El castillo de Belmonte (Cuenca)
(Notas de una excursión, octubre de 1917)
recogido por Miguel Ángel Vellisco Bueno
En un hermoso día del pasado Septiembre, brindábame mi bonísimo (como persona y como escritor) amigo D. Luis M. Kleisler, con una excursión al castillo de Belmonte, trasponiendo los 100 kilómetros que le separan de Cuenca, no en el molesto coche de línea, que tarda no menos que quince horas, sino en su magnífico auto, con el aliciente, ¡miel sobre hojuelas!, de la compañía de la distinguida dama que lleva su nombre, de su preciosa hija mayor y del simpático y amabilísimo conquense Sr. Gallego. Viajar con tales personas, en tan cómoda forma y en busca de un monumento célebre, nunca visto, constituye para mi placer sin igual.
A las ocho de la mañana salíamos de Cuenca. A poco, un pintoresco monte de encinas, por el que serpea el Júcar, anima el paisaje. Después, ¡la Mancha, en toda su desnudez! Los pueblos, pocos y muy distantes (Villar, La Parrilla, Olivares. Almarcha, Villalgordo, Villaescusa), apenas rompen la monotonía de la llanura. Ni una granja, ni una choza la animan. En algún cerro se dibuja la silueta de un arruinado torreón, vigía caduco de la soledad. Un punto movedizo allá lejos, en la carretera. Da, de pronto, sensación de vida: es el coche de línea que hace el servicio entre Cuenca y Belmonte. Pronto el auto lo deja atrás. Cruzamos un pueblo: las gentes miran el Panhard como algo fantástico y sobrenatural. De nuevo estamos en la soledad del camino, y yo, a quien el complicado mecanismo de estos vehículos inspira siempre alarmante sospecha de fragilidad, pienso con terror en una panne que nos detuviese en la carretera, sin más porvenir que aquel odiado coche y sus quince horas de caminata. Por fortuna, la bondad del auto y la maestría del conductor nos hicieron recorrer los 100 kilómetros sin el menor tropiezo.
Hétenos en Belmonte, camino del castillo. Todavía a pesar de mis treinta años de excursionismo, me emociona la primera visión de un monumento. Bajo su dominio, me encaro con la célebre fortaleza que, en el cerro de San Cristóbal, levantara el "magnífico y virtuoso señor' don Juan Pacheco, Marqués de Villena, mayordomo mayor del rey Enri¬que IV. Protector, con su cuenta y razón, de la Beltraneja. ¿Fecha? En la escritura de acuerdo que firmaron el noble y la villa, a 12 de Octubre de 1456, sobre la construcción de la muralla (1), se declara que, a la sazón, el castillo 'se faze'. Parece, pues, estar en lo firme Madoz que escribió (2) que la obra se principió en 1455. La conclusión la fecha el mismo autor en 1470, lo que es muy verosímil.
Como me propongo trazar aquí sólo una impresión de excursionista, no me entregaré a investigaciones analísticas de la fortaleza, que acaso suministrarán Enríquez del Castillo, Palencia, Pulgar, Salazar y Castro, Sitges y demás cronistas de Enrique IV, de "la triste Reyna' y de los. "Claros varones" que ilustraron, y a sus veces ennegrecieron, la segunda mitad del siglo xv. Seguramente el castillo jugo papel importante en aquellas campañas de 1475. En las que, combatiendo el Marqués de Villena con los "isabelinos'. El Conde de Paredes le tomó muchas de las fortalezas comarcanas: San Clemente, Chinchilla, Albacete, Almanasa, Iniesta y otras, hasta 24 (3). Una tradición dice que en la de Belmonte moró la Beltraneja, retenida por Pacheco, so color de guarda y protec¬ción, de las que se libró la infortunada princesa huyendo por la puerta del recinto que ahora nombran con su apodo. Ninguno de los historiadores cita a Belmonte en la lista de los castillos en donde estuvo; suenan tan sólo Madrid, Buitrago. Escalona y Trujillo. Después, aconteció lo de siempre: lentos siglos de abandono y ruina Cuando el viajero Quadrado lo vio, el patio derribado, los techos caídos, la maleza enseñorada, ponían tristeza en el ánimo.
Un día, muy mediado el último siglo, de pesado carruaje de camino (4), descendió ante la puerta una triste dama, a quien el acaso se complaciera en elevar a los más altos puestos, para sumida luego en las más horrendas simas en que una esposa, una madre y una soberana puedan hundirse. Mas horrendas simas en que una esposa, una madre y una soberana puedan hundirse. Allí, en una del castillo, aparece un retrato suyo; la excepcional belleza, el aire regio y el enlutado vestido la nombran: Eugenia de Montijo, emperatriz un día de los franceses. Como sucesores de lo Pachecos, puso empeño en salvar de la ruina la histórica residencia de sus ascendientes. Por su esfuerzo, la fortaleza de Belmonte, limpia de hierbajos y escombros, rehecha de adarves y de almenas, cuidada y completa, produce al exterior, impresión de integridad y vida. La anterior, ya es otra cosa, alguien (5) mal avenido con su inhabitabilidad levantó nuevas galerías en el patio, abrió puertas en las torres, construyó escaleras, pisos y techumbres, ¡y pintó portadas, ventanales y alfarjes del más escandaloso color de chocolate que imaginar pueda el mayor enemigo del Arte.
