La familia Mendizábal y Las Pedroñeras, según Sánchez Ocaña (4) - Heraldo de Madrid (1927) | Las Pedroñeras

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martes, 6 de noviembre de 2012

La familia Mendizábal y Las Pedroñeras, según Sánchez Ocaña (4) - Heraldo de Madrid (1927)

Juan Álvarez-Mendizábal y Cañavate.


Don Juan ha dejado casado a su hijo Rafael con la pedroñera Salomé Cañavate (ver entrada anterior). Muerto el que fuera ministro, Sánchez Ocaña se ocupa de hablar de su nieto, también llamado Juan, sirviéndose para ilustrar el texto de algunas fotografías que, debido a la baja calidad de las mismas, desistimos de traer aquí.


El muchacho frente al fraile

            –De modo –dijo el Padre rector, contemplando atentamente al chico que estaba de pie ante su mesa–, de modo que este alumno ¿se llama...?
            El chiquillo permanecía silencioso, los ojos fijos en el suelo.
            Cogiéndole del brazo, el fraile que lo acompañaba lo zarandeó.
            –Vamos, niño, ¡contesta!... Dile al Padre rector cómo te llamas...
            –Juan... –murmuró el muchacho, con la cabeza obstinadamente agachada.
            –Pero, Juan ¿qué?
            –Álvarez...
            –Y ¿qué más?
            –Mendizábal.
            Evidentemente aquel chico no tenía muchas ganas de entablar conversación. Respondía secamente a las preguntas de los dos frailes, sin mirarlos, con aire hosco.
            Desde su sillón, el rector seguía examinándolo, y asomaba una sonrisa entre sus delgados labios.


La sombra del abuelo

            Luego, el señor rector escondió la sonrisa esa, se enderezó en su asiento, se ajustó el bonete y empezó a hablar al alumno nuevo.
            Ahora tenía una expresión dulce, benigna, y tono paternal.
            –Al llegar, en estas primeras horas que pasas entre nosotros, te encuentras solo y triste, ¡verdad, hijo mío! Eso no es nada. Eso pasará. ¡Ya verás qué pronto estás aquí como en tu casa...! Es decir, como en tu casa, enteramente, no. Te faltarán comodidades, regalos... Nosotros no podemos costeárnoslos. Somos unos pobrecitos unos pobrecitos frailes muy pobres... muy pobres... Antes vivíamos algo mejor. Teníamos, en medio de nuestra humildad, algunos bienes, ¡algunas tierrecillas...! Pero nos las quitaron. El Señor permitió que nos lo quitaran todo...
            El eclesiástico hizo una pausa.
            Después, encorvándose para buscar la mirada del chico, clavada siempre en el suelo, prosiguió, cada vez más afectuosamente, más tiernamente:
            –Tú no serás malo para nosotros. Serás amigo nuestro y nos querrás y nos ayudarás. ¿Verdad, hijito? ¿Verdad que nunca les harás daño a los pobrecitos frailes?... ¿Verdad que no serás tú como tu abuelo?...
            Se detuvo otra vez, esperando la respuesta del niño.
            Pero el niño estaba ante la mesa inmóvil y mudo, el ceño fruncido, la cabeza baja.
            –¿Sabes tú quién fue tu abuelo y qué hizo? ¿Te han hablado alguna vez de él?
            ¡Sí le habían hablado de él!... ¿Acaso los hermanos de su madre, los Cañavates, hablaban de otra cosa más que de él? ¿No hablaban de él los campesinos en sus lentos relatos, al amor de la lumbre, y en sus corrillos de la plaza, y en sus cantares!
           
            Don Juan Mendizábal trae
            A los carlistas la guerra,
            A los frailes “afliciones”
            ¡Y “pa” los “probes” la tierra!

            Aquel dandy frío y altivo, de maneras secas, de palabra tarda, tan poco a propósito, exteriormente, para ser un héroe popular, se ha convertido, sin embargo, en una figura de leyenda. La intuición del pueblo ha adivinado la fuerza y el ímpetu de aquel espléndido tipo humano. ¡Y su gran sombra llena la Mancha!
            No dirigía arengas románticas a la pobre gente. No le decía las palabras elevadas y eufónicas que sabían decirle Martínez de la Rosa, Istúriz, Alcalá Galiano y D. Joaquín María López: “Los derechos imprescindibles del pueblo...” “El principio sacrosanto de la soberanía nacional...” “La fe de nuestros mayores...” Apenas si cambiaba con los labriegos unas cuantas frases llanas sobre asuntos vulgares: sobre el precio del trigo, las rentas y otros asuntos así.
            Y a pesar de eso, los gañanes doblados sobre los terrones, levantan de cuando en cuando hacia él la mirada suplicante.
            ¡Y “pa” los “probes” la tierra!
           

Cambio de colegio

            Juanito Álvarez-Mendizábal y Cañavate no les contó nada de eso que él sabía de su abuelo a los frailes.
            Sumido en su hosco silencio, iba a las clases, paseaba por los corredores, escuchaba las reprimendas que le dirigían.
            Había muerto su padre, D. Rafael, dejando cuatro hijos: él, que era el más pequeño, y tres muchachas: Teresa, Josefa y Beatriz. Doña Salomé, la madre, que era una buena señora, sencilla, no tenía un gran carácter; no era a propósito para romper con las conveniencias. Cuando el chico estuvo en edad de estudiar hizo con él lo que hacían todos los padres de su clase con sus hijos: enviarlos a un colegio de religiosos.
            Al saberlo sus hermanos, los Cañavates, hubo un gran disgusto familiar. Los Cañavates conservaban fervorosamente la tradición liberal de Mendizábal y de D. Juan Antonio Montejano. Eran muy amigos de Prim, conspiradores y revolucionarios.
            La decisión de doña Salomé de meter al chiquillo en un colegio de frailes los indignó. Les parecía como una humillación, como una ofensa a la memoria de D. Juan.
            Vinieron a Madrid, de Pedroñeras, y tuvieron una entrevista tempestuosa con su hermana. Al cabo la convencieron de que debía sacar inmediatamente a Juanito del colegio de Gibraltar en que lo había puesto interno.
            –Y entonces, ¿dónde va a ir? –preguntaba muy compungida la pobre doña Salomé.
            –Yo buscaré... –le contestó su hermano Leandro.


[Y en la próxima entrada, las correrías de Juanito en su nuevo colegio, cuyo director, que se haría muy amigo suyo, será alguien muy, muy importante... También contaremos algo de su vida como político].

Capítulos siguientes:

Quinto capítulo

©Ángel Carrasco Sotos

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