padre, que me mata!
Las voces se oían fuera de la casa, esto fue lo que le hizo que Felipón acudiera en auxilio de la muchacha.
FELIPÓN: --¿Qué es esto, hermanos? ¿Por qué maltratáis así a la chiqueta?
ÁGUEDA: --¡Ay, Felipón! Este mal hombre que me quiere dar los ajos a menos precio y quiere echar a perder mi casa. Unos ajos que son como cebollas.
TIBURCIO: Yo juro que no son más grandes que piñones. ¡Aique!
ÁGUEDA:-- ¡Sí son!
TIBURCIO:-- ¡No son!
FELIPÓN:-- Ahora, hermana, hágame el favor de guardar silencio, que yo intentaré arreglar el asunto, y lo averiguaré.
ÁGUEDA:-- Averigua, averigua.
FELIPÓN:.. Hermano, ¿cuántos ajos ha sembrado usted?
TIBURCIO:-- Un viaje con dos aguaeras, que es lo que puede la borrica.
FELIPÓN:-- Luego cuando los coja, yo le presentaré al ajero que se los compra a mi tío Raimundo.
LOLA:-- A dos reales el kilo, dice mi padre; y a peseta, dice mi madre.
TIBURCIO:-- ¡Válgame el señor , ¡el copón bendito y adorao! Felipón, no me quieren entender. Hoy he sembrao dos aguaeras de ajos y dice mi mujer que de aquí a seis o siete meses cogeremos mil kilos de ajos, y que ella los cogerá y yo los acarrearé, y la chiqueta los vendería en la plaza, y que por fuerza, había que pedir a peseta el kilo. Yo que no: y ella que sí. Y sobre esto ha sido la cuestión.
FELIPÓN:--¡Oh!, ¡qué graciosa cuestión! Nunca había visto cosa igual. ¡Los ajos están recién sembraos y ya ha cobrao la muchacha!
TIBURCIO:-- ¿Qué te parece, Felipón? Ahora anda, hija, ponme la mesa, que yo os prometo a ti y a tu madre un regalete con los primeros ajos que se vendan.
FELIPÓN:-- Y ahora, hermano, entre en su casa y tenga la fiesta en paz con su hija y con su mujer. Por cierto, ¡la de cosas que vemos en esta vida! Los ajos acabados de poner y ya anda las familia riñendo.
Razón será de que dé fin a esta historieta.
(CHASCARRILLO)
El orgullo de mi pueblo son los ajos,
los que más ganaron fueron los que no sembraron.
A los que siguen haciéndolo les recomiendo,
que antes que los ajos, la familia es lo primero.
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El que aprende pero no piensa, está perdido.
El que piensa pero no aprende esta en gran peligro.
Confucio
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