Todavía algunos coches circulaban mientras el golpeteo de las piedras heladas contra sus techos se convertía en un clamor doloroso.
La granizada del otro día dejó en Pedroñeras y en gran parte de la Mancha destrozos irreparables que bien los seguros bien el gobierno de nuestra comunidad tendrá que paliar de alguna manera. Por aquí os dejo algunas fotos ilustrativas y elocuentes que tenía en la cámara sobre lo que desde mi balcón se pudo ver. Estos espectáculos de la naturaleza son, evidentemente, muy llamativos, pero los que somos de campo o de pueblo o como queráis no los dejamos de ver siempre con el pensamiento puesto en el daño que provocan en las siembras y plantíos. Una sensación agridulce: por un lado está el niño que queda embelesado por la circunstancia; por otro, el hombre que aplica la razón y otro tipo de sentimiento regulado por la conciencia. En fin, las fotos.
Las bolas infames comenzaban a cubrir el suelo y el granizo azotaba los árboles de la avenida.
Tras la vieja fuente de la báscula se iba amontonando el granizo al chocar contra la pared lateral del edificio.
No es que el objetivo estuviese desenfocado, es que la turbia y gruesa cortina del pedrisco impedía casi ver con claridad lo que tras ella había.
Al menos durante media hora cayó la non. Mientras ese espectáculo tenía lugar, uno pensaba en el campo, pues esto, evidentemente no podía traer nada bueno.
Había visto muchas veces granizar, pero, desde aquí, nunca había contemplado golpear al granizo con tanta violencia contra esa pared lateral que, de la cantidad, parecía blanca y dejaba caer el agua y el hielo como una catarata hacia el suelo. Verlo en directo, sobrecogía. Fijaos bien.
Mientras, en el lateral de la calle se iba formando un charco en el que las bolas salpicaban alegremente a su buen tuntún como jugueteando sin saber del mal que hacían.
Por no verse, no se ve ni el agua que ya corría por la calle.
Otra apaecía.
Y luego todo volvió a la calma, y la vida tornó a tomarle el pulso al tiempo. Todo estaba enlagunado en el Lugar, pero eso solo indicaba que en gran parte del campo uno se encontraría lo peor. No íbamos mal encaminados.
©Ángel Carrasco Sotos
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