Miguel Ángel Vellisco Bueno
Muy
de mañana, cuando todavía duerme apacible nuestra urbe, llega hasta nosotros el
alegre picotear de las campanas que voltean en la torrecilla que se eleva
al cielo, del recogidito santuario de la
Barriada de San Antón…
Y
con sus metálicas lenguas dan la nota pintoresca del comienzo de las
tradicionales fiestas… Fiestas, en las que la rica labradora va y viene al
horno con los caballitos de confite, y con los sequillos de cañamones…Y el
garrido mozo enjaeza sus “mulillas” para correrlas el día del Santo…
Entre
los toques de “prima” de la Colegiata, subía por la empinada calle de San Juan
la procesión…
Un
sol dorado disipa la niebla para lucir espléndido. Frente a nosotros, unos
chiquillos dejan escapar de sus manecillas los “cohetes” que salen silbando al
espacio…Junto a ellos, los monaguillos, con la cruz parroquial, con sus
mofletes más coloraditos que su roja sotana debido al refrior de la mañana…
Unos
hombres con sus rostros muy curtidos, embozados en sus mantas van silenciosos
en las filas con achones encendidos…Son campesinos de la cofradía del santo.
Nuestras
rodillas se inclinan el paso de San Antonio Abad, mientras nuestros labios, con
voz muy queda, pronuncian una oración…
Un
cochinillo que es símbolo de la humildad, llama nuestra ingenua atención a los
pies del ermitaño. Un anciano sacerdote, de capa, y un sacristán, alternan con
los cánticos de ritual con una banda de
música que ejecuta pasodobles callejeros… Y detrás un crecido número de mujeres
acompañan a la procesión hasta la parroquia.
Así
pasó este encantador cortejo, prendido en el hechizo maravilloso de una mañana
de invierno y del que no se hartaban mis ojos…
En
la Colegiata, a las diez, un gentío asiste a los oficios en honor del Santo. A
la hora del evangelio sube al púlpito el capellán, y, como todos los años, nos
hace le panegírico con fogosa oratoria.
Después
de comer, la antoniana grey corre por las calles camino de San Antón para ver
la bendición. Las pomposas campanas de la Colegiata maravilla, nos anuncian la
salida de la procesión…San Antonio vuelve de nuevo a su ermita entre sus
cofrades que le adoran…
Los
mozos que cabalgan en sus enjaezadas mulillas aguardan frente al santuario el momento
de echarlas a correr, mientras “la bota” circula de un lado para otro con la
rica “zurra”. Una vez que el gisopo esparce el agua, nuestros jinetes salen
galopando por la barriada…Entra en el templo el Santo…Marcha Real… Y gargantas
que enronquecen de aclamarlo. Estas pobrecitas campanas que yo oí repicotear,
muy de mañana, ya no voltearán en la humilde torrecilla hasta el próximo año.
Después
nos reunimos entorno a la banda que nos
dio un conciertillo, muy ameno. Y que la gente aplaudió con cariño.
Nos
oxigenamos por el paseo de Gracia, y un popular organillo nos llevó al Garaje
de la “Golondrina”, donde una inesperada y graciosa fiesta nos sorprende.
El
simpático Godoy me facilita la información que anoto en mi carnet.
Esta
conocida empresa de Automóviles Belmonte-Quintanar-Madrid que lleva por título
la Golondrina, ha adquirido un nuevo y magnífico Doge para su colección de
líneas.
Y
para bautizar los “caballos” del coche, sus propietarios abrieron de par en par
las puertas del amplio edificio de la avenida de la plaza de toros a la
juventud belmonteña, que bailó de coronilla…
Dejamos
el “Jazz”, después de contemplar la fiesta, y la crudeza de la noche nos retiró
a la tranquilidad de nuestro hogar…El correr del tiempo hacia la vida moderna
borra aquellos corros de graciosas mozas, que recuerdo de mi niñez, y que eran
típicas con sus “cantares” en las fiestas del popular Santo.
A.PÉREZ Y FERNÁNDEZ
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