Elevemos el espíritu sobre esas miserias, y admiremos la fortaleza señorial de los Pachecos. Gallardamente se yergue en la cima de un cerro, que algunos grupos de pinos animan y embellecen. La silueta es primorosa; el claroscuro de la masa, soberbio. Un primer recinto almenado, con tres puertas muy bien defendidas, lo rodea. Penetramos. Yo no vi en España disposición más especial. Los castillos españoles o la tienen irregular, siguiendo el accidentado perímetro de una eminencia, o son, donde la planicie lo consiente, de perfecta planta cuadrangular. El de Bellver (Palma de Mallorca), circular, es rara excepción. Este de Belmonte lo es también. Sobre la base de un triángulo equilátero (el patio) se agrupan sendos cuerpos en los lados; dos contienen la residencia señorial; uno, algo menor, es la torre del homenaje, la verdadera parte militar y defensiva. En conjunto, resulta una planta triangular estrellada. Exteriormente, alternan los muros seguidos, con otros en ángulo entrante. En todas las esquinas, torreones cilíndricos defienden de flanco las cortinas. Mi ignorancia en las artes de Vauban me impide conocer las excelencias o los defectos guerreros de tan rara disposición; pero, por Instinto, me permito creer que la inspiró más un capricho personal que ningún precepto de castrametación o de poliorcética. Posible es que ande equivocado.
El primer recinto con adarve y, bajo él, cañoneras, presenta la, en mi sentir, anomalía de tener tres puedas. La principal, “la del campo”, era la más expuesta a los ataques, pues las otras dos abren dentro del recinto amurallado de la villa. Por eso es la más fuertemente fortificada, y por eso colocaron frente a ella la gruesa torre del castillo. La cual defiende, al par, la entrada a la fortaleza, que es más de palacio que de castillo, adintelada, con arco trilobulado encima, en cuyo tímpano campea una figura, ya algo borrosa, con escudos nobiliarios. Traspuesta, nos hallamos en el patio; aún alcanzó Quadrado a ver sus galerías, que eran de arcos rebajados, muy adornados de follajes y colgadizos; bellísima obra, pues, de estilo gótico florido, sustituida modernamente por una horrenda arquería de ladrillo. En un ángulo están los restos de un monumental pozo, de pilares elizoidales y frondas, que armonizarían preciosamente con las antiguas galerías.
Único acceso a los pisos altos fue la estrecha escalera al descubierto, que se ve en un ángulo; de allí, por otras embebidas en muros y torreones, se comunicaban salones y adarves. Dos de aquellos merecen cita: el de "corte" rectangular, grande, con embocaduras de puerta y friso góticos; y el que dicen que fue de capilla (?) con dos ventanas, en cuyas jambas, anchas por el gran grueso de los muros, trepa una exuberante y pétrea enramada, que pueblan figurillas humanas y de animales de todas castas; labor de ese estilo gótico “naturalista” que tiene en España especial manifestación, y que ha de estudiarse como un precedente del ' manuelino" portugués (6). La techumbre de esta cuadra es gótico mudéjar, piramidal, octógona por cuatro trompas; octógona después, pero en sentido inverso, con el intermedio de un friso de mocárabes. Portadas y chimeneas adornan otras estancias. En una llama la atención la techumbre, no por su gran belleza, sino por el raro capricho de ser giratoria, con objeto de obtener un juego de luces y colores por los vidriados fondos de los casetones; y, al mismo tiempo, una cierta música por el tintineo de campanillas, del friso colgadas (7). ¡Inocentes distracciones en los ocios del encastillamiento! Un adarve, con melones de remate escalonado, corona todo el castillo; en los torreones, avanza sobre una hermosa cornisa con ménsulas.
La torre del homenaje es fortísima, con enormes muros. El recinto más bajo no tuvo entrada (la que ahora hay se abrió modernamente); era un in pace, sin luz ni ventilación. Un agujero en la bóveda servía para descolgar al preso. Encima, una estancia (en la que aquel agujero se abre), era cuerpo de guardia. Más arriba, la plataforma almenada fue lugar del vigía, amenaza de la villa, defensa de la fortaleza (8). ..................................................................................................................................
