Juegos de Pedroñeras desaparecidos - El churro va y el garbancillo | Las Pedroñeras

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sábado, 17 de noviembre de 2012

Juegos de Pedroñeras desaparecidos - El churro va y el garbancillo





Hay juegos que desaparecieron y otros que lo van haciendo en la actualidad con demasiada urgencia. Poco se juega hoy en la calle y la práctica de estos juegos tradicionales va cayendo en el olvido como tantas otras cosas. Mientras ese Folclore infantil de Las Pedroñeras espera ser publicado (se hará; no sé cuándo, pero algún día cobrará formato de libro este trabajo que tengo guardado para cualquier ocasión y que me ha llevado unos centenares de horas), iré dando cuenta de parte de parte del material que lo integra. Hablé en un número anterior de algunas adivinanzas añejas que aún pervivían en nuestro pueblo. Hoy toca hablar de juegos, para ir variando.



(ya se publicó, claro, y aquí puedes echarle un vistazo)



El garbancillo (número 69 de los que tengo anotados) es uno de esos juegos desaparecidos que los de mi generación ya no han practicado, pero sí la de mi padre, y pervivió quizá hasta los años 50-60 del pasado siglo. Se trata de la versión antigua de lo que luego llamaríamos “churro va”.
            Más o menos, en lo que se recuerda, el desarrollo era semejante, pues un grupo iba saltando sobre las espaldas de los componentes de otro grupo, que estaba agachado y en fila (uno tras otro).
            Quien saltaba lo hacía a la voz de:

                                   “Borriquillo, que por ti me tienes;
                                   si no me tienes me caigo”.

            Y aquel que caía, debido a la acumulación de chicos, agachaba en la siguiente ronda.
         No encuentro el juego documentado en textos antiguos, aunque Sebastián de Covarrubias en su diccionario (del año 1611) recogía uno parecido al que llama “rempujarle la hava” y describe así: “juego de muchachos, que van saltando unos sobre otros y dicen: ‘Empújote la hava”.




El garbancillo fue sustituido por los de mi generación por el juego llamado churro va (número 37 de mi colección). Lo explico copiando literalmente el texto que tengo escrito en el inédito:

Juego en el que primeramente se formaban dos grupos de niños. Se celebraba un sorteo (a chilla o pesta) y uno de estos grupos agachaba; así: el primer niño apoyaba o metía su cabeza entre las piernas de la madre que era quien dirigía el juego apoyada su espalda en una pared. El resto iba introduciendo la cabeza por entre las piernas del compañero que agachaba delante y se cogía a sus piernas; así hasta formar una cadena de niños inclinados.
Seguidamente cada uno de los componentes del equipo contrario saltaba uno tras otro sobre la espalda de los agachados diciendo “¡Churro va!” e intentando mantenerse sobre ellos sin caerse tras el salto, pues si uno se caía o tocaba el suelo haría que, junto con él, sus compañeros tuviesen que agachar. Era conveniente saltar lejos para que el resto de los que lo harían seguidamente cupiesen detrás. Aunque también había quien saltaba en el de atrás muy pegado al culo y el resto tenía que dar un mayor salto, pero a la vez mayor golpazo en su caída y así conseguir que los de abajo “se baldaran” y tuviesen que volver a agachar. Los había que saltaban “a bomba”, es decir, dando un salto hacia arriba y cayendo después con fuerza e hincando bien los huesos del culo sobre el espinazo de los contrarios.
Cuando todos estaban arriba, uno de ellos, al mismo tiempo que pasaba con la mano derecha por el hombro, codo (o interior de este) y mano del brazo izquierdo (si no se era zurdo, claro), iba diciendo con cierto compás o melodía:

                                   Churro, mediamanga, mangotero,
                                   si lo aciertas te doy un caramelo.

Uno de los agachados tenía que adivinar dónde se había quedado parada la mano del de arriba: en la mano (churro), en la parte interior del codo (mediamanga) o en el hombro (mangotero), cosa que controlaba con celo la madre. Si acertaba, saltarían sus compañeros en el próximo juego; si no, lo harían de nuevo los mismos. En este caso, cada uno de los de abajo avanzaba un lugar (el de delante pasaba atrás), pues nadie quería estar en los últimos lugares, que solía ser donde se acumulaban casi todos (a veces hasta uno sobre otro).
En ocasiones, había alguno que hacía señas al de abajo indicando con el pulgar sobre el dedo índice la posición de la mano. Evidentemente, tampoco la chiquillería se libraba de los tramposos.

Y con estos juegos, muchas veces chicos contra chicas, solíamos pasar los recreos en el convento y en las que antes llamábamos escuelas viejas y nuevas (nombre que ha sido sustituido en los últimos años por escuelas de arriba y de abajo). En fin, cosas de cuando entonces. Ya os traeré por aquí algunos juegos más. Hasta la próxima.

[Este artículo fue publicado en Pedroñeras 30 días, nº 129, julio de 2012]

Ángel Carrasco Sotos



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