Al pueblo... de Las Pedroñeras: Poemas y comentarios | Las Pedroñeras

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viernes, 1 de mayo de 2015

Al pueblo... de Las Pedroñeras: Poemas y comentarios



Al pueblo

Las Pedroñeras

por Fabián Castillo Molina



Decíamos la semana pasada que "Campos y paisajes de Pedroñeras" fue el germen de lo que luego vino a convertirse en un libro titulado al pueblo, y que ese pueblo era el nuestro, Las Pedroñeras. Y este libro fue de los que se nacen por un deseo, una necesidad que brota de forma natural de lo más hondo del autor. Así, vino a ocurrir que cinco años después de aquel trabajo primero, tuviera listo para ser impreso un sencillo volumen que contenía esencias de quien lo llevó a cabo y como viene ocurriendo en la mayoría de los libros, grandes, pequeños y regulares que se editan, detrás del nombre del autor y el título había muchas historias y colaboraciones que nunca se olvidarían. No hay que olvidar, que además de la combinación de narrativa y poesía, el libro mostraba en sus páginas, fotografías, dibujos, pinturas, nombres, historias, plano del término municipal, callejero, toponimia, relación de nombres propios y algunos apodos y sobre todo, en cada una de esas aportaciones había vida; amor al pueblo y a sus gentes.

Como pudimos comprobar el domingo y el lunes pasados, a pesar del tiempo transcurrido desde que se crearon esos textos, o fragmentos del trabajo contenido en el libro, éstos siguen gustando a quienes se atreven a leerlo (al menos así lo manifiestan con breves pero sentidos comentarios, o por lo menos con un “me gusta”), hemos decidido continuar adelante con la publicación de otras partes escogidas del resto de la obra.

Empezaremos por el principio:

I

Releyendo "Campos y paisajes de Pedroñeras" volví a sentir la singular belleza que rodeaba este pueblo manchego. Poco después pasaron de forma rapidísima (como dicen que ocurre cuando uno se despide de la vida) imágenes de momentos únicos vividos en ese lugar y nació la necesidad de poner en pie algo parecido al trabajo citado pero sin salir de los límites físicos de sus calles y plazas. Pronto tuve claro que habría de recurrir a todas las fuentes que pudieran aportar luz a la penumbra que se iba adueñando del pasado si no lo recreábamos de vez en cuando con la memoria. Contaba con una ventaja: las carpetas llenas de papeles relacionados con el tema, que durante mucho tiempo había ido guardando, así como los numerosos apuntes tomados en distintas situaciones y lugares sobre el proyecto que ahora por fin me disponía a llevar adelante. 

Sin pérdida de tiempo, ese día libre empecé por remover de arriba abajo la documentación almacenada sin orden ni concierto en un viejo arcón de la cámara. Me llamó la atención especialmente una vieja carpeta azul de gomas, descolorida, más hinchada que el resto. La abrí con cuidado. Contenía un papel de estraza plegado y replegado hasta hacerse octavilla. Este papel destacaba sobre otras cuartillas blancas descolocadas y con los bordes amarillentos. Lo desplegué y estaba escrito por las dos caras, con tinta sepia de tintero y pluma Kores de aquellas calzadas sobre mango de madera estilizado (quizá comprado en la tienda del Mimo), y que a veces usábamos para clavarla como flecha en el pupitre manchado, aprovechando las frecuentes ausencias del maestro. Pasé la mano cuidadosamente para alisarlo, y con gran curiosidad leí lo siguiente:

Para este preciso instante, lector amante del pueblo
aunque al principio parezca algo serio, observa este juego
y lee atentamente sin prisa ni pausa lo que te planteo:

Hay una figura que no tiene cara, que no tiene cuerpo. 
Que está en todas partes, que todo lo está viendo. 
Entre todos la vamos formando día a día, sin querer, queriendo, 
la podemos llamar por mil y un nombres, entre otros, por Tiempo, 
y dejarnos llevar suavemente, libre el pensamiento 
y si convertimos a Tiempo en un personaje que cuente los hechos, 
veremos reflejada la vida como en un espejo 
y reviviremos lo que más quisimos, lo que más queremos. 
Esa voz correrá por calles y plazas, diciendo nombres y ecos, 
entrará en patios, rincones, en los recovecos. 
Entre todos haremos que esa voz a la que ahora llamamos Tiempo 
sea capaz de llevarnos flotando, unidos en vuelo 
por vivencias y hechos pasados y actuales, imperecederos. 
 Para escuchar al narrador y poder entenderlo 
no habrá más remedio que hacer un esfuerzo y seguir leyendo. 


