por Vicente Sotos Parra
La cosa fue que se celebró por encima de las posibilidades económicas del entorno en el cual vivían. El abuelo no se paró en barras para ello y vendió unas fanegas de trigo para poder celebrarlo. En el traje de la criatura se gastó lo que no tenía y más, en el sastre del pueblo, que gastó en tela lo mismo que en las cinco sotanas del cura, pero, eso sí, el traje fue de almirante de la marina de un blanco roto, con sus hombreras de cordones dorados y sus medallas en el bolsillo de la chaqueta. Que más que un niño tomando la comunión, parecía un novio, hijo del rey de España. Ni madre ni abuelo repararon en gastos, siendo el quien de buena mañana acudió a llevarse cuatro roscas de churros del hermano Diego, el churrero. Acudió casi toda la familia a la fiesta. Lejos quedaron los dimes y los diretes, las diferencias con Felipa. Ese día la familia se colocó alrededor de una gran olla de chocolate, que en aquel entonces era del Josefillo el cual primero se tenían que rayar y luego añadirle la leche que le perteneciese. De esto se encargó la tía María Luisa mientras el resto de familia se encontraba en la iglesia. No solo la familia acudió, sino todo el barrio, pues el acontecimiento lo requería. También se compraron unas cuantas docenas de madalenas del horno de la hermana Placida. Los primos y primas no pararon de jugar en la calle a los juegos de entonces, el gua, el churro va, la culebra, y el futbol en la era de don Sebastián. Las mujeres hacían un corro y ponían de vuelta y media al resto de las que no se encontraban presentes. Mientras que los hombres hacían la partida de cartas.
Tenía Felipón a uno de sus primos que, con la misma edad, no le llegaba a la cintura siquiera por lo que este le tenía cierta tirria y a la menor ocasión que se le presentase la aprovechaba para ponerle el dedo en la llaga, pues no sabiendo bien el origen de su primo, sí que adivinaba que algo anormal pasaba ya que todos sus primos tenían un padre menos él. Se distinguía este primo por lucir siempre dos velas en sus narices, que por más que intentaba apagarlas subiéndolas a las cavidades nasales, estas volvían a salir más grandes y además ya de un color verdoso.
En casi todos los juegos Felipón siempre tenía una ventaja añadida debido a su corpulencia y fuerza que se veía descompensada por su inocencia y falta de maldad. Mientras que su primo -y esto suele pasar, los que no tienen la fuerza usen la maña, y si esa maña se acompaña de picardía y la adornamos con mala fe pues es la cuadratura del círculo- teniendo un mal perder en los juegos no respetando las reglas, queriendo siempre ganar y ser el primero en todo, no siendo suficiente esto, al resto de los primos cada vez que se juntaba la familia le tenían pánico por su mal carácter. Y no solo eso, sino que el primero en chivarse a sus padres de las trastadas del resto de primos, lo que tenemos catalogado como un maestro del chivateo.
En el juego del gua era campeón de las marrullas, las reglas se las ponía él mismo, y la ley del embudo, no hace falta decir para quién la parte estrecha: para todos menos para él. En el churro va más de lo mismo Enriquito siempre quería ser la madre, se apoyaba en la pared y el resto una vez agrupado en los dos grupos y posicionándose los que saltaban y los que se mantenían agachados, saltase un grupo o el otro. Él siempre hacía de madre, por lo cual no sufría el tener en su espalda el peso de alguno de sus primos. ¿Listo el chaval?
En el siguiente juego fue el de la culebra, esta vez no tuvo suerte y le tocó en la cola, y en la cabeza Felipón. Si alguien ha jugado a este juego: se trata de cogerse de la mano en una especie de cadena siendo el primero el que marca el recorrido y ritmo, no hace falta que diga que nuestro Felipón con un paso de él era dos del resto y así pasaba que el último terminaba, bien por el suelo, bien contra la pared más cercana. Esta vez ni contra la pared ni en el suelo, pues en la era de don Sebastián en uno de sus laterales existía un desnivel considerable por el cual Enriquito rodó como una bola hasta llegar al camino que la circundaba dejándose en su camino parte del pellejo de sus codos y lleno de pequeños arañazos. Cuando acudieron a la casa todos, había que ver a la criatura, lleno de restos de cardos, paja, cayéndole dos mocos como dos velas que le llegaban a la altura del ombligo, pues mocos y lágrimas se fueron mezclando. Enriquito quiso que su primo Felipón tuviese la culpa de que se fuese rodando. Su padre lo cogió de una oreja y le dijo: ¿tú eres el que se crees tan listo? ¡Anda y límpiate los mocos, hermosón…! A lo que el ínclito Enriquito le contestó:
¡Padre, mocos tengo máass!...¡padre, mocos tengo máass!...¡padre, mocos tengo máass!
Si cometes un error y no lo corriges, a eso se le llama error
(Confucio)
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