Foto de Destino Castilla y León
El juego de muele, molineta es el número 96 de los juegos tradicionales pedroñeros que dejé recopilados en el apartado correspondiente del libro Folclore infantil de Las Pedroñeras. Se trata de un juego o entretenimiento propio, al parecer, de atorgos (otorgos de boda) y mantanzas, según se me informó en su día, cuando me dedicaba yo a recoger este material en los primeros años de este siglo. Hubo de jugarse a este juego hace ya muchos años, pero aún anda en el recuerdo de los más ancianos. Yo al menos no recuerdo que en las matanzas de mi niñez se practicase.
Como ni los atorgos ni las matanzas se celebran o realizan ya, pues estos actos con lo que implicaban y conllevaban han muerto, todo se ha perdido y deambula enredado en la memoria de unos pocos. Los atorgos, que se realizaban la noche de la primera amonestación, fueron sustituidos por las despedidas de soltero, y las matanzas simplemente se prohibieron, más allá de que ya nadie cuidaría y alimentaría un gorrino en su casa hoy en día, ni creo que, de hacerse, se celebrara nada por tal motivo. Antes (en ese antes que aún podemos recordar) representaba toda una fiesta familiar, todo un acontecimiento, pues la carne del gorrino serviría a la familia de alimento durante todo el año. ¡Era para celebrarlo!
En fin, se hacían otras cosas esos días de atorgo o matanza, otros juegos, otras maneras de llenar ese tiempo de diversión y alegría, aunque también de trabajo en el caso de la matanza (más aún para las mujeres), pero este de muele, molieta era uno de esos juegos que solía practicarse.
Cómo se jugaba
El juego entrañaba un engaño, como veréis. En líneas generales, consistía en que un muchacho o persona mayor se tapaba con una manta y permanecía agachado. Bajo esa manta, oculto, tenía un puñado de harina en su mano, aunque también podía tenerse en un tazón o pequeño recipiente. El resto de los niños se disponían alrededor de él. Entonces, uno de los del grupo entonaba esta retahíla:
Este es el punto,
esta es la tecla;
¡muele, molineta!
Entonces, el que estaba situado en el centro, tapado con esa manta, comenzaba a girar sobre sí mismo haciendo como si moliese (como giran las aspas de una molineta, o, mejor, la piedra volandera en su interior)... hasta que, en un momento determinado, fingía que se rompía el molino y les tiraba a los niños la harina y los ensuciaba. Todo eran risas mezcladas con caras de tonto, la que se te queda cuando eres engañado.
Ángel Carrasco Sotos
Y no los olvidís d'estos, hermosones
(pa estos Reyes, cabalicos del to)
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Y si me dais una dirección, os lo puedo acercar a casa.
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Ángel Carrasco Sotos
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