II 

En este punto, aun estando en el mismo papel, cambiaba el tipo de letra y se podía leer:

No nos engañemos. Esa voz pretendida no creo 
que traiga al presente el pasado del pueblo. 
No es la voz de El Tiempo. 
Es... fantasía de uno puesta en movimiento. 
Él así ha querido llamarme y yo acepto el reto,
pero es la memoria de todos mezclada con los sentimientos. 
Por esa razón y para no cansar ni hacer de esto un cuento, 
cederé la palabra cuando me parezca al legítimo pueblo. 
Escuchad un momento: Ayer mismo, inocentes, contentos 
al otro lado de la Casa de La Condesa, que como sabemos 
tras años cerrada después fue convento, 
abuelos y bisabuelos de vuestros tatarabuelos, 
conocieron quien contaba, que había conocido a los primeros 
que vinieron, haciéndose pobladores de este muy querido suelo. 
Llegaron en busca de agua, hartos de hambre, resedientos. 
De Záncara, Robledillo, San Blas... y otros yacimientos, 
hasta que la gran sequía los empujó tierra adentro, 
estableciéndose aquí, trabajando, bregando, sufriendo 
y también disfrutando de vida propia de aquel tiempo. 
Y pasaban los días, las semanas, los meses... y pasaban ellos… 


III 

Después de esos puntos suspensivos había un tramo de escritura totalmente ilegible, no acierto a entender la razón. Durante un largo rato intenté descifrar alguna letra aislada, algún signo, restos de palabras que pudieran llevar a una frase con cierto sentido. En vista del fracaso estuve tentado a inventarme algo que pudiese darle continuidad, pero finalmente opté por dejarlo haciendo sólo referencia a ese vacío. Al final del gran espacio en blanco volvían a leerse dos líneas que en la cara opuesta continuaban. Leí lo que sigue: 

Más de un siglo dominando los Marqueses de Villena 
desde Alarcón y Belmonte esta hermosa Pedroñeras 
hasta que Jorge Manrique con sus huestes fue a Las Mesas 
y sometió al Pedernoso, La Alberca y a nuestra tierra 
quitándola a López Pacheco y a Juana la Beltraneja 
para los Reyes Católicos. En una larga contienda 
allá por el viejo año mil cuatrocientos ochenta 
y entonces le concedieron nombre de Villa Realenga. 
Y ya el pueblo hecho villa y sin guerra 
siguió creciendo sin descanso ni tregua 
afanándose como lo venía haciendo en tareas de la tierra 
pero con abundante caza de pluma, pelo y algo de pesca. 
Con grandes pastizales forman los primeros rebaños de ovejas 
teniendo así ya, leche, queso, carne, y lana para vestimenta, 
y crece el entramado de oficios, calles, callejuelas, 
y algunos casamientos pactados por padres en contra de ellos y ellas. 
Pero hay bodas también con amoríos, se forman parejas 
y tienen descendencia y ríen y juegan en las placetuelas 
y los hombres luego, después del trabajo en los días de fiesta 
construyen ermitas con esfuerzo cal arena y piedra. 



La de Santa Ana y Santa Lucía y de San Julián cerca de las eras, 
Santa Catalina y Santo Domingo y San Sebastián 
 y luego Juan Flórez dirige la obra de La Iglesia. 



Fin de la primera entrega para el blog Y como suele ocurrir en estas publicaciones por entregas, no deben ser demasiado largas para no cansar al lector. Así por tanto dejamos aquí por hoy esta presentación y comienzo de Al pueblo, y si nada lo impide, la semana próxima subiremos aquí la entrega segunda.

 ©Fabián Castillo Molina

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