Noche de pólvora en Las Pedroñeras - La víspera de un pasado risueño: por Luis Pérez González | Las Pedroñeras

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domingo, 18 de noviembre de 2012

Noche de pólvora en Las Pedroñeras - La víspera de un pasado risueño: por Luis Pérez González


Pedroñeras 30 días, nº 130, agosto de 2012



La víspera de un pasado risueño (o la Noche de la Pólvora), por Luis Pérez González

El artículo que os ofrezco está extraído de un antiguo libro de las fiestas de 1955. En él figura este delicioso artículo de Luis Pérez González, una de las mejores plumas que ha dado nuestro pueblo según puede constatar el lector en el evocador texto que os dejo a continuación. Se echan de menos artículos como este en los libros de fiestas, tan fríos como han sido estos últimos años. Aquí lo tenéis sin más. Disfrutadlo. Y no olvidéis que se escribió en ese año de 1955.


“Qué lejos están aquellos días del pasado risueño y alegre de nuestra infancia, cuando día a día, hora tras hora, íbamos contando, instante por instante, en nuestra mente, o preguntábamos a nuestros mayores, lo que todavía faltaba para la FIESTA. Qué lejos aquellos días de ilusión, sin mácula que los empañase, santificados por nuestra inocencia; cuando todo era alegría verdadera salida de lo más recóndito de nuestros puros corazones y cristalizada en franca sonrisa. Y qué lejos, en fin, y esfumados quedan en el pasado aquellos puros sentimientos que hacían de nuestro ser un mundo de dorados sueños.

Ahora se recuerda mejor cómo nos regocijamos de antemano al pensar en nuestras fiestas, en aquella noche de la pólvora, y cómo comentábamos fascinados durante nuestros juegos, o sentados en un banco de la escuela, las impresiones del pasado año. Cómo contábamos envueltos de nuestra infantil fantasía, que los hacía indefinidos, las piezas de fuegos artificiales que iban a ser encendidas aquella noche, y escapados de casa, contemplábamos admirados aquélla que su entraña de luz y color guardaba la imagen de Nuestro PADRE JESÚS NAZARENO o la de Nuestro SANTO CRISTO. O absortos, y con alegre temor, examinábamos la de las “carretillas”, heroína de aquella noche, que después en la obscuridad se convertiría en temida legión de avispas luminosas. Y hacíamos con verdadero deleite recuento de las bombas de la traca que adosada a la pared de nuestra Iglesia se nos exhibían como misteriosas cuentas de un collar de fuego gigantesco. Y cuando partiendo de su extremo inicial llegábamos a su fin, allí nos quedábamos como clavados en el suelo contemplando aquella enormemente gorda que habría de hacernos temblar con su explosión. Y llegaba el momento deseado, y cogidos a la mano de nuestros padres contemplábamos asustados y gozosos a la vez, las maravillas del fuego hecho filigrana de artífice, y a ratos risueños, a ratos llorosos, pero siempre admirados, con aquel alternar de nuestro ánimo escanciábamos hasta el último minuto la copa del tiempo de la “Noche de la Pólvora”. Todo había terminado y envueltos en polvo y humo volvíamos a casa, los ojos escocidos y un tanto perezosos por el sueño. Pero seguíamos alegres, muy alegres, porque más tarde, al día siguiente, era la FIESTA, y nos aguardaba toda una etapa de emociones. Y nos acostábamos pensando en los puestos de turrón y almendras, en los buñuelos de a perrilla del hermano Diego, largos como los palos del churrero y gordos como su maza, o en la “porra” de a perragorda que despanzurrábamos para comernos primero lo de dentro; y en la pelota de goma y en las peras de dulce de múltiples colores que tan amañosamente nos hacía el hermano “Cucharetas”; en los columpios o en aquella trompeta colgada del techo de la Rifa de al lado del ayuntamiento.

Y era el sueño de aquella noche ligero, fluctuoso, lleno de promesas y dulce despertar. Era el día de la FIESTA que se nos adentraba por la ventana hecho musical diana, repique de campanas y estampidos de cohetes; toda una gama de ruidos alegres y prometedores; era en fin, que tocábamos lo apetecido por nuestro infantil afán.

Hoy en el pasar del tiempo, sólo la añoranza nos queda de tan dulces efemérides y en medio de la vorágine de la vida recrudecida y materializada, como bajel sin mando expuesto a todos los vientos, procuramos refugiarnos en el puerto de nuestros recuerdos. Queremos olvidarnos del presente para vivir el pasado, y cuando apenas lo hemos conseguido caemos bruscamente de nuestros ensueños para otra vez seguir siendo engranes de la gigantesca máquina de la humanidad, de esta humanidad adulta de nuestros días, ya despojados de todo lo pueril, de todo lo sincero, santo y bello, partícipes de época de una eterna farándula.

Pero demos punto a nuestras divagaciones que harto sabido es que “todo tiempo pasado fue mejor”. Volvamos nuestro mirar a lo que en medio de las inmundicias mundanas siempre existe puro: la niñez, nuestros hijos. Ventanal que se asoma a nuestro pasado. Y como niños de ayer, tendámosles la mano del hombre de hoy, y vivamos con ellos sus horas felices de LA VÍSPERA”.

Texto de Luis Pérez González

©Ángel Carrasco Sotos

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