Febril, rápidamente, paso unas horas entregado a la contemplación del monumento, a medir su planta (9), a fotografiar sus bellezas. Pero llega la de pensar en la vida. En amplio portalón de la posada nos espera el almuerzo. ¡Suerte fue que la señora de Kleisler lo previniese en Cuenca! Sin su videncia de experta ama de casa, fuerza hubiera sido contentarse con unas simples sopas de ajo y, a lo más, alguno de aquellos esqueletos con plumas (vulgo pollos) que correteaban por el corral. Esa compensación de la escasez de alimentos, la posada se remozaba y embellecía con blanqueos, pinturas y Fregados. ¿Qué acontecimiento se avecinaba? Pronto lo supimos: las ferias de la villa. Con toros en los que estoquearía fielmente. ¡Belmonte en Belmonte! ¿Hay una cosa más lógica?
Reconfortados con el suculento almuerzo, visitamos la Colegiata, guiados amablemente por el señor cura. La que en tiempos era parroquia de pobre fábrica, convirtióse en Colegiata y en suntuosa construcción por el poder del Marqués de Villena. Es iglesia de tres naves, con tres capillas en la cabecera y muchas laterales; lo más, de estilo gótico decadente, aunque de dos épocas. La capilla mayor es hexágono irregular, de estilo aún severo (mediados del siglo XV), la hermosean cuatro arcos sepulcrales, en los que oran sendas estatuas de mármol, de muy buen cincel, de arte `Renacimiento'; representan a los nobles Alonso Téllez Girón y su esposa y Juan Fernández Pacheco y la suya. De estilo más decadente son las naves, ya del siglo XVI, al que pertenece el maestro Marquina, que intervino en la construcción hacia 1531. Detalles notable, varias rejas 'platerescas'; un retablo gótico, de talla; los tableros de la sillería del coro, con escenas del Antiguo Testamento, góticas del siglo XV, empotradas en un Orden apilastrado del XVIII, y que, según dicen, eran las de la sillería antigua de la catedral de Cuenca, allí trasladadas al hacer, en este tiempo, lo que hoy tiene la iglesia capital de la diócesis.
Tras veloz visita a la villa (que por las murallas, ruinas de iglesias y hospitales confirma lo de haber sido 'insigne y populosa', como rezan los documentos del siglo XV), ocupamos de nuevo el auto. El tiempo se pone amenazador: nubes preñadas de agua, rayos y truenos van cubriendo el cielo. ¿Nos dejarán llegar a Cuenca con felicidad?
NOTAS:
(1) La copia Quadrado en Castilla la Nueva, tomo II, pág. 366.
(2) Diccionario Geográfico y Estadístico. Tres décadas de las cosas de mi tiempo, por Alonso Femández de Palencia, traducción de D. Antonio Paz y
(3) Tres décadas de las cosas de mal tiempo, por Alonso Fernández de Palencia, traducción de D.Antonio Paz y Melía. Tomo IV, déc3, libro 23, cap. IX.
(4) Se conserva en el patio del, castillo, muy deteriorado.
(5) Una comunidad de frailes que lo ocupó hasta 1885
(6) Véase mi artículo: "Una evolución y una revolución de la Arquitectura Española (BOLETÍN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE EXCURSIONES -Madrid, 1915).
(7) En el Castillo de Olite (Navarra) hubo un Juego análogo; una serie de discos de cobre, colgados de la techumbre, que al chocar movidos por el viento, producían sonidos armoniosos.
(8) Recientemente se han hecho y publicado dos estudios sobre el castillo de Belmonte, ambos muy estimables: Castillo de Belmonte en cuenca. Por D. Roberto García-ochoa a platas, arquitecto (presentado y premiado en el concurso de Círculo de Bellas Artes de 1914)_ El Castillo de Belmonte, por E.M. Larrañaga Mendía Premiado el concurso de la revisa, conquense Papel y tinta, 1915).
(9)) Creo que por primera vez ahora, hecha y publicada, pues la contenida en el trabajo del Sr. García Ochoa, cit, era solo un croquis del conjunto de las murallas y de la fortaleza. En la que aquí se presenta, el primer recinto sólo se pone como aproximado, pues me faltó tiempo para medirlo y dibujarlo con exactitud
Vicente Lampérez y Romea (octubre de 1917) :
Vicente Lampérez y Romea (Madrid, 1861-1923) Arquitecto e historiador del arte español, miembro de la Real Academia de la Historia.
Fue importante su labor como restaurador y conservador de monumentos, en especial la catedral de Cuenca. Su producción literaria fue enorme; destacan los títulos Arquitectura civil entre los siglos I al XVIII (Madrid, 1922), Los grandes monasterios españoles (Madrid, 1920), Historia de la arquitectura cristiana (Madrid, 1935).
En 1917, tras su visita a Belmonte, publicó un artículo de su viaje, en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones.
Miguel Ángel Vellisco Bueno
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