por Fabián Castillo Molina
Primera muestra pública y notoria, sin previo aviso
El pueblo de Las
Pedroñeras es conocido mundialmente por sus ajos morados, y algo menos por
sus excelentes caldos, por le restaurante Las Rejas y las salsas JR. En otros
tiempos también lo fue por las ligas, el azafrán y por unas
cuantas singularidades más. Pero ahora ya se va a difundir una
peculiaridad que lo distingue y que deja en mantillas al más atrevido o temerario: la velocidad de los coches y motos por
sus principales calles y avenidas.
En la reciente XLII edición de la
Feria Internacional de Ajo celebrada del 25 al 27 de julio, me encontraba yo
allí y vi lo que otros no vieron (sin duda ven otras cosas, salvo los
ciegos, con perdón).
El día de la inauguración de la Feria, las autoridades locales
quisieron sorprender a las altas personalidades venidas a tal efecto y tras
cortar la cinta y dar una vuelta viendo la novedades y curiosidades que se
ofrecían, fueron llevados de incógnito a
presenciar algo que no es corriente ver en ninguna ciudad ni pueblo de la
geografía española y mucho menos en otros de la Unión Europea.
Primero bajaron
desde el polígono por el camino del cerro Ratón hasta la
Avenida Capital del Ajo y desde el cerrete próximo al
tanatorio, sin tener que esperar mucho, vieron la primera carrera en solitario
de uno de los coches que levantando una gran polvareda parecía participar en Las 24 horas de Le Mans. La presidenta de Castilla
La Mancha comentó
al Sr. Alcalde: “No veo señalización ni policía vigilando
los cruces, porque ¿esto qué es, un
rallye sorpresa? Ese coche supera los
80 Km/h. ¿Esto ocurre mucho?” El alcalde sonriendo respondió: “En días lectivos ponemos policía en las
horas punta a las puertas de los colegios. Pero espere, espere, que ya verá cómo se las
gastan en nuestro pueblo los conductores”.
Continuaron el
recorrido a pie, bajando por la calle de Chocolate para no aproximarse
demasiado a la Avenida citada, dejando
así que el tráfico discurriera con normalidad sin
perder ocasión de ver otras atracciones que sucedían en la
llamada Avenida de Juan XXIII. Al llegar a la confluencia con la calle que baja
desde el Santo Sepulcro y el Centro de Especialidades Médicas volvieron todos la cabeza para ver otro bólido que rugía como el Rey León y se encontraba con uno rojo que subía a toda leche desde la fuente de la Alcantarilla y parecía que iban a chocar con una
moto de trial que bajaba a escape libre a confluir en la esquina de la Clínica Veterinaria. Se cruzaron los tres sin chocarse, como por puro
milagro, al mejor estilo de las películas mudas de Buster Keaton y Chaplin,
mientras un ¡UUUYYYYYY! sonoro se escapó de casi
todas las gargantas. Un concejal de la comitiva dijo: “tranquilos, no pasa nada”. No acabó su frase tranquilizadora cuando todos a una giraron la cabeza
hacia Juan XXIII al escuchar los motores de dos motos que compitiendo bajaban
en paralelo la cuesta hacia el centro y
al llegar a los badenes puestos para reducir la velocidad aceleraron y
consiguieron salir volando ambos y caer sin dar en tierra con sus pilotos. “¡Esto es la hostia!, (perdón)!” -se le escapó a otro de los acompañantes invitados.
Para relajar algo
la tensión llevaron al grupo hacia la ermita del Santo Cristo de la
Humildad admiraron la vista de perfil que ofrece la fachada de piedra y el
enrejado artístico del resto de la casa. Pararon unos segundos frente a la
puerta principal y los balcones de la Casa Palacio de los Molina. Luego
siguieron hasta la calle de Montejano y desde la esquina de la casa del cura y
la acera de enfrente pudieron ser testigos de otra demostración de velocidad de riesgo por la citada vía. Se veían venir suaves algunos coches a la altura de la tienda de Rumí pero de ahí hasta donde ellos estaban ya habían superado los 60 Km/h y cuando los perdían de vista frente al Sepulcro ya no podían calcular
su velocidad. Volvió
a comentar una autoridad forastera la pregunta
inicial de Cospedal: "¿Pero esto es siempre así?" A lo que otra voz del pueblo dijo: “y más…
es que aquí somos únicos”.
La última fase de la muestra fue la calle de San José vista desde el ensanche donde se encuentra el brocal del Pozo
Nuevo. La autoridades locales mostraron orgullosos a los visitantes la
confluencia de cuatro calles sin espejos de esquina, ni señales de ceda el paso, ni stop, ni peligro indefinido y después tuvieron que esperar pocos segundos hasta comprobar cómo cruzaba esa esquina un todo terreno calle arriba como cardo que
se lo lleva el aire en día de tormenta antes de descargar el
aguacero. “¡Válgame Dios!” -dijo alguien. - “Si se cruza aquí un niño o un viejo
no se escapa”. A lo que contestó otro: “no se
preocupe, aquí
la gente sabe cómo las gastan los conductores y
siempre se asoman antes de salir de sus casas o cruzar”. En ese mismo instante todos vieron cómo bajaba una furgoneta a
todo correr y en la confluencia con la calle Barajas le salió al encuentro una moto con un jovenzuelo que giró bruscamente para no empotrarse con ella. El conductor de la
furgoneta, al verse pillado en tal situación por el
grupo de espectadores que había junto al pozo, aceleró y siguió recto por la calle del Aragón. Al cruzar frente a ellos, todos pudieron ver cómo seguía hablando con el móvil pegado a la oreja. “¿Pero aquí conductores desconocen la ley que limita la velocidad en ciudad a
30 km/h y prohíbe hablar por teléfono así? ¿Y no hay atropellos mortales?” A lo que
nadie respondió. Y sin dejar pasar un segundo añadió la primera invitada: “Por
favor, no perdáis ni un día más sin aplicar la ley. Esto no puede ser. Aunque hayamos ganado aquí las elecciones europeas, si no cambiáis esta
situación la próximas las perdemos seguro si la gente no
es en exceso…
buena”
Todos guardaron un
minuto de silencio y después enfilaron la calle Santa Lucía arriba hasta perderse de vista en el codo que hace en la casa
que fue del hermano Roma.
Es cierto que
esta visión descrita no lo ha visto igual casi nadie, pero es frecuente
escuchar las quejas de numerosos vecinos tanto por el peligro y molestias al que se ven expuestos a diario,
como por el relajo de quienes pueden evitarlo y no hacen nada. Sirva esta
historia inventada como ayuda para intentar evitar males mayores.
©Fabián Castillo Molina
Es normal que en una extensa megaurbe como es nuestro querío Lugar se tenga que ir a tope para tardar horas en cualquier trayecto intra urbano